Un pato alza vuelo en la vieja represa |
“A los amores que tuve solía dejarles la puerta abierta, por si en algún momento se querían mandar a mudar para siempre”
Esa tarde el cielo andaba indeciso. Todo estaba tranquilo, ¿no?, pero había en el aire quieto y sin una gota de viento, como un ansia de caminos y de otros soles brillando en el horizonte. Se notaba una inmóvil tranquilidad como la que suele darse en la campaña.Nunca he sido de quedarme estático, menos cuando estaba en el pago, ahí el tiempo duraba un segundo, los días pasaban en cámara rápida y la nostalgia anticipada de una época que no volvería nunca más, me ponía el alma chuya. Pero esa vez que le digo, el ánimo pedía sosiego y afloraban pensamientos que venían pidiendo pista desde siempre.Despacito rumbeé para la cocina, espabilé los tizones y puse el agua para unos mates. A lo lejos ladraban los perros de un vecino, las cañas huecas entregaban esos ruidos que sólo ellas saben hacer cuando se van acomodando en su crecimiento.El mate era, en ese momento uno de los pocos amigos que habían permanecido fieles. Sentado en un banquito que había sido de mi abuelo, pensaba en las avenidas no siempre rectas del amor, en la vida que todos los días nos acerca un poco más al final del carril, en los que antes habían sido, en lo que vendría mañana o pasado.
En esos días tenía mucha soledad en mi otra vida, digamos, la de ciudad. Una mujer se había ido para siempre de mi corazón y su recuerdo palpitaba fuerte. Nunca he sido de los que tratan de detener las situaciones cuando se presentan fuleras. Menos todavía de esos tipos que se ciegan de amor incompetente, ruegos vanos, imprecaciones estériles o gritos destemplados.
Si te vas, chau—chau, adiós que te vaya bien, ha sido siempre mi lema. Para qué retenerla si no quiere ser parte de la vida de uno. Tomá impulso y volá, palomita blanca, te deseo lo mejor y más alto que eso también.
A los amores que tuve solía dejarles la puerta abierta, por si en algún momento se querían mandar a mudar para siempre. Algunas aprovecharon a la primera de cambio, apenas se lo propuse, otras dejaron pasar un tiempo para disimular un poco, y se marcharon. Supe esquivar a tiempo los ruegos, las amenazas, los arrepentimientos verdaderos o fingidos, las idas y venidas y, sobre todo, los inútiles, vanos y pueriles dimes y diretes. Bueno, en eso pensaba esa ocasión discurriendo de aquí para allá.
A la mañana del día se le había dado por llover, al mediodía escampó y esa tarde, como digo, el cielo andaba irresoluto, no sabia si seguir haciendo tintinear las chapas del techo o quedarse callado. El aire valía su peso en perfume a poleo recién mojadito, a lo lejos los patos chapoteaban en la represa, jugando quizás a ser hombres, así como de chicos, a nosotros se nos daba por chimpar en medio de la tormenta, creyéndonos chumucos.
Cebé los últimos tres mates, fui hasta el cerquito detrás del calicanto, traje el mancarrón que se abanicaba tranquilo las moscas con la cola, ensillé y salí para cualquier rumbo, al tranco largo. Una lágrima de saudades por ese tiempo que se iba para siempre, se coló en mis ojos, pero no importaba. Todavía estaba en el lugar del cual partían todos los rumbos del universo y la yapa.
Esa noche, al regreso, cantaron los sapos en la represa cercana. Entonces no lo sabía, pero era la última vez que su letanía de una sola sílaba sonaba en mis oídos bajo el lugar exacto de aquellas estrellas.
Uno de estos días me gustaría toparme con sus actuales moradores, solamente para avisarles que soy el que los hace apurar el paso, a la noche, en mis sueños y quizás en los suyos, a la hora en que canta el coco, la luna acaricia el quebrachal del bajo y una brisa fresca lleva perfumes de otro tiempo.
©Juan Manuel Aragón
Cerco del Alfa, 2 de noviembre del 2022
¡Qué bueno! Lo he leído dos veces y después volveré a leerlo.
ResponderEliminarExcelente! Tiene una dulzura y tanto sabor a nostalgia, que da gusto leer y releer. Un abrazo!!
ResponderEliminarMuy bueno Juan 👍 así se escribe. Un placer leerte
ResponderEliminarArq Maria lopez ramos