Ir al contenido principal

1918 ALMANAQUE MUNDIAL Cárcel para Bertrand Russell

Obtuvo el premio Nobel

En esta fecha de 1918, el filósofo inglés fue encarcelado por su opinión en favor del pacifismo cuando su país estaba en guerra


El 11 de febrero de 1918, Bertrand Russell fue condenado a seis meses en la prisión de Brixton. Fue procesado por un editorial que escribió para el semanario de una organización pacifista, durante la Primera Guerra Mundial.
Se llamaba Bertrand Arthur William Russell y había nacido el 18 de mayo de 1872. Fue un filósofo, matemático, lógico y escritor inglés, ganador del Premio Nobel de Literatura. Tercer conde de Russell, era de una de las familias aristocráticas más prominentes del Reino Unido.
Era hijo del vizconde de Amberley, John Russell, y ahijado del filósofo John Stuart Mill, cuyos escritos influyeron en su vida. Se casó cuatro veces y tuvo tres hijos.
A principios del siglo XX, encabezó la “revuelta contra el idealismo” británico.​
Influyó en la filosofía analítica, apoyó la idea de una filosofía científica y propuso aplicar el análisis lógico a problemas tradicionales, como el problema mente-cuerpo o la existencia del mundo físico.
Su ensayo filosófico Sobre la denotación es considerado un “paradigma de la filosofía”.
Su obra tuvo bastante influencia en matemática, lógica, teoría de conjuntos, inteligencia artificial, ciencia cognitiva, informática, filosofía del lenguaje, epistemología, metafísica, ética y política.
Fue activista pacifista contra la guerra y defendió el antiimperialismo.​ Se consideraba liberal y socialista, aunque a veces sugería que “nunca había sido ninguna de estas cosas, en un sentido profundo”.​
Para él la Segunda Guerra Mundial fue un mal menor necesario: criticó a Hitler y al totalitarismo estalinista, condenó la participación de Estados Unidos en la guerra de Vietnam y defendió el desarme nuclear. El Premio Nobel de Literatura de 1950 se lo otorgaron “en reconocimiento a sus variados y significativos escritos en los que defiende los ideales humanitarios y la libertad de pensamiento”.​
Cuando lo pusieron preso no era la primera vez que enfrentaba a los poderes de emergencia promulgados por el estado británico en tiempos de guerra. Los disidentes fueron muy impopulares durante la Primera Guerra. Fueron perseguidos por leyes que pisotearon las libertades civiles, despreciados por un público patriótico y ridiculizados por la prensa popular.
En junio de 1916 fue multado con 100 libras esterlinas al admitir que era autor de un folleto que atacaba el duro trato hacia los objetores de conciencia británicos. Perdió su cátedra en el Trinity College de Cambridge, donde había construido su enorme reputación como filósofo y lógico y coautor de Principia Mathematica.
En 1916, movió a las autoridades a actuar en su contra, anticipando que podría transformar la sala del tribunal en una plataforma de protesta. Dieciocho meses después no tenía tal agenda de confrontación. Agotado y desilusionado por la campaña por la paz, planeaba volver de todo corazón a la filosofía y ya había dado pasos en esa dirección.
La decisión de enjuiciarlo por segunda vez parece haber sido por venganza. El juez mostró ese espíritu al sentenciarlo a la segunda división del sistema penal británico. Russell estaba mucho más preocupado por las duras condiciones de confinamiento como prisionero de esa clase que por la pérdida de su libertad.
Cuando se apeló su condena, alentó a sus seguidores académicos a solicitar al Ministro del Interior que lo encarcelara como prisionero de primera división y así acceder a un trato privilegiado. Su protector filosófico más influyente, Arthur Balfour, también fue secretario de Relaciones Exteriores en un gobierno que se opuso enérgicamente a la política pacifista de Russell.
El 1 de mayo, el magistrado del tribunal de apelación confirmó el veredicto, pero ordenó que se cumpliera la pena en la primera división de la prisión de Brixton.
Este fallo fue un gran alivio. Russell zafó de la estricta disciplina, las pequeñas crueldades y el arduo trabajo de la segunda división. Se le permitió amueblar su celda, usar ropa de civil, comprar comida y, no trabajar mientras ejercía su profesión de autor. Aunque apenas estaba jubiloso ante la perspectiva de seis meses tras las rejas, vio su castigo con una extraña ecuanimidad y en realidad dio la bienvenida a unas “vacaciones de la responsabilidad”, como le dijo a su hermano en una carta.
Al comienzo de su sentencia pidió con éxito privilegios de correo adicionales. Privado de contacto humano regular dentro de Brixton, la cárcel aumentó sus ansias epistolares. Su disputa con funcionarios de la prisión, sus solicitudes e instrucciones de rutina a los editores y editores, y la carta semanal aprobada, son sólo una parte de su correspondencia en la prisión. Con la complicidad de visitantes a quienes, según las normas penitenciarias, se les permitía pasar 30 minutos con él cada uno.
Las cartas desde la cárcel tienen gran interés histórico y los destinatarios dieron fe de inmediato de su calidad literaria. Algunos pasajes se han vuelto casi famosos. Russell no fue el primer pensador distinguido en producir escritos de valor duradero bajo condiciones de cierta coacción. Era consciente de su lugar en esa infeliz, pero venerable tradición de persecución política. Sus cartas brindan reveladores conocimientos autobiográficos e iluminan un estado mental que se desvía de la esperanza ilimitada sobre su futura vida intelectual y personal a la angustia apática y las recriminaciones celosas.
En su celda leyó mucho sobre historia y ficción, así como sobre filosofía. Cultivó un interés particular en las memorias de la Revolución Francesa, no para buscar consuelo en el pasado, sino porque estaba sorprendido por los paralelismos entre esos tiempos turbulentos y los suyos. En la correspondencia de la prisión aparecen personajes de la vida intelectual y literaria británica contemporánea.
La guerra siempre fue una intrusión, que Russell previó sombríamente que continuaría incluso cuando la resistencia militar alemana comenzaba a desmoronarse durante las últimas semanas de su sentencia (que terminó, repentinamente y seis semanas antes, el 14 de septiembre).
Aunque continuó brindando apoyo moral al movimiento de objetores de conciencia y trató de asegurarse de que él mismo no sería llamado al servicio militar después de su liberación, mostró poco interés en dar forma a la estrategia política pacifista desde dentro de Brixton.
Quizás, muchas de las cartas de la prisión son extremadamente íntimas, ya que Russell revisó los fracasos de su romance pasado con lady Ottoline Morrell y anticipó con entusiasmo un futuro idílico posterior a Brixton (que se le escapó) con quien era su amante, lady Constance Malleson.
Murió el 2 de febrero de 1970, a los 97 años. Pero para tratar acerca del resto de su larga vida, habrá que esperar otra oportunidad. Hoy el asunto era su cárcel y a la cárcel se atuvo la crónica.
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. Su cambio desde el idealismo al empirismo epistemiológico dió grandes frutos a la ciencia. Sus trabajos en lógica de conjuntos fueron los precursores del desarrollo de los programas de computación.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares (últimos siete días)

FÁBULA Don León y el señor Corzuela (con vídeo de Jorge Llugdar)

Corzuela (captura de vídeo) Pasaron de ser íntimos amigos a enemigos, sólo porque el más poderoso se enojó en una fiesta: desde entonces uno es almuerzo del otro Aunque usté no crea, amigo, hubo un tiempo en que el león y la corzuela eran amigos. Se visitaban, mandaban a los hijos al mismo colegio, iban al mismo club, las mujeres salían de compras juntas e iban al mismo peluquero. Y sí, era raro, ¿no?, porque ya en ese tiempo se sabía que no había mejor almuerzo para un león que una buena corzuela. Pero, mire lo que son las cosas, en esa época era como que él no se daba cuenta de que ella podía ser comida para él y sus hijos. La corzuela entonces no era un animalito delicado como ahora, no andaba de salto en salto ni era movediza y rápida. Nada que ver: era un animal confianzudo, amistoso, sociable. Se daba con todos, conversaba con los demás padres en las reuniones de la escuela, iba a misa y se sentaba adelante, muy compuesta, con sus hijos y con el señor corzuela. Y nunca se aprovec...

IDENTIDAD Vestirse de cura no es detalle

El perdido hábito que hacía al monje El hábito no es moda ni capricho sino signo de obediencia y humildad que recuerda a quién sirve el consagrado y a quién representa Suele transitar por las calles de Santiago del Estero un sacerdote franciscano (al menos eso es lo que dice que es), a veces vestido con camiseta de un club de fútbol, el Barcelona, San Lorenzo, lo mismo es. Dicen que la sotana es una formalidad inútil, que no es necesario porque, total, Dios vé el interior de cada uno y no se fija en cómo va vestido. Otros sostienen que es una moda antigua, y se deben abandonar esas cuestiones mínimas. Estas opiniones podrían resumirse en una palabra argentina, puesta de moda hace unos años en la televisión: “Segual”. Va un recordatorio, para ese cura y el resto de los religiosos, de lo que creen quienes son católicos, así por lo menos evitan andar vestidos como hippies o hinchas del Barcelona. Para empezar, la sotana y el hábito recuerdan que el sacerdote o monje ha renunciado al mundo...

ANTICIPO El que vuelve cantando

Quetuví Juan Quetuví no anuncia visitas sino memorias, encarna la nostalgia santiagueña y el eco de los que se fueron, pero regresan en sueños Soy quetupí en Tucumán, me dicen quetuví en Santiago, y tengo otros cien nombres en todo el mundo americano que habito. En todas partes circula el mismo dicho: mi canto anuncia visitas. Para todos soy el mensajero que va informando que llegarán de improviso, parientes, quizás no muy queridos, las siempre inesperadas o inoportunas visitas. Pero no es cierto; mis ojos, mi cuerpo, mi corazón, son parte de un heraldo que trae recuerdos de los que no están, se han ido hace mucho, están quizás al otro lado del mundo y no tienen ni remotas esperanzas de volver algún día. El primo que vive en otro país, el hermano que se fue hace mucho, la chica que nunca regresó, de repente, sienten aromas perdidos, ven un color parecido o confunden el rostro de un desconocido con el de alguien del pago y retornan, a veces por unos larguísimos segundos, a la casa aquel...

CALOR Los santiagueños desmienten a Borges

La única conversación posible Ni el día perfecto los salva del pronóstico del infierno, hablan del clima como si fuera destino y se quejan hasta por costumbre El 10 de noviembre fue uno de los días más espectaculares que regaló a Santiago del Estero, el Servicio Meteorológico Nacional. Amaneció con 18 grados, la siesta trepó a 32, con un vientito del noreste que apenas movía las ramas de los paraísos de las calles. Una delicia, vea. Algunas madres enviaron a sus hijos a la escuela con una campera liviana y otras los llevaron de remera nomás. El pavimento no despedía calor de fuego ni estaba helado, y mucha gente se apuró al caminar, sobre todo porque sabía que no sería un gran esfuerzo, con el tiempo manteniéndose en un rango amable. Los santiagueños en los bares se contaron sus dramas, las parejas se amaron con un cariño correspondido, los empleados públicos pasearon por el centro como todos los días, despreocupados y alegres, y los comerciantes tuvieron una mejor o peor jornada de ve...

SANTIAGO Un corazón hecho de cosas simples

El trencito Guara-Guara Repaso de lo que sostiene la vida cuando el ruido del mundo se apaga y solo queda la memoria de lo amado Me gustan las mujeres que hablan poco y miran lejos; las gambetas de Maradona; la nostalgia de los domingos a la tarde; el mercado Armonía los repletos sábados a la mañana; las madrugadas en el campo; la música de Atahualpa; el barrio Jorge Ñúbery; el río si viene crecido; el olor a tierra mojada cuando la lluvia es una esperanza de enero; los caballos criollos; las motos importadas y bien grandes; la poesía de Hamlet Lima Quintana; la dulce y patalca algarroba; la Cumparsita; la fiesta de San Gil; un recuerdo de Urundel y la imposible y redonda levedad de tus besos. También me encantan los besos de mis hijos; el ruido que hacen los autos con el pavimento mojado; el canto del quetuví a la mañana; el mate en bombilla sin azúcar; las cartas en sobre que traía el cartero, hasta que un día nunca más volvieron; pasear en bicicleta por los barrios del sur de la ciu...