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CUENTO La otra ciudad

La Belgrano a la tarde.
Foto. Google. Retocada

“Algunos juraban que había conocido a los protagonistas de la historia misma: que había jugado al truco con José de San Martín…”

En el café de la esquina, que ya no era esquina porque la Belgrano lo había desbordado, Sofanor mezclaba las cartas como un sacerdote preparando el rito. Los otros parroquianos lo observaban con la misma atención que se reserva a los profetas o a los locos, aunque en el barrio solían confundirse con frecuencia y nadie sabía si era profeta, loco o los dos al mismo tiempo.
El hombre tenía una habilidad especial para los relatos. Algunos juraban que había conocido a los protagonistas de la historia misma: que había jugado al truco con José de San Martín, discutido de política con Juan Manuel de Rosas y brindado con una copa de oporto con el mismísimo Jorge Luis Borges. Otros, más escépticos, decían que era un embaucador talentoso, un “mitómano con encanto”, decían.
—Les voy a contar de la noche que refundé Santiago y sus alrededores. Fue el año de la peste, cuando las campanas doblaban más por las almas que por las horas. Yo, que era un simple escribano, terminé el día enterrando documentos en vez de escribirlos —dijo despacito, manejando los silencios de manera magistral.
Todos pararon la oreja.
—¿La peste amarilla? —arriesgó un chango, aspirante a historiador, más por hacer notar su erudición que por curiosidad.
—No, m'hijo, otra peste. Una que no figura en los libros porque la matamos antes de que naciera del todo. Una plaga de ideas. Y aquí es donde empieza el asunto —continuó Sofanor, mientras prendía uno de esos cigarrillos negros que fumaba, de humo hediondo, como cada vez que iba a inventar algo.
Hizo un silencio profundo, entrecerró los ojos como soñando algo. Y siguió.
—Resulta que una noche, unos que se deban de intelectuales se reunieron en secreto para repensar la ciudad. Querían cambiar las calles de lugar, darles nombres nuevos, borrar los monumentos antiguos y reemplazarlos con estatuas de gente desconocida, vé po vos.
Los otros intercambiaban miradas, como diciendo “adónde va este viejo i´mierda”. La imaginación de Sofanor siempre hallaba asuntos inesperados para ir llevando la conversación, pero éste les pareció distinto.
—¿Y usted qué hacía ahí? —preguntó la Clarita, la moza del café, a quien todos tenían ganas, pero se dejará aparte para otra historia.
—Fui convocado como escribano, pero también como testigo. Quienes estaban allí decían que yo era el último que recordaba cómo había empezado todo. Había que guardarse de cometer los mismos errores, decían. Pero el problema era ése: recordábamos demasiado.
El café estaba en silencio.
—Les propuse entonces una solución: no cambiar la ciudad, sino duplicarla. Construir otra, exactamente igual, justo al lado. Una copia perfecta, pero en esta nueva versión corregiríamos viejos errores y tendríamos la oportunidad de inventar nuevos. Todos se entusiasmaron con la idea. ¡Imagínense amigos, habría otras oportunidades para equivocarnos mejor!
El chango que se las daba de historiador se ajustó los lentes, incomodado.
—Pero eso es imposible, Sofanor. No se puede duplicar una ciudad, así como así, no es tarea fácil.
—Y, sin embargo, aquí estamos —le contestó el viejo, abriendo los brazos para abarcar el café, las mesas, las sillas… y tal vez todo Santiago.
Esta vez el silencio se pesaba en miligramos, como si toda la ciudad se hubiera callado de repente. Sofanor dijo entonces:
—Este café es el original o la copia, ¿qué importa? La memoria juega sus cartas, pero la vida sigue. Y yo sigo aquí, mezclando las cartas por si alguien quiere hacer un truco conmigo.
—¿Por plata? —preguntó un incauto.
—Por supuesto —dijo.
Y era un chiste que sólo ellos entendían.
Afuera, en el fuego de la Belgrano, el pavimento derretía los autos sin piedad.
Juan Manuel Aragón
A 14 de diciembre del 2024, en Sol de Mayo (Jiménez). Estrenando el calicanto.
Ramírez de Velasco®

Comentarios

  1. Omo siempre..Interesante Nota para quienes nos gusta saber nuestro pasado

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  2. SE OLVIDO DE DECIR QUE EN ESA ESQUINA DONDE AHORA HAY UNA IGLESIA O CAPILLA (HERMANAS FRANCISCANAS)Y UNA ESCUELA,FUE DONDE EL "ADMIRADO SANGUINARIO " CAUDILLO POLITICO DE ANTAÑO POR EL GOBIERNO ACTUAL, EL GENERAL JUAN FELIPE IBARRA ,TENIA SU CUARTEL DE TROPAS .

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