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POLICIALES En Santiago nadie duda, Mangeri era el asesino

Una de las pocas imágenes de Saravah

La prensa nacional apuntó a Sergio Opatowski, el marido de la madre de Ángeles Rawson, antes de que se supiera que la había matado el portero

Es posible que usted no recuerde el nombre de Sergio Opatowski, amigo. Pero, siga leyendo esta crónica, escrita al galope, pensada para hacerlo reflexionar sobre un asuntito interesante. Hace algo más de 10 años Ángeles Rawson, que era la hija de la mujer de Opatowski, fue muerta por Jorge Mangeri, portero del edificio en que vivían. El padrastro zafó por muy poco de ir preso por esa muerte, sólo porque hallaron su cuerpo antes de ser descartado para siempre en un centro de clasificación de basura.
Cuando todavía Mangeri no había confesado el crimen, la prensa lo apuntó al otro. Hasta tenían preparados los titulares: “Fue el padrastro” o algo parecido. El crimen de una chica de 16 años conmovió al país. Primero porque no encontraban el cuerpo y luego, cuando lo hallaron, por lo macabro de la situación.
Ya se sabe, muchos periodistas fueron criados leyendo novelas antiguas, esas que terminaban con los buenos, siempre muy buenos, ganando y los malos perdiendo, como corresponde. Además, los buenos eran gente linda, como Ángeles y los malos generalmente feos, como Opatowski: medio petiso, gordito, de facciones no muy agradables, fumador de yapa, algo pelado y, para peor, no era el padre biológico. Como se sabe, los pelados siempre tienen las de perder cuando los ponen en la rueda de presos para un reconocimiento. Pero, siga con la nota, vaya derecho, sin perderse, en una de esas le gusta su desenlace.
Esa noche, una fiscal citó a todos a su despacho, al padre de la chica, al padrastro, a la madre, al portero. A la hora de los noticiarios no salían, seguían adentro. Dos horas después, no se sabía nada. Eso sí, se daba por hecho que de ahí saldría un culpable. Y casi todos los periodistas y muchos televidentes daban por hecho que sería el padrastro. Oiga, quién otro. Era ideal.
Pero, ¡sorpresa!, a eso de las tres de la mañana, el portero confesó todo.
Y el marido de la madre de la adolescente zafó de manera milagrosa. Porque no iba a haber juez en la Argentina que se negase a condenarlo por falta de pruebas. Sin el cuerpo de la chica, hasta era posible que después algún defensor planteara que podría ser el portero: lo iban a crucificar en el altar de la verdad de los diarios, la televisión, las radios de la Argentina.
Pero sucedió que, una vez que hallaron que el asesino era otro, no el que los periodistas querían, medio que se enfrió la noticia, ¿vio?, perdió algo de interés.
En el caso de María Marta García Belsunce, los jueces llegaron a mandar preso a Carlos Carrascosa, su viudo. Disculpe usted, si no hay muchas precisiones en la nota, pero está escrita de memoria y, como le dije, a la vareada. Carrascosa no había matado a su propia esposa. Y, oiga bien porque es increíble, el tipo se comió varios años en la cárcel, sólo porque parecía culpable, la prensa decía que tenía que ser él y no hubo un solo juez que tuviera el culo suficiente como para decir: “No señor, no me presionen, no es él”. Ya se sabe, si un culpable les cierra a los periodistas de Buenos Aires, mejor que la justicia diga lo mismo, porque, por más buen magistrado que se crea, corre el riesgo de perder el empleo.
Otro caso, por si alguien duda, el de Carlos Fraticelli y su mujer Graciela Dieser, condenados por haber matado a Natalia, su hija. El tipo, es cierto, tenía una terrible cara de culpable, entonces para la prensa era él nomás, listo, caso cerrado. Los periodistas fueron llevando a los jueces a condenarlo. El tipo pasó seis años en la cárcel hasta que lo largaron porque la Corte Suprema dijo que había que hacer otro juicio.
Un caso más.
Carlos Macarrón tuvo que soportar que le hacieran un juicio, del que salió sobreseído, por haber matado a la mujer, después de que acusaran también al hijo y a un pobre infeliz que, desde entonces le dicen “Perejil”. Pero luego se determinó que había sido otro. Oiga, es terrible lo que hizo la justicia, acusó a un tipo, que para peor no estaba en su ciudad, de haber tomado un avión, ir a su casa, matarla a la mujer, tomar otro avión y volver al otro lado. Todo sin pruebas, sólo porque era factible. Si no era así, entonces era un crimen por encargo. Los periodistas pechaban, les gustaba el final del tema, como una novela policial.
Es terrorífico lo que hacen los periodistas cuando se ocupan de un caso policial cualquiera. Aquí en Santiago, sin ir más lejos, estropearon todo el caso del Doble Crimen de la Dársena, hicieron un despelote fenomenal, obligaron a renunciar al juez que primero tomó el caso, lo tumbaron a Musa Azar, que había sido amigo de la mayoría de los periodistas que después lo desconocieron como suelen hacer siempre, hasta hicieron caer el régimen de Carlos Arturo Juárez.
Y al final, ¿sabe qué?, resulta que el único culpable había sabido ser un puestero del mercado Armonía. En este caso sí, a casi nadie le quedó la duda, porque después al lugar donde hallaron los huesos de una de las chicas le pasaron la topadora, de Saravah, el lugar del que supuestamente la sacaron, no quedan ni rastros y si usted pregunta por el expediente en Tribunales, se le hacen los tontos, nadie lo tiene.
Por suerte en Santiago todos saben que Mangeri es el culpable.
Mangeri dicen.
Juan Manuel Aragón
A 23 de febrero del 2025, en Olivia. Comiendo empanadas.
Ramírez de Velasco®

Comentarios

  1. jajjajajjajjaj........ siiiii..... todos sabemos quien las matoooo.......

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