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ESPANTOS El Petiso Fantasma asustaba en el Bajo

Una de las últimas veces en el pago

La nota que nunca publiqué cuando volví del pago por última vez

En unas vacaciones del diario anduve por el pago, Sol de Mayo, departamento Jiménez, como laburaba de periodista en un diario y andaba cargando el carné, aproveché para hacer algunas notas referidas a un fantasma Petiso que había aparecido hacía unos días y tenía a todo el mundo hablando solamente de eso. Que el Petiso de aquí, que el Petiso de allá, que el Petiso esto, que el Petiso aquello, no había otro tema de conversación. 
Un decir, llegaba a una casa y me preguntaban: “Usté qué opina”, “qué opino de qué”, “del Petiso del Bajo”. Me quedaba callado y sólo decía: “Qué barbaridad, ¿no?”, porque no tenía qué agregar. Hasta que, a los dos o tres días, pelé el carné y salí a enfrentar a los que decían haber visto el espanto en vivo y en directo.
Miguel Llodrá narró que varios días le duró una ´tiritación´ en todo el cuerpo—así lo anoté—y que le volvía ese tembladeral de las carnes cuando se acordaba:
—Venía tranquilo en el Bayo Viejo, sillonero muy mansito y de repente me quiere bellaquear, cuando se calma un poco, miro para atrás y tenía un bulto negro en las ancas. Me he asustado mucho, imaginesé, no sabía qué hacer, le tratado de pegar unos azotes, al Petiso, pero le daban todos al flete, salió a la vareada y cuando estaba enfilando para entrar al callejón que llevaba a las casas ya no estaba más.
—Y él, qué hacía.
—¿Quién?
—El espanto.
—Nada, calladito venía. Me he dado cuenta de que era Petiso porque era chiquito y las piernitas le llegaban hasta ahí nomás.
—¿No ha dicho nada?
—Nada, ni un quejidito ha echao.
Miguel es un amigo de la infancia, serio, callado, trabajador. Después de casarse consiguió trabajo en el ingenio Concepción, en Tucumán, como tractorista. Esa vuelta andaba de paseo cuando se dio el encontronazo. Con esto quiero decirle que no era un charlatán o uno cualquiera de aquellos pagos, sino un cristiano acreditado.
Siempre espantaban en el Bajo de Sol de Mayo, un lugar que por aquel entonces metía miedo. De un lado plantas grandes de algarrobo negro, algunas secas, amenazaban como pinzas recortadas contra las estrellas, en las noches alumbradas por la luna, del otro, el pasto ruso del cerco grande de don Tesoro.
A Juan Santillán, de la Isla, también le pasó, iba en bicicleta, se cayó y sintió como que esa sombra negra le pasaba por encima, pero cuando le fui a preguntar, en la casa me avisaron estaba en la arrancada de poroto, en Salta. Me perdí su testimonio, también era alguien serio, buen padre de familia, no iba a andar mintiendo.
Doña Pila, la rezadora, cuando volvía del velorio del finao Felisardo con su nieta, la Rosi Díaz, lo toparon al Petiso. Entre rezo y rezo se les hizo tarde en el Rincón del Carmen, alguien les ofreció quedarse a dormir, pero dijeron que se irían nomás, tenían que cocinar para los hombres de la casa, que habían quedado solos. El camino se les volvió noche oscura. Y lo toparon al maldito.
—Era como un bulto de este tamaño y nosotras hemos agarrado a retarlo.
—¿Qué le decían?
—Mi abuela le gritaba de todo mientras le mostraba un crucifijo.
—¿Vos qué hacías?
—Le decía “Cruz Diablo”, “Malo, fuera de aquí”, ”Fuera Demonio”.
—¿Han tenido miedo?
—Al principio sí, la mula se ha alborotado, se ha hecho para la banquina, agatas la hemos sujetado. Pero después como que ya no le molestaba tanto el espanto.
—¿Y después?
—Nos ha dado mucha rabia y lo retábamos, le hemos dicho que era un hijo de tal por cual, que se mande a mudar por donde había venido maula, y un montón de cosas más. Y al rato no lo hemos visto más.
—Pero, ¿les ha dicho algo?
—Nada, calladito nomás estaba todo el rato.
Luis Galván, hijo de la finada Elisa Melián, del Bajo Alegre, también lo topó una noche, cuando volvía del baile en El Bobadal. “No me quiero acordar, vea”, me dice. Le aviso que había ido de Santiago: “A esto nomás, me han mandado del diario, así que mejor que me cuente”. Narra que lo vio de lejos, había luna, la noche estaba clarita. Al principio pensó que era un tronco, después cuando se movió un poco creyó que se trataba de un perro. Se queda callado, como haciendo fuerza para recordar.
—¿Y? — lo apuro.
—Se me ha venido al humo. Diga que siempre llevo un puñal. Cuando estaba encima le hice así para hincarlo, pero se ha hecho un lao, ya me veía perdido y se quedó quieto, así, a la misma distancia que estamos ahora con usté.
—¿Qué ha hecho?
—Le seguía tirando puntazos medio a lo loco nomás, porque ninguno le daba.
—¿Y qué ha pasado?
—Entonces ha aparecido una luz por la loma del Bajo, del lado del Bobadal.
—¿La famosa luz mala?
—No, la camioneta de Américo, venía tuerta, le faltaba un foco.
—¿Y qué ha pasado?
—Ya no lo he visto más al Petiso.
—¿Decía algo?
—No, bien calladito era.
—¿Qué le dijo Américo?
—Nada, ha pasado nomás.
—¿Y vos?
—Lo´i saludao.
—¿Y después?
—El Petiso ya no estaba. Y nunca más lo he vuelto a ver.
Una noche antes de volver, Juan Torres me invitó a cenar a su casa. Fui a caballo, en un oscuro que me prestaron. A la vuelta, pasada la medianoche, se largó una tormenta que te la voglio dire. Pasé por el bajo de Sol de Mayo en medio de los refucilos, los rayos, los truenos, el flete por ahí se pegaba unas espantadas furiosas. Pero no vi nada raro, no apareció el Petiso Fantasma ni la mujer de blanco ni el Almamula ni otro espanto ni nada de nada. Al otro día, como dije, me vine a Santiago, olvidé los apuntes en el cajón de un escritorio viejo. Y luego de tres mudanzas, ayer los volví a hallar. Agregué lo que recordaba, acomodé un poco los recuerdos y aquí está, por si quiere saber algo de los aparecidos en el pago, cómo son, qué hacen, esas cosas.
Por ahí me digo que nunca me aparecieron fantasmas porque no creo que existan. Pero también podría ser que soy un fantasma que anda por esos pagos, haciendo un rulo en el espacio—tiempo de un verano, de muchos veranos, de infinitos veranos que no han de volver nunca más. De noche me disfrazo de Petiso sólo para que el pago aquel no deje de recordarme que una de estas noches he de volver por última vez, hecho fantasma en un viento de desmemoriado olvido. Como viniendo del norte.
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. Que bien escribes Juan Manuel
    Ya hace tiempo que no leía algo así
    Muy bueno te felicito 👍
    Arq Maria a lopez

    ResponderEliminar
  2. Muy bueno Juan. Impecable relato. Lo lees en forma ágil.

    ResponderEliminar
  3. Leyendas urbanas.....y más que nada rurales.
    En Vialidad teníamos a "la mujer de blanco", que de pronto se te aparecía sentada al lado en la camioneta, o el camión, cuando ibas manejando a una obra. Iba un rato, ahí, sin decir nada, hasta que de pronto ya no estaba.
    A mi nunca me tocó......ni las de verdad tampoco.

    ResponderEliminar
  4. Y sigue andando el petiso ...mas chiquito lo han visto ...más juguetón y travieso...sigue apareciendo en las noches...en la plaza y bajo las luces eléctricas se sube a las escaleras y se larga de Cunca por el tobogán aquí en El Bobadal ! Conserva su poder de susto!

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