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INVESTIGACIÓN Las devociones marianas en Santiago

Nuestra Señora de la Consolación de Sumampa

La Virgen María ha sido particularmente trascendente desde los primeros años de vida de la provincia más antigua del actual territorio argentino


Por Amalia Josefina Gramajo de Martínez Moreno
y Hugo Norman Martínez Moreno

A modo de introducción destacaremos hechos importantes y de trascendencia para la historia del Iglesia del noroeste argentino y del país todo, en la etapa que llamaremos de “penetración del cristianismo”.
Hacia 1543 y 1546 comienza la gesta española de la conquista y colonización de las tierras del Tucumán. Con ella vienen sacerdotes de Cristo que acompañan al capitán Diego de Rojas y sus hombres para atenderlos en servicios religiosos, en esta etapa exploratoria.
La primera misa que se cantó fue en suelo santiagueño y otros oficios, incluso el del entierro del jefe expedicionario muerto por los indígenas.
La segunda “entrada” que estuvo a cargo del capitán Juan Núñez de Prado entre 1549 y 1553, fue de la etapa de asentamiento, de fundación de la ciudad de El Barco, la ciudad ambulante que reconoce tres instalaciones (en suelo de la provincia de Tucumán la primera, en la provincia de Salta la segunda y en la provincia de Santiago del Estero la tercera).
Con esta hace su penetración desde el Perú el cristianismo en la región indígena del Tucumán y empieza la acción misional transitoria que estará a cargo de los padres predicadores fray Gaspar Carvajal y fray Alonso Trueno.
A partir de la fundación de Santiago del Estero en 1553, única ciudad estable en el Tucumán hasta 1565, ella será la cabeza del proceso fundacional y el lugar donde se iniciará la plantación de la Iglesia de Cristo. En ella tomará asiento el primer curato, especie antigua de parroquia que desde Chile se creará en 1556 y se proveerá a fin de atender a los cristianos en esta parte de América. El Vicario General de Chile, sufragáneo de Lima, envió al presbítero Cedrón o Cerón.
Años también de la entrada de la orden Mercedaria (1557), a la llanura santiagueña para ocuparse, no sólo de la asistencia espiritual de los pobladores de la ciudad, madre de ciudades, que ya poseía ermitas (a Santa Lucía, San Fabián y San Sebastián) e Iglesia, sino también para encargarse de la evangelización de los pueblos de indios, es decir atender doctrinas volantes donde se enseñaran los fundamentos de la fe y el evangelio de Cristo.
Poco tiempo después, en 1561, desde Chile vino al Tucumán el primer vicario foráneo, presbítero Francisco Hidalgo, que tuvo por sede Santiago del Estero, única ciudad existente en esos años de las varias fundadas en el Noroeste y que los indígenas habían ido destruyendo.
Al crearse la gobernación del Tucumán en 1563 bajo la jurisdicción, tanto en lo civil como en lo eclesiástico de Charcas, se impulsaron desde Santiago del Estero, nuevas acciones misionales volantes, que eran desarrolladas en forma temporaria.
Tuvo como protagonistas en esta etapa de evangelización, no sólo la orden mercedaria sino también la orden franciscana que por 1565, entró en este ámbito, siendo la primera en asentarse y levantar casa y convento.
La labor espiritual es dirigida hacia los pobladores de la urbe y sus alrededores y a los pueblos de indios de la extensa región del Tucumán, surgiendo las doctrinas o beneficios de indios para una particular atención de ellas y con sacerdotes entendidos en lenguas.
Por 1570, acontece la creación del Obispado de Tucumán, solicitado por el rey Felipe II a Pío V. Luego de varias promociones, recién en 1578 es fraile dominico Francisco de Victoria, el que entró a su cargo de la diócesis.
La ciudad de Santiago del Estero, a fines del año 1581 vino a ser así la seda como ya lo era del gobierno civil como de la primera silla episcopal argentina.
Este hecho debía hacer a la normalización de la vida religiosa de la gobernación, previa su organización y al a intensificación de la acción evangelizadora. Lo primero, recién pudo alcanzarse en el gobierno eclesiástico del obispo Trejo y Sanabria y lo segundo comenzó a darse con el aporte de los padres jesuitas que llegaron casi al final el año 1585.
Cabe destacar la obra de pacificación de ánimos y espíritu que logró fray Francisco Solano entre los habitantes de Santiago del Estero entre 1590 y 1594, y la labor de conversión de los indígenas del Chaco, Santiago y La Rioja.
Por 1594 se instalaron definitivamente los padres predicadores.
Al comenzar el siglo XVII un sínodo efectuado y otros dos por llevarse a cabo (1606-1607) y la creación de un seminario en Santiago del Estero en 1611, para formar el clero, dan la pauta de que se estaba marchando por caminos positivos.

Las órdenes religiosas primeras
y sus devociones marianas

En la historia de la Iglesia del Tucumán, tuvieron las órdenes religiosas una parte importante en lo que hace a la introducción de las devociones marianas, a medida que avanzaban en su labor evangelizadora y de conversión.
Hoy al rastrear su paso por el noroeste argentino, están claras sus huellas, precisamente porque se reconoce el tránsito por tal o cual lugar, debido a las devociones marianas que animaron y sostuvieron. Así por toda la región nos encontramos con capillas y santuarios donde se venera la Inmaculada Concepción, devoción propia de los franciscanos o de Nuestra Madre de las Mercedes Redentora de Cautivos, padrona de la orden mercedaria. La Virgen del Rosario traída por los padres predicadores o dominicos, Nuestra Señora de la Consolación, entronizada por los agustinos, también la Virgen de Loreto por los jesuitas.
Señalaremos que los padres franciscanos del protoconvento de la ciudad madre de ciudades Santiago del Estero, establecidos con casa y templo en 1565, habían instituido la cofradía de la Inmaculada o de la “Purísima” hacia fines del siglo XVI y propagaron fervientemente la devoción a la Viren en el misterio y privilegio de la Inmaculada Concepción.
En el archivo del convento de Santiago hemos localizado documentos antiguos referentes a la devoción mariana, uno de ellos es una Cédula Real del 6 de marzo de 1622, por la cual se autoriza al convento a celebrar “con toda solemnidad dicha fiesta”
La Iglesia americana estaba estrechamente ligada a la de la madre patria y el patronato de la Virgen María no solo lo tenía España y sus pueblos, sino también los del Nuevo Mundo. Corresponde hacer notar que en España el patronato de la Virgen bajo el título de su Inmaculada Concepción, fue solicitado por el rey Carlos III a instancias de las Cortes, recién en el año 1700, concediéndolo el Papa Clemente XIII para España y Las Indias.
Este hecho demuestra el profundo amor a la Madre del Salvador que el pueblo español y sus reyes tenían, el cual había sido trasplantado también a estas tierras y, prendido ardientemente en manifestaciones extraordinarias, por todo el Tucumán, siendo el significativo documento mencionado una prueba cabal de ello.
Como lo fue también la proclamación del misterio de su Concepción Inmaculada que se efectuó en la ciudad de Salta luego de la celebración religiosa de los cultos a la Virgen, con gran poma, el 8 de diciembre de 1658. Ceremonia que fuera autorizada por el quinto obispo del Tucumán, fray Melchor Maldonado Saavedra, ante la petición del Cabildo secular de Salta y el clero de dicha ciudad, oportunidad en que se proclamó el misterio mariano y el juramento solemne de defenderlo en todo momento.
Este hecho aconteció en la iglesia de San Francisco, donde el vicario maestro Pedro Carrizo de Hores, en nombre del Ilustrísimo fray Melchor Maldonado de Saavedra y por comisión especial suya, aceptó el voto y juramento del clero, cuerpo capitular y pueblo en reunión pública, espontánea y expresiva de hondo contenido. Guiados todos por una inspiración de verdad, sostiene el presbítero Julián Toscazo, historiador de la iglesia salteña, a quien seguimos en este pasaje.
Era visible y fuerte el amor y la confianza que dominaba el espíritu de los habitantes de Salta, en la excelsa protectora, colaboradora en la obra redentora de Jesucristo.
Como monumento de fe y de historia ha quedado el acta labrada del solemne acto ue más tarde la Iglesia, con criterio infalible, proclamó como verdad dogmática. Así fue ya que dos siglos y medio después, el 8 de diciembre de 1854, el augusto pontífice Pío IX, definió la verdad proclamada en Salta del Tucumán, cuyos habitantes se adelantaron con sus manifestaciones piadosas de fe y que pudieron cantarle así a María: “¡Oh! Serenísima Reina de los Ángeles, Puerta Oriental, Vara de José florida, Aurora de vuestro hijo, Sol de la Iglesia, Madre de nuestro Redentor, Abogada nuestra y de pecadores, recibid por vuestra gran piedad el afecto de vuestro precioso hijo y siempre tenednos bajo vuestro amparo y protección”.
Otro testimonio evidente, lo constituye el documento existente en el archivo franciscano de Santiago del Estero, por el cual se concede el privilegio de celebrar misa de la Inmaculada Concepción, todos los días sábados, según las normas litúrgicas. Se trata este singular documento de un Indulto Apostólico del Papa Pío IX, dado el 25 de setiembre de 1865.

El obispo Melchor Maldonado de
Saavedra y su promoción mariana

El promotor por excelencia del culto mariano lo fue sin duda el quinto obispo del Tucumán con sede en Santiago del Estero, fray Melchor Maldonado de Saavedra, rendido servidor de María y devoto fiel. Confiaba y esperaba en el poder intercesor de la Virgen, cuyas glorias ensalzó y publicó.
Este obispo fue promovido en el año 1632 por el Papa Urbano VIII y llegó al Tucumán en 1634 y en carta al Rey le comunica que la situación de este territorio “era grave y con un estado social difícil”. La realidad histórica al momento de su llegada era verdaderamente grave pues se había producido ya el levantamiento calchaquí, además los vecinos de las ciudades estaban divididos en bandos por intereses de cargos, dominaban los clanes familiares y hacía cuestión de prestigio y poder la clase principal. El gobernador de esos años, Felipe de Albornoz, pidió una reforma al Rey, que no se autorizó. El gobernador trató entonces de poner paz en los espíritus pero no lo consiguió.
La llegada del Obispo fue providencial porque la Iglesia que hacía de freno espiritual se encontraba debilitada por la falta de jerarquía eclesiástica. Con tal situación, era necesaria la presencia y guía. Y el Obispo brindó este auxilio ampliamente, ya que fue esforzado pastor que se sacrificó en demasía en sus 27 años de gobierno eclesiástico.
A través de dos sínodos y de la permanente predicación y adoctrinamiento al indígena, trató de buscar una adaptación al momento histórico que atravesaba el Tucumán, así lo consideramos nosotros, basados en el juicio crítico a su persona y obra, que hizo en su propia época el Cabildo Eclesiástico en Santiago del Estero, acerca de su buen proceder y acertado gobierno en una carta dirigida al Rey en el año 1639.
Mucho le preocupó la situación social, cultural y religiosa en que vivían los indígenas y sus intervenciones y medidas hasta le provocaron conflictos. A pesar de ello su espíritu no decayó y planteó a través de denuncias y alegados el verdadero estado de las cosas.
Su protagonismo fue intenso y a no dudar, que buscó permanentemente el auxilio de María Santísima en sus plegarias diarias en el oratorio propio que había hecho levantar o ante los altares de las capillas que visitó en su recorrido pastoral por reiteradas veces. Su promoción mariana fue intensa, así lo dejan entrever sus cartas.
Es probable que fuera él quien diera el título de Nuestra Señora de la consolación a la imagen de María y su Hijo, que había llegado del Brasil a la heredad y viña de Sumampa, al sur de Santiago del Estero, en el año 1630. Si bien se hizo cargo del obispado apenas unos cuatro años después, de inmediato llegó allí, en visita pastoral.
Monseñor Juan Prexas cree posible lo sostenido precedentemente porque la devoción a Nuestra Señora de la Consolación era propia de la orden Agustina en Oporto, Portugal.
En esos primeros años de su llegada, monseñor Maldonado de Saavedra envió a misioneros jesuitas, los padres Andrés Varela y Pedro Martínez, a evangelizar por las márgenes del río Dulce, región densamente ocupada por poblaciones indígenas, los tonocotés, también llamados juríes, habitantes de esa llanura. Creemos que los padres jesuitas fueron los que entronizaron allí la devoción de María en la advocación de Loreto, devoción difundida precisamente por esa orden y que, con el tiempo se afirmó, llegando al presente.
Conocemos también que hacia el año 1646, el Obispo, a fin de promover con mayor intensidad el amor a María Santísima en la ciudad de Santiago, fundó el 11 de agosto, la cofradía de Nuestra Señora del Carmen en la Catedral. Cofradía que hasta el día de hoy subsiste con fuerza en la ciudad y Catedral de Santiago del Estero.
En el Valle de Catamarca en ese mismo siglo, en la década del 30 se levantó el primer templo en honor a la Virgen del Valle.
A los pocos años el Obispo autorizó el pase del sacerdote Juan de Aquino, párroco en Londres de Pomán, al curato del Valle con asiento en Valle Viejo y, el lógico poensar, que apoyó la organización que hizo este padre de los cultos a la Virgen.
El presbítero Ramón Olmos sostiene incluso que Maldonado de Saavedra creó el curato de naturales en el Valle, por los años 40, para dar atención a los indígenas de la región que eran rendidos devotos de María.
(Un capítulo del libro “María en Santiago del Estero”, de ediciones V Centenario).
Ramírez de Velasco®

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