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Un rifle, el gato y la memoria viva de un pueblo olvidado: la infancia moldea la mirada ante la vida y la muerte
Era una casa pacífica la nuestra, en un pueblo perdido, allá lejos y hace tiempo. Sin embargo, mi padre consiguió un rifle de aire comprimido. Yo era un chico de primer grado y lo miraba como a un arma peligrosísima. Al día siguiente, por la tarde, iríamos de cacería.—¿Los dos? —pregunté, porque nunca había cazado nada. Aquella aventura me producía, según recuerdo ahora, una gran fascinación.
Mi padre respondió que sí.Las horas pasaron rapidísimo la mañana siguiente, en la escuela. Lo único que hice fue pensar en esa cacería. Ni siquiera sabía el significado de la palabra, pero se me hacía que debía ser algo terrible, magnífico. No era como ahora: a esa edad, un niño ha visto morir en la televisión a miles de personas antes de aprender a escribir, y los canales supuestamente educativos le han mostrado ochocientas mil leones del África, tigres de Bengala, tiburones, delfines, hormigas. Faltaba tiempo para encarar a Monteiro Lobato, Salgari, Julio Verne, que me abrieron los ojos a un nuevo mundo y me hicieron pasar de los 8 o 9 años a los 13, en un maravilloso vuelo de la imaginación, sin escalas.
Ese mediodía comí con un nudo en la garganta y no recuerdo qué pasó hasta la tarde, cuando vi de nuevo a mi padre con el rifle. Me llamó y rumbeamos para el patio. La tapia del fondo estaba cubierta, en parte, por la morera de un vecino. Aguardamos un rato y apareció un gato pardo que recordaré hasta el fin de mis días. Con sus amores por una gatita, era el que desvelaba las noches de mi padre con sus maullidos lastimeros, bajo la ventana de su habitación. Apuntó, hubo un ruido sordo —aunque no tanto como el que había imaginado— y el animalito, que nos miraba curiosa y fijamente, cayó para el otro lado de la pared. Mi padre trepó, miró hacia el otro lado, anunció:
—Lo hemos matado.
Y volvimos a la casa.
En el camino, recuerdo haber pensado: “¿Eso era todo?”, “¿tanto pensar en la cacería y ya se ha terminado?”.
Al día siguiente tendría algo que contar a mis compañeros de grado, que seguramente no habrían cazado nunca nada.
¿Por qué acude ahora el recuerdo de estas historias? ¿Es el pasado el viento del invierno refrescando la memoria? Pero había sabido ser cierto que, cuanto más viejo se pone uno, más lejos vuelve a hurgar en su infancia. Será una forma de evitar la muerte, alargar los años, caminar para atrás como el cangrejo.
Quién sabe.
Juan Manuel Aragón
A 29 de julio del 2025, en Santa María. Observando las nubes.
Ramírez de Velasco®
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