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TELEVISIÓN Una oscura sombra llegó al pago

Jardinera con verdura en El Bobadal

Algo en el aire nos venía diciendo que aquel mundo conocido estaba por terminarse

Un insignificante aleteo negro agitó el pago, en aquel impreciso 1970 o por ahí cerquita, cuando llegó la televisión. En apariencia poco cambió, todo seguía más o menos como había venido siendo, solo que en el portaequipaje de los sulkys que iban a la villa, los paisanos acarreaban una batería para que se la carguen, así sus mujeres no se perdían la novela. La rueda de mate se había convertido en un semicírculo a la vuelta del aparato, todos iluminados con los fulgores que venían de la ciudad y sus perros.
Pero los caminos eran los mismos, las casas quedaban en el mismo lugar, los cercos, los corrales, los potreros seguían estando en su estar siendo como había sido enantes, mucha gente iba a la cosecha de caña en Tucumán y en enero a la uva en La Rioja. Y nosotros no dejábamos por eso de ser lo que éramos nomás, al menor por el momento.
Las hojas de las plantas estaban siendo movidas por una brisa lenta y segura que quizás anticipaba sin saberlo, eso que estaba por llegar. Nada extraordinario, ahora, de vez en cuando los amigos averiguaban si también veía El Zorro en la ciudad, qué me parecía la chica del noticiario y opinaban de la política como expertos porteños.
Y después seguíamos hablando de lo que importaba, si este año el gusano también dejaría los cercos sin la cosecha de maíz y anco, planeábamos salir a campear una yeguada perdida que había sabido ser del abuelo, decían que bajaban a tomar agua en Uturunco y si no la traíamos rápido a los potrillos les pondrían otra marca, esos maulas uturunqueños. Conversábamos sobre cuánto costaba en la ciudad un hacha “Mano” o “Flecha”, los males de los gallos, la mejor manera de sacar la miel de extranjera, asuntos por el estilo.
Una oscura corriente de modernidad vacía soplaba cerca, virulenta nube tóxica de la electricidad y la última moda, volviendo ácida la luz del día mientras nos aferrábamos a las costumbres del tiempo de los abuelos, solo para intentar una imposible tarea, seguir siendo nosotros mismos, sin dejarnos arrastrar por ese ominoso crepúsculo de una tarde que sabíamos vagamente que un día u otro, al final nos alcanzaría.
Ese año, el jefe de la comuna y dueño a la vez, del almacén más grande —casi el único— del pueblo, dijo que no estaría durante enero porque iría a “vacacionar” a la costa. El verbo lo entendimos a medias, pero no sabíamos exactamente qué era la costa, si la única que conocíamos era la del Salado. “¿Habrá llevado caña para sacar bagres?”, preguntó uno y todos nos reímos. Sin decirnos nada, sabíamos que no teníamos puta idea de dónde quedaba ese bendito lugar ni por qué se iban ni, menos que menos, qué necesidad había de “vacacionar” en otra parte. Qué les había dado a esos, che.
Luego se instaló el bar “La Estrella”, con mesas de billar y un gran televisor en colores para ver los partidos de fútbol, tiempo después la comuna anunció que multaría a los vecinos que criaran animales en sus casas, no solamente vacas, caballos, burros, sino también gallinas, chanchos, pavos. Un buen día me fui y cuando volví a los seis meses, habían sacado los palenques de las casas en que atábamos los fletes y se volvió jodido ir de visita a los amigos. “Comprá una moto”, me aconsejó uno, y supe que el mundo estaba del todamente descuajeringado.
Al tiempo los amigos empezamos a marcharnos, cada uno por su lado, unos se fueron de albañiles a las obras en la ciudad, otros se emplearon de mozos, de agentes de policía, despachantes de nafta, empleados de tiendas y nos fuimos quedando bajo otros cielos, hicimos otra vida, conocimos otra gente, tuvimos amores con mujeres que no eran del pueblo. Yo me vine a trabajar en un diario y aprendí el oficio de periodista gracias a que tenía tercer grado reforzado de antes.
De cuando en cuando vuelvo al pago, ya no ubico a los jóvenes, voy a ver una jugada de pelota y me parece chocante que, estando allá, bajo esos mismos algarrobos que antes eran, me sean extraños los futbolistas, el referí, casi todo el público, las chicas que gritan los goles, la señora que vende sánguches. Tumbaron unas casas, levantaron otras, la escuela se modernizó, hay autos por todos lados, la gente habla distinto, nadie conoce lo que es un chileno, cómo se hace un medio bozal, qué es una simi guatana, cómo se cura el moquillo a las gallinas, qué gusto tiene un quirquincho al rescoldo, ¡no saben jugar a la payana, carajo! Chicos y grandes hablan distinto, dicen acá en vez de aquí, hablan fuerte, saben los nombres de los canales de la televisión y se ríen de doña Antonia, porque vende frutas y verduras en una jardinera, creerán que debe salir en Toyota, no sé.
Malaya cómo es de ingrato el pago cuando se olvida de uno.
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. Antes el adulto mayor ocupaba otro lugar.Las redes manejada con destreza por los jóvenes y una competencia de ofertas subsumen al que le gusta pensar,meditar,reflexionar en el anonimato

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