Fotografía de Jorge Emir Llugdar |
“Al tiempo de tener la radio, el tío Raúl se sabía de memoria los nombres de los locutores y los reconocía por la voz”
La primera vez que mi tío Raúl supo la llegada del hombre a la luna, fue porque yo se lo dije. Una semana después del 20 de julio del 69, estaba de vacaciones en el pago, me animé y le di la noticia. "Ve po vos si será tonto éste, me dijo, ¿vos le crees a los diarios? Bueno vete sabiendo lo que te voy a decir, son macanas", me largó. Por supuesto que no permitió que siguiera hablando del asunto.Raúl era hermano de mi padre, el más grande de los seis. Vuelta a vuelta tenía problemas con la policía porque era uno de los cuatreros más conocidos del pago. Una vez lo convidaron a enlazar en la casa de los Santillán, mi tío Raúl erraba todos los tiros. Cuando las burlas subieron de tono, el hombre se ató un pañuelo en los ojos, y ciego, animal que pasaba, animal que pialaba. Como buen cuatrero, solamente sabía enlazar en la oscuridad. La luz lo molestaba.Allá éramos las dos únicas familias que tenían libros. Por sus lecturas, el tío Raúl se había hecho anarquista. El Martín Fierro le parecía una obra maestra, sostenía que José Hernández debió haber tenido algún contacto con esos italianos tirabombas que venían en los barcos. Admiraba al Viejo Vizcacha, "un hombre ejemplar", nos comentaba cuando éramos chicos.Nadie se imaginaba cómo hacía para aguantarlo la tía Olga, tan activa y servicial, que en invierno cebaba unos mates de leche con aumchi, tan ricos. A veces ella se quedaba mirando a lo lejos durante un tiempo y el tío Raúl culpaba a que estaba con el día, que había que dejarla porque se ponía inaguantable. Para mi mamá era una santa que seguro que tenía un lugar en el Cielo por haberse casado con él, pobrecita, decía.
En ese tiempo, un día fueron los changos de quinto grado a pedirle unos libros. Les avisó que Colón no había descubierto que la Tierra era redonda, sino que eso se sabía desde hacía mucho. También les informó que era poco probable que San Martín haya tenido un caballo blanco y que había cruzado la cordillera en camilla, que Güemes era gangoso y que Belgrano tenía la voz finita. Al otro día vinieron en delegación los maestros a increparlo por haber pervertido a los chicos. La que se armó. Una pelotera de aquellas. Casi va preso por tratarlo de burro al director.
Yo había terminado la secundaria cuando mi papá lo convenció para que se compre una radio. "Te vas volviendo viejo y te va a acompañar de noche". Dejó de leer. Antes, cada vez que iba a la ciudad, se metía en una librería de viejo y volvía cargado de "mercadería", como les decía a sus libros; cada cargamento le duraba como un año. Pero con la radio se le abrió un mundo nuevo. En una época, a uno de sus presidentes militares que teníamos, se le dio por hacer almuerzos políticos.
—¡Almuerzos políticos!, estos milicos ya no saben qué inventar. Mirá si van a arreglar el país almorzando. Eso hacen para que los pobres sepamos que ellos pueden comer, mientras al pueblo lo tienen muerto de hambre.
Eso fue al principio, después se puso insoportable. Yo ya trabajaba en el banco y de cuando en cuando me llegaba una carta del pago en la que, entre otras cosas, me avisaban que el tío Raúl había roto otra radio. Lo culpaba al aparato de las noticias que no le gustaban y lo aporreaba a zapatazos.
A todo esto, las hijas del tío Raúl se habían casado jovencitas. La Olguita con un muchacho que se fue a probar suerte en el fútbol de Buenos Aires, a Vélez creo. La Mirta se mandó a mudar con el hijo del almacenero y no se supo más de ella hasta unos años después, habrá tenido unos veinte años. Y la Josefina se casó con un vecino, Ramón Llanos, que había quedado viudo y con un montón de hijos chicos. Es la única que vive en el pago criando a los tuyos y los nuestros, pero no volvió a la casa porque el tío Raúl, cuando se enteró de que se estaba por casar, prometió no hablarla hasta la muerte. Y vete a saber por qué si Ramón era buen tipo.
Al tiempo de tener la radio, el tío Raúl se sabía de memoria los nombres de los locutores y los reconocía por la voz. Uno iba a visitarlo y como siempre la tenía prendida, decía "ahora viene Fulano con sus comentarios estúpidos". "Esa es la Fulana, que siempre se equivoca cuando lee el tiempo". "Dentro de un rato van a hacer conexión con Buenos Aires".
Yo era el único sobrino que lo visitaba. Tal vez porque no vivía en el campo, era el único que lo aguantaba también.
Habrá sido el 75, el 76, cuando la Olguita le mandó desde Buenos Aires, un televisor de regalo. Blanco y negro y bien grande. Cuando desembaló la caja y vio lo que era, se indignó.
—Para qué uno las habrá criado con Dios y Jesús en la boca. Para qué le habré hecho hacer la primera comunión. Para qué la habré mandado a la escuela. Ahora me hace burla, hace como cinco años que está en Buenos Aires y me manda este aparato del demonio— dijo y lo guardó bajo un catre.
Como al año llegué de nuevo en las vacaciones de invierno. El tío Raúl estaba enfermo con gripe. En cama. Mi tía Olga comentó que estaba insoportable, que no se dejaba de molestar con tonterías todo el santo día. Se me ocurrió pedirle permiso para instalar el televisor. Por supuesto que no aceptó. Pero como no podía moverse, saqué la caja de abajo del catre y me puse a armarlo.
Primero fui al pueblo a comprar una antena y conseguir una batería, porque todavía no había llegado la electricidad al pago. Até la antena a unas cañas huecas y la orienté hacia la ciudad. El televisor estaba instalado en su pieza, así que el hombre observaba todas mis evoluciones con atención. Cuando conecté todos los cables, prendí el aparato y ¡maravilla de las maravillas!, ahí estaba el presidente de la nación dando un discurso.
—Lo hacía más flaco al milico este— fue el único comentario que hizo. Y se quedó viendo la tele hasta tarde. La tía Olguita, chocha.
Cuando se curó de la gripe, tuve que explicarle varias veces cómo se hacía la conexión con la batería. "El cablecito colorado se agarra con el pishquito colorado de la batería, el azul con el azul. No se vaya a olvidar porque si no lo echas a perder. Después, pero recién después, ¿eh?, lo prends de aquí. Si la imagen comienza a pasar para arriba, la arreglas con este otro botoncito. Y no se olvide de mandar al pueblo a cargar la batería cuando veas que la imagen se está achicando".
Ese verano volví unos días antes de Navidad. Para el tío Raúl la radio había dejado de existir. Como era el único aparato del lugar, los chicos iban todas las tardes a ver El Zorro. Lo vieran al hombre. Alas seis menos cinco se calzaba los anteojos, imponía silencio al chicaje, hacía las conexiones, se fijaba en la orientación de la antena y cuando se prendía la pantalla, siempre dictaminaba algo como "la batería está cansada, mañana voy a llevarla al pueblo a hacerle una transfusión".
Lo vieran, hombre grande, cómo se entusiasmaba con las aventuras de don Diego de la Vega. Gritaba con todos los chicos cuando el panzón lo venía persiguiendo. "Castigue ese oscuro", aullaba también.
Un día que fui a visitarlo, justo llego estaban anunciando que darían una obra de Darío Víttori. Pero apagó el aparato porque "ese siempre miente, una vez es el padre de una, a la semana siguiente es el esposo de otra, un día es malo, al otro bueno; no me gusta, no sé ni qué es", comentó.
Y fue la televisión la que lo desasnó de la llegada del hombre a la luna. Una noche me dijo que pasarían una película, pero había estado ayudando a mis hermanos con la hacienda todo el día y me había cansado. "Me voy tío, mañana me cuenta".
Al día siguiente estaba encantado.
—Vos tenías razón. El hombre sí ha llegado a la luna.
—Ha visto tío.
—Anoche han dado una película, "La selenita" se llamaba. Cuando los hombres han llegado a la luna se han encontrado con una mujer que le decían la criatura, eso que ya era una mujer como de unos veinte años. Hermosa.
—Pero, ¿no lo ha visto a Neil Amstrong?
—No sé quién será ese. El de la película se llamaba Nic. Y la ha traído a su pago a la mujer.
Así fue como la ciencia ficción le mostró a mi tío Raúl la llegada del hombre a la luna.
Ahora que ha pasado el tiempo, que mi tío Raúl no está más, que no vuelvo al campo desde hace rato porque toda mi familia se ha venido a la ciudad, que tengo hijos grandes, que ha llegado la computación a mi vida, ahora —digo— le doy la razón al tío Raúl. Pero al tío Raúl del principio, cuando yo era joven. Y después de tantas mentiras estoy comenzando a dudar de que el hombre haya llegado a la luna. Miren lo que les voy a decir, son macanas que nos mienten para que no pensemos en lo mal que estamos.
©Juan Manuel Aragón
(En su libro de cuentos “Platita”).
Ah la televisión. Experta en hacernos perder el tiempo en boberías.
ResponderEliminarMe encanta. Quedé prendada de tu tío Raúl.
ResponderEliminarExcelente. Esos relatos costumbristas deberían ser libreto para algún personaje de campo, del tipo "Dña. Shalu" o "Dña. Jovita". Son muy buenos y bien descriptivos. Impagable lo del tío cuatrero pialando vendado......Me maté de risa. Hablando de costumbres, hasta por estas latitudes, de vez en cuando muelo un poco de maíz tostado y me hago una sopa de aumchi. Gustos de un "crestiano" lejos del pago.
ResponderEliminarNorma Avila excelente Juan , me divertí muchó. Único el tio Raúl.
ResponderEliminarNos mienten, claro que nos mienten.
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