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Imagen de ilustración nomás |
Al parecer la concordancia entre lo que se dice y la realidad no depende de una votación, sino que cae de maduro
A veces los amigos en el bar hablan sobre asuntos serios en vez de los consabidos temas de todos los días, a saber: mujeres, fútbol y política. El otro día se pusieron a hablar sobre las dos campanas, tema llevado y traído por el periodismo, como si se tratara de un axioma universal, indiscutible e insoslayable. Sofanor dice que, si alguien manifiesta o declara algo, hay que dar la oportunidad a los que no piensan igual para que lo contradigan y que sean los lectores, radioyentes o televidentes, los que saquen sus conclusiones. Porque en el justo medio de todo vive la verdad, como quería Aristóteles.Pero Eugenio, molesto, sostiene que no era tan así:—Y sí, viejo —se mosquea —porque el justo medio entre una mentira y una verdad no puede estar entre las dos sino solamente del lado de la verdad. Y a veces los periodistas saben bien quién está mintiendo, pero igual ponen un micrófono o toman apuntes al embustero creyendo que cumplen con la regla de oro del oficio. Y no.
—Ahá —se prende Sofanor —pero cómo sabe el periodista quién es veraz y quién miente.
-—No sé —responde rápido Eugenio —lo cierto es que en un determinado momento es posible que sepa quién expresa la realidad y quién la falsea vaya uno a saber con qué intereses. Como si alguien dijera que ahora es de noche y son las diez de la mañana. El justo medio no puede ser el amanecer o el ocaso para conformar a la gilada que espera que un periodista sea ecuánime con todas las posturas.
—Eso está en contra de la democracia, que pretende que todas las ideas sean puestas en el platillo de la consideración general —golpea Sofanor.
—Capaz que sí, capaz que no. No lo sabemos, porque la democracia se desentiende de la verdad, para ella lo único que vale es lo que sostiene la mayoría, la verdad para los demócratas, no es ni siquiera una cuestión matemática: para ellos no vale como categoría de una discusión. Y este no es el caso de una elección, sino de saber cómo se debe hacer un trabajo, como en este caso, de periodismo, de manera responsable, sin lesionar los principios de verdad. No se debe reducir todo a lo que dicen los tratados de la voluntad popular porque la vida de la gente no se rige por votaciones sino por realidades que la exceden.
—¿En qué casos la voluntad popular excede la vida de alguien común y corriente? —pregunta Sofanor.
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—El tipo que no sabe si ponerse las medias azules o las medias negras, no organiza una votación en la casa para saber qué opinan la mujer y los hijos —responden entre todos, porque ha dicho una estupidez.
Y así siguen un rato mientras el resto de los contertulios, callado, piensa en sus cosas, mira las chicas que pasan por la vereda, cavila sobre las categorías de Kant, estudia mentalemente cómo hacer para ahuyentar al cuñado que quiere ir a almorzar el domingo en su casa o calcula cómo va el club Mitre en la tabla de posiciones, quién sabe.
Juan Manuel Aragón
A 17 de julio del 2024, frente a la ferretería Aramayo, en Frías. Caminando nomás.
Ramírez de Velasco®
Para Borges la democracia es el abuso de estadísticas. Y como la partidocracia declamada y nunca puesta en práctica se arrogan representar individualismos que es la pérdida del sentido democrático que es gobierno de mayorías. Ante éstas contradicciones es mala consejera atribuirse que los que tengan un micrófono sin oposición al momento se adjudican hablar por la gente. Pero Mafalda solía decir hay cada vez más gente y menos humanos
ResponderEliminarMuy buen articulo juan
ResponderEliminarNuestra sociedad necesita muchos Sofanores y Eugenios, que ejerciten el maravilloso acto de exponer ideas y puntos de vista, dialogando libremente sobre temas que tengan alguna trascendencia y profundidad.
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