"Era sensual y gatuna", dice Alberto |
La nota de una mujer en el teléfono, una cita y lo que sucedió luego es el motivo de este relato
Cuenta Alberto que la otra tarde recibe un mensaje en el telefonito. “Tenemos que vernos”. “No sé quién sos”, responde. Era una novia de hacía tres mil quinientos años que le escribía desde un número desconocido. “Lógico”, piensa, “en aquel tiempo no había celulares todavía”.Dice que marcó el número y respondió la voz de ella. Le pregunta cómo andaba, qué era de su vida, cómo estaba su gente. Todo muy bien. “Me dijo que había algo que había quedado pendiente desde que nos vimos por última vez y necesitaba contármelo”, señala entrando en confianza, como si quisiera desahogarse, no sé.Quedan en verse en un barcito de la Belgrano en dos o tres días a tal hora. Dice que dudó mucho si debía ir. “No sabía si mandarle un mensaje avisándole que deje nomás, que otro día, que no valía la pena”. De última consideró la posibilidad de quedar con la intriga. “Total, se dijo, tantos años he vivido sin saber de ella, que seguir sin averiguar qué me quiere comunicar es lo mismo”.No recuerda cuánto tiempo anduvieron ni quién los presentó, sólo que un buen día estaban saliendo y unos meses después ya no. Por más que hace cálculos, tampoco se acuerda si duraron mucho o poco, la tenía borrada o, en todo caso, en una descuidada nebulosa de un olvido sin culpas.
Después de ella había tenido otra novia, luego otra y otra más. Esa relación había quedado sepultada en alguna capa geológica del pleistoceno de su memoria. No sabía si actualmente estaba gorda o flaca, si se había teñido el cabello, si se vestía igual o parecido. Tampoco había averiguado nunca si se había casado, si tenía hijos, si estaba divorciada, seguía soltera. Dejó, soltó, se fue, nunca más volvió, no se interesó, no le importó, estuvo varios años en otros yeites.
Pero ha visto cómo es el hombre cuando lo agarra la curiosidad. Fue a verla: “No me hizo esperar, llegó cinco minutos después de la hora que habíamos convenido, puntual, digamos. Estaba igual, tal vez más vieja, pero yo tampoco soy un pendejo y seguía tan linda como entonces”, cuenta.
Decidió apurarla, le mintió que en un rato tenía una entrevista importante, alguien le debía plata, le pagaría con un cheque, y no lo quería perder. Ella le contó que luego de “aquello” siempre se había preguntado por qué habían dejado, por qué razón nunca más la buscó, por qué no le rogó. Para molestarla nomás, le preguntó que era “aquello” y eso la hizo patinar un poco antes de responderle: “Bueno, lo nuestro, nuestra relación”.
“¿Si te rogaba ibas a volver?”, averiguó entonces él, dando un paso más adelante. Respondió que no. “¿Entonces?” indagó. De todas maneras, ella recordó que nadie le había dicho tantas veces y de tantas maneras, lo mucho que la amaba, que nunca se había sentido tan hermosa como cuando andaba con él y que por eso le llamó la atención que luego de la última vez que estuvieron juntos, no intentó ni acercarse: “Por qué no me llamaste ni una sola vez, qué te he hecho para que desaparezcas así, ¿no guardabas ni un poquito de cariño?”, le preguntó ella.
“¿Vos qué le has dicho?”, le pregunté.
Leer más: “A los amores que tuve solía dejarles la puerta abierta, por si en algún momento se querían mandar a mudar para siempre”
Dice que la miró un rato largo, callado, quería entrarle por los ojos, ver qué pensaba, qué había tenido esa mujer en la cabeza para hablarle después de tantos años, por qué estaba empantanada en un pasado al que era imposible regresar. Mientras, ella seguía hablando, ahora le explicaba que su corte abrupto y definitivo la había tenido mal mucho tiempo, pero varios amores que habían surgido después la habían hecho olvidarlo a medias. Y hacía poco, tras terminar con el último novio, le había picado la curiosidad otra vez.
La recordaba muy sensual, siempre ávida de emociones nuevas, con una gran imaginación, fogosa, inspirada. En los momentos más tupidos del amor, digamos, se callaba, era silenciosa, gatuna, ronroneaba. El problema era el resto del tiempo: no detenía su parloteo ni un solo segundo, siempre haciendo sus averiguaciones.
Entonces se acordó: esa constante cháchara revolviendo los sentimientos había sido una de las causas por las que dejaron y lo justificaba el hecho de que no le hubiera dolido mucho. Eran muy molestas sus insistentes preguntas: “¿Me quieres?, ¿sí?, ¿mucho?, ¿es verdadero tu sentimiento?, ¿otras veces te has sentido igual?” Tuvo un ahogamiento fatal y el día que ella se enojó por algo sin importancia, aprovechó para darse por ofendido y mandarse a mudar para siempre. Chau.
“Estaba abstraído, pensando en esas cosas, cuando me preguntó qué pensaba, qué tenía para decirle. Volví a mirarla largamente, llamé al mozo, pagué los dos cafés. Le dije ´adiós´, y me mandé a mudar”, cuenta Alberto.
“Pero, ¿no le dijiste, aunque sea una mentira, no sé, algo para dejarla conforme, pobre chica?”, le pregunto. Dice que no y agrega: “En algunas ocasiones el presente viene a confirmar decisiones del pasado”.
“Acertadas o no”, le digo.
“Quién sabe”, responde.
©Juan Manuel Aragón
Alsina y costanera, 3 de septiembre del 2023
Después de ella había tenido otra novia, luego otra y otra más. Esa relación había quedado sepultada en alguna capa geológica del pleistoceno de su memoria. No sabía si actualmente estaba gorda o flaca, si se había teñido el cabello, si se vestía igual o parecido. Tampoco había averiguado nunca si se había casado, si tenía hijos, si estaba divorciada, seguía soltera. Dejó, soltó, se fue, nunca más volvió, no se interesó, no le importó, estuvo varios años en otros yeites.
Pero ha visto cómo es el hombre cuando lo agarra la curiosidad. Fue a verla: “No me hizo esperar, llegó cinco minutos después de la hora que habíamos convenido, puntual, digamos. Estaba igual, tal vez más vieja, pero yo tampoco soy un pendejo y seguía tan linda como entonces”, cuenta.
Decidió apurarla, le mintió que en un rato tenía una entrevista importante, alguien le debía plata, le pagaría con un cheque, y no lo quería perder. Ella le contó que luego de “aquello” siempre se había preguntado por qué habían dejado, por qué razón nunca más la buscó, por qué no le rogó. Para molestarla nomás, le preguntó que era “aquello” y eso la hizo patinar un poco antes de responderle: “Bueno, lo nuestro, nuestra relación”.
“¿Si te rogaba ibas a volver?”, averiguó entonces él, dando un paso más adelante. Respondió que no. “¿Entonces?” indagó. De todas maneras, ella recordó que nadie le había dicho tantas veces y de tantas maneras, lo mucho que la amaba, que nunca se había sentido tan hermosa como cuando andaba con él y que por eso le llamó la atención que luego de la última vez que estuvieron juntos, no intentó ni acercarse: “Por qué no me llamaste ni una sola vez, qué te he hecho para que desaparezcas así, ¿no guardabas ni un poquito de cariño?”, le preguntó ella.
“¿Vos qué le has dicho?”, le pregunté.
Leer más: “A los amores que tuve solía dejarles la puerta abierta, por si en algún momento se querían mandar a mudar para siempre”
Dice que la miró un rato largo, callado, quería entrarle por los ojos, ver qué pensaba, qué había tenido esa mujer en la cabeza para hablarle después de tantos años, por qué estaba empantanada en un pasado al que era imposible regresar. Mientras, ella seguía hablando, ahora le explicaba que su corte abrupto y definitivo la había tenido mal mucho tiempo, pero varios amores que habían surgido después la habían hecho olvidarlo a medias. Y hacía poco, tras terminar con el último novio, le había picado la curiosidad otra vez.
La recordaba muy sensual, siempre ávida de emociones nuevas, con una gran imaginación, fogosa, inspirada. En los momentos más tupidos del amor, digamos, se callaba, era silenciosa, gatuna, ronroneaba. El problema era el resto del tiempo: no detenía su parloteo ni un solo segundo, siempre haciendo sus averiguaciones.
Entonces se acordó: esa constante cháchara revolviendo los sentimientos había sido una de las causas por las que dejaron y lo justificaba el hecho de que no le hubiera dolido mucho. Eran muy molestas sus insistentes preguntas: “¿Me quieres?, ¿sí?, ¿mucho?, ¿es verdadero tu sentimiento?, ¿otras veces te has sentido igual?” Tuvo un ahogamiento fatal y el día que ella se enojó por algo sin importancia, aprovechó para darse por ofendido y mandarse a mudar para siempre. Chau.
“Estaba abstraído, pensando en esas cosas, cuando me preguntó qué pensaba, qué tenía para decirle. Volví a mirarla largamente, llamé al mozo, pagué los dos cafés. Le dije ´adiós´, y me mandé a mudar”, cuenta Alberto.
“Pero, ¿no le dijiste, aunque sea una mentira, no sé, algo para dejarla conforme, pobre chica?”, le pregunto. Dice que no y agrega: “En algunas ocasiones el presente viene a confirmar decisiones del pasado”.
“Acertadas o no”, le digo.
“Quién sabe”, responde.
©Juan Manuel Aragón
Alsina y costanera, 3 de septiembre del 2023
Es un pelo duro ese.
ResponderEliminarEn algún momento de tu vida, te encontrarás a ti mismo y será la mejor o peor de las horas tuyas " Neruda ". Saludos
ResponderEliminarCon esas ancas y esas piernas, lo más probable, es que lo haya carnereado a más no poder; " cuarteado" , dijo el santiagueño...le habran sobrado tipos querido... Bueno ya se que la mina no era esa...para esa tienes que tener, tela y guitarra ...
ResponderEliminar"Poniendo estaba la gansa "
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