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PENSAMIENTOS Tener razón, nueva enfermedad

Acalorado debate

Nosotros somos los buenos, nosotros ni más ni menos, los otros son unos potros, comparados con nosotros.
Leonardo Castellani SJ

Estamos enfermos de tener razón, todos la tienen. Los de izquierda y los de derecha, los influyentes (¿por qué “influencers” si existe una palabra en español?) y los que no mueven el amperímetro, los peronistas y los radicales, los kirchneristas y los antikirchneristas, los que viven en una burbuja y los habitan la intemperie, los que se presentan en las elecciones y los que no son candidatos, los lectores y los que nunca agarraron un libro, los que sí y los que no, los sentimentalistas y los prácticos, los santiagueños y los tucumanos, los federales y los unitarios.
Si cualquiera se pusiera un instante en el lugar del otro, entendería de qué va la cosa. Pero nadie hace el esfuerzo mental ni cede un tranco de pollo. Por eso siguen enfrentados los vegetarianos con los carnívoros, los empresarios con los empleados, los ateos con los religiosos, los creen en la medicina con los yuyeros, los que usan teléfono celular con los que no tienen, los ricos con los pobres, los partidarios del libre comercio con los que quieren una economía regulada, los que saben con los ignorantes.
Nadie quiere ni siquiera quedarse callado cuando la discusión llega a un punto en que cada cual repite sus argumentos sin avanzar, exaltándose cada vez más, llegando al extremo de la voz en alto, el grito pelado. No reculan los partidarios del matrimonio ni los fanáticos de la soltería, los de los globos amarillos ni los que pinchan el globo, las chicas ligeras de cascos ni las mosquitas muertas, los boludos alegres ni los bolas tristes, los buenos ni los malos, los conservadores ni los revolucionarios, los cowboys ni los comanches, los de Atahualpa ni los de Falú.
En realidad, estamos contagiados de razón, hasta los orates, los que han perdido la razón, dicen tenerla. Y no darán su brazo a torcer los riverplatenses ni los boquenses, los flacos ni los gordos, los ricos ni los pobres, los peronistas ni los radicales, los del mate amargo ni los del mate dulce, los hinchas del dulce de batata ni los del dulce de membrillo, los que usan apero ni los que ensillan bastos, los de allá ni los de aquí, los del kipi crudo ni los del kipi al horno, los de la Coca ni los de la Secco.
La gran masa de gente que antiguamente estaba con los unos o con los otros, según cuál tuviera razón en un determinado momento de la historia, es cada vez menos y se hace de uno u otro bando antes de que empiece el partido, antes incluso, de saber a qué juegan. Están con Cristina o con Mauricio, con Central o con Mitre, con los azules o con los colorados, con Ford o con Chevrolet, con Lali o con Tini, con el día o con la noche, con Buenos Aires o con las provincias, con Palito o con Leo Dan, con el tinto o con el blanco, con ají o sin ají, con patatín o con patatán. Siempre a muerte, siempre apasionados.
La duda, que antes solía ser garantía de un pensamiento crítico o de algo que se le parecía, ha sido reemplazada por las fanáticas certidumbres que asuelan el mundo moderno con sus consignas vacías o mentirosas. ¿No crees en Dios?, entonces crees en el Diablo, ¿no crees en el progresismo?, sos un retrógrado, ¿no tienes redes de internet?, te quieres tirar de raro, ¿has castigado a tus hijos?, mal padre, ¿sueles tomar un vaso de vino?, borracho, ¿no tomas vino nunca?, te pierdes lo mejor de la vida. ¿te gustan las mujeres?, machista, ¿no te gustan?, misógino o, peor, maricón. Si no estás con A, necesariamente debes estar con B y sos un enemigo declarado.
La sociedad desarrolló el gusto por los extremos y lo fue estirando hasta el punto de no aguantar la más mínima desviación de los demás en sus convicciones, siempre exageradas y desmedidas. Los que son feministas—por nombrar solo el anteúltimo delirio surgido del laboratorio de las grandes marcas— exigen feminismo en todo momento, en todo lugar, a todo el mundo, venga o no a cuento, quienes no aceptan sus postulados son tenidos por los peores especímenes de la humanidad. Si puede se los cancela, se los corre de las cátedras, de sus casas, de sus cargos, se los echa de los lugares que solían frecuentar, se los escracha, se los denigra, se le niega el derecho a la defensa, por las dudas se les retira el saludo, se los convierte en muertos vivos, en defensa de una ideología que nació muerta. Y así con todo. De un lado y del otro.
Si no, haga este ejercicio don, busque una entrevista no complaciente, no babosa sino simplemente honesta de un opositor en un diario oficialista y lo mismo de un oficialista en un diario opositor. No hay. No pueden con su genio, la ideología les impide hacerla, sus lectores siempre esperan sangre, como en el circo romano, si no la ofrendan serán tildados de tibios o traidores a la causa de los de este lado, que son los que tienen razón.
No existe ni siquiera la mínima amabilidad con quien no piensa igual. El otro no merece nada. ¿Sabe por qué? Porque no tiene razón. ¿Saben quiénes son los que piensan bien?, los que piensan como todos los de este lado, que tienen la verdad en un puño, el resto del mundo está equivocado. De aquí a la luna.
En serio, basta con verles la cara para saber lo errados que están.
Para ellos la horca. Pero mejor los ignoremos. En una de esas así dejan de molestar.
Y triunfamos nosotros.
Los que siempre tenemos razón.
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. Exactamente. Usted y yo tenemos la razón, los demás están errados. C´est fini.

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  2. Es, lamentablemente, muy bueno y exacto tu artículo Juan Manuel, así está el mundo digo la Argentina y este paroxismo se deba

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  3. Es una cagada este reCÁ

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