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Arturo Jauretche |
Una misma paradoja: lo que se intenta acallar, censurar o ridiculizar termina creciendo, fortalecido por sus adversarios
Esta crónica lo va a llevar de un lado al otro para explicarle algo simple: no siempre las cosas salen como uno quiere. Mejor dicho, a veces, al hablar mal de alguien, en vez de perjudicarlo, se beneficia. O, si quiere más sencillo: la crítica o represión, al final, terminan fortaleciendo lo que buscan debilitar. No se deje marear por el estilo “montaña rusa” del escrito y, a pesar de que es medio largo, sígalo, no lo va a defraudar.Después de la caída del régimen de Juan Domingo Perón, en 1955, Arturo Jauretche dijo: “Al peronismo lo desperonizó Perón y lo peronizaron los antiperonistas”. Qué quiso decir. En poco menos de diez años en el poder, el gobierno de Perón estaba desgastado por la crisis económica, pues cayeron los precios de las exportaciones agrarias, había inflación y escasez de divisas. Por otra parte, crecieron las tensiones sociales y políticas con la polarización entre peronistas y antiperonistas. Además, con la muerte de Eva Perón en 1952, el gobierno se quedó sin una figura clave para mover el apoyo popular. A eso se sumaron el control de la prensa, la represión a los opositores y la obligación de afiliarse al Partido Peronista, que generaron críticas por autoritarismo, alejando a sectores medios y liberales. Y el conflicto con la entonces poderosa Iglesia que, entre 1954 y 1955, con la legalización del divorcio y la enseñanza laica, dio motivo a sectores católicos a ponerse contra el gobierno. Esa fue, a muy grandes rasgos, la desperonización.Cuando llegó la Revolución Libertadora, Eduardo Lonardi, jefe de quienes tumbaron el régimen, dijo: “Ni vencedores ni vencidos”. Fue en Córdoba, el 16 de setiembre de 1955, apenas el gobierno que venía de 1946 dejó el poder. Fue una frase afortunada. Se entiende: una vez que los hermanos arreglan sus conflictos, es lógico que sigan su vida normalmente y vuelvan a la amistad. Pero, justamente por eso, menos de dos meses después cayó el gobierno. Y llegó al poder Pedro Eugenio Aramburu, del ala más dura de los militares, que venía con sed de sangre, de revancha. Comenzó entonces una estúpida represión al régimen caído, que llegó a prohibir que se escribiera el nombre de Perón y obligó al uso del “Tirano prófugo”. Si quiere, también con trazos muy gruesos, así se peronizó el país.
La historia se repite, vea usté. Guillermo Héctor Francella, un actor conocido mayormente por haber hecho papeles cómicos en el cine, hace unos días lanzó una provocación a quienes podrían estar en contra de su última película, Homo Argentum. Dijo, entre otras cosas, que hay un tipo de cine nacional “muy premiado, pero que le da la espalda al público”, señalando que esas películas son vistas por “cuatro personas, ni la familia del director va”. Y un montón de cosas más. Quienes no están de acuerdo con él, en vez de callarse o declarar someramente: “Y buéh, qué se puede esperar de alguien así”, atacaron la película y al propio Francella con toda su alma. Lo acusaron de buscar que el país retroceda. Sostuvieron que “está mal” validar el cine solo “si tiene una cierta cantidad de espectadores”. Le atribuyeron haber sido “siempre un empleado del establishment audiovisual, sin muchas luces más que para eso”. Dijeron que la película “es malísima”. Calificaron de “espantosos” sus dichos. Criticaron el film sosteniendo que era una “colección de chistes malos”.
Las declaraciones en contra de la cinta fueron más numerosas y destacadas en la prensa, especialmente las de Pablo Echarri, Katja Alemann, Osvaldo Quiroga, Marina Bellatti, Rafael Ferro y Nancy Pazos, que lanzaron críticas a los dichos de Francella y al contenido de Homo Argentum. Y lograron el efecto contrario: convirtieron una cinta que, para muchos entendidos apenas llega a mediocre, en un éxito fenomenal de público.
Hay fenómenos que trascienden las malas semblanzas iniciales. Como que, en el orden nacional, el Martín Fierro fue despreciado por los entendidos de Buenos Aires, los que supuestamente estaban en la pomada de lo que se debía leer en el país. Y, muy a su pesar, la obra de José Hernández los trascendió, los pasó por encima, los dejó del tamaño de una hormiga. Sin ir más lejos, en Santiago del Estero, de Dalmiro Coronel Lugones se dijo en su tiempo que era un poeta menor. Se lo intentó minimizar sosteniendo que era un vate popular. Estaba a la orilla de los grandes —y graves— poetas de su tiempo: jugaba en la B. Sin embargo, hoy cualquier santiagueño sabe de memoria, aunque sea una estrofa del Romance de mis tardes amarillas. Y pocos conocen la producción de las supuestas luminarias que lo criticaron.
Hay un humor de trazo grueso, por dar un caso, el de Alberto Olmedo y Jorge Porcel. En la vereda del frente está el de Les Luthiers (Le Lütié). El nombre los identifica. Cada uno tiene su público y, durante bastante tiempo en la Argentina, desde ninguno de los dos costados se cuestionó la esencia del otro. De hecho, cierto sector que ahora sería anti-Francella celebraba los chistes de Olmedo, su forma de humor y su popularidad, sin dejar de gustar de los otros. Como que hay gente que gusta de la música de Ástor Piazzolla, Los Wawancó y, cuando puede, oye a Ludwig van Beethoven interpretado por la Filarmónica de Viena. ¿Cuál es el problema? Ninguno.
Algo parecido sucedió con el cristianismo en sus primeros tiempos. En vez de mandarlos al circo con los leones, los romanos bien podrían haber dicho: “Tenemos un montón de dioses, todos divertidos, llenos de aventuras, encuentros y desencuentros, enseñanzas, maldades y bondades, y cosas mágicas. El de ellos, en cambio, es uno solo y, para peor, al final termina perdiendo”. El cristianismo igual iba a imponer sus ideas, pero, en una de esas, sin sus mártires, demoraba mucho más en demostrar que era la Verdad Revelada.
Si hubo un pícaro en esta historia fue Francella, que tiró la primera piedra esperando, lógicamente, que alguien le respondiera. Podría haberle salido mal la jugada si lo ignoraban, lo ninguneaban —verbo que ya figura en el diccionario de la Real Academia— o lo minimizaban. Pero entraron como caballos en su juego y salieron, lanza en ristre, a atacarlo, a defenestrarlo. El resultado fue que mucha más gente de la que los mismos productores de la película pensaban compró su entrada para verla.
Fueron por lana y salieron trasquilados.
¿Usté qué opina?
Juan Manuel Aragón
A 20 de agosto del 2025, en Antajé. Comprando alfita para el flete.
Ramírez de Velasco®
Ha sido poco menos que inevitable ver y escuchar gente hablando mal y algunos bien de Francella y la película. Me han despertado la curiosidad. Capaz que vaya a verla, por obra y gracia de tanta gente enfrentada por causa de una película... ¡Por una película!
ResponderEliminarPienso que las declaraciones de Francella fueron oportunas. El arte argentino ha decaído mucho desde que es protagonizado por mercenarios subvencionados.
ResponderEliminarPor supuesto que a las obras se las valora por cuanta gente disfruta de ellas.
Pienso que la gente tiene que ver esa película y sacar sus propias conclusiones.
Por lo que he leído tiene valor como entretenimiento y diversión. Cada asistente luego decidirá si el contenido y trama le hacen honor al título.
Tal cual. Aunque no es novedoso lo que dice, está muy bien escrito y explicado
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