Hegel y Marx |
Hay un punto de convergencia que va de una a la otra punta del espectro político en que ambos extremos se tocan y son lo mismo, hasta con el mismo olor
Querían hacernos creer que estaban en otras cosas, más importantes, trascendentales, fundaban el tiempo que se venía y que había de durar al menos cien años, che. De un lado decían que la solución pasaba por los regímenes que surgirían luego de la Revolución Sandinista de Nicaragua. Del otro tenían esperanzas en la línea liberal que trazaba Álvaro Alsogaray en la Unión de Centro Democrático. Igual no nos dejábamos amedrentar y cuando hablaban y pontificaban, discurseaban y conferenciaban, solamente decíamos: “Mmmhhh…”, y no nos quedábamos callados, porque sabíamos.Eran casi todos de nuestra misma generación y sabíamos que las izquierdas y las derechas extremas o no tanto, lo único que querían era hacerse ricas. Pero no con riquezas espirituales, compartidas con el pueblo ni qué niños envueltos, querían ser ricos personalmente, tener guita, dinero, money, biyuya, coshque, pero para ellos solitos, para su propio bolsillo, y lo usarían para sus futuras mansiones y lujos. Y boato. Si sus ideas mejoraban las condiciones de vida del pueblo, bien.Si no, peor para el pueblo. Eran tan importantes en sus pobres sitiales, que despreciaban hasta su propio origen. Par conseguir lo que deseaban estaban dispuestos a escupir a la madre en la cara. Por unos pesos más, la entregaban atada a los leones y por un puestito en la administración pública fungían como leones, la comían viva ellos mismos y al final pedían palillos para sacarse la carnecita entre los dientes. Muchos lo hicieron a la vista de todo el mundo.Más modernamente, cuando se dieron cuenta de que algunos vendrían a pedirles una especie de rendición de cuentas sobre su estado patrimonial y las incongruencias entre el origen, lo ganado después y la opulencia actual, convergieron en otra clase de izquierdismo: feminismo, veganismo, vegetarianismo, igualitarismo extremo y otras plagas quizás tan perjudiciales como el liberalismo apátrida o el socialismo matasiete del que provenían.
Si en la década del 70 se mataban entre ellos, unos en favor del libre mercado y otros buscando la patria cubana fusiladora, llegó el tiempo en que ambos se hallaron bregando por el derecho a matar chicos en la panza de la madre, total, a esa edad no chillan. Ahora en cambio, lo hacían en nombre de una revolución burguesa, que bien podría ser la síntesis de las dos ideas antitéticas. Engels, Hegel, Marx y Adam Smith, de todas maneras, se habrían revuelto de furor en sus tumbas.
Creíamos que en su militancia convencida en aquellos subgrupos políticos que proliferaban que luego de la vuelta del sistema republicano se escondían ideas superiores. Pero lo único que buscaban era *intimidad —para nombrarla suavemente— con alguna que otra chica, un puestito en la Municipalidad, si era en un ministerio mejor o, como mínimo, enganchar con algún pope del partido y comer de las migajas que caían de su mesa, en forma de pasajes de avión, asistencias a congresos con todo pago o enamorarle la hija y solucionar sus dramas económicos para siempre.
Ni siquiera entrábamos a discutirles políticamente, nos bastaba con señalarles sus pequeñas bajezas diarias para que nos dijeran, a saber: reaccionarios, fachos, derechosos, nazis. Lo que más rabia les daba era que no los atacáramos con nuestros misiles, no íbamos a gastarlos en palomitas, nos bastaba con pegarles por debajo de la línea de flotación: a su desmedida afición por el dinero. A cuatro manos.
A unos les demostramos que los cargos que consiguieron durante el gobierno del innombrable riojano los usaron para evadir millones de dólares que escondieron en paraísos fiscales, eso sí, en nombre del liberalismo que todo lo exculpa. Los otros vendieron sus años de cárcel por un puñado de dólares, en nombre del comunismo que todo lo exculpa. También en el gobierno del innombrable riojano, que entendió, primero que nadie, qué era lo que movía a los unos y los otros: el afán crematístico.
Para la mayoría, la gente es igual cuando nace y se vuelve a emparejar al momento de morir. Ellos, en cambio, socialistas y liberales, resultaron ser iguales a su mutua imagen en el espejo a la hora de contar los chelines. Vendían su pobre militancia por sucio dinero.
De un lado, Nicaragua, el bastión del anteúltimo socialismo del siglo XX, se convirtió, en el último tiempo, en un pobre remedo de Macondo, el pueblo imaginario de dictadores ideados por Gabriel García Márquez, ahora escenario de las locuras de Daniel Ortega y su esposa, humildes traidores a las ideas de toda una generación. Del otro, por citar un solo caso de la imagen espejada de los comunistas a la violeta, Adelina Dalesio de Viola y sus hijos mantienen activa una cuenta offshore en las islas Vírgenes.
De un extremo político al otro, todo queda en familia.
©Juan Manuel Aragón
*Intimidad con chicas. Garchar minitas (Del “Diccionario moderno del argentino delicado”, del autor. En preparación).
Pienso que es un error comparar una ideología con un sistema económico, ya que cada uno por su lado han producido resultados totalmente diferentes en los casos en que cada experimento ha sido probado.
ResponderEliminarNo hay un solo antecedente que muestre que la ideología socialista marxista haya producido un resultado favorable de desarrollo y progreso en el mundo, ya no digamos haber alcanzado la prometida utopía de bienestar común eterno. Si bien es evidente que sus impulsores son los únicos que terminan disfrutando del fausto y la opulencia, todo a su alrededor termina siendo tierra arrasada.
El sistema de mercado capitalista, propuesto por Adam Smith, si bien como todo sistema puede degenerar en procesos indeseables y deformaciones nocivas, es el que, aplicado en el contexto y con un respaldo de instituciones sólidas de controles y balances, como lo proponía Montesquieu, ha dado como resultado la revolución industrial, la generación de la riqueza, el desarrollo tecnológico del mundo occidental y el progreso en salud, educación y bienestar que ha alcanzado esta parte del mundo. Solo alguien que hubiera vivido debajo de una piedra estos últimos 100 años lo podría negar.
Tambien es una impresición sugerir que tanto esa ideología marxista como ese sistema capitalista sean los que han resultado en la actual debacle de los países latinoamericanos. Como sugerí anteriormente, en países sin instituciones sólidas (en La Argentina estan tan dehilachadas que prácticamente han desaparecido), cualquier sistema que se pruebe o implemente resultará en distorsiones y degeneraciones como las que hoy nos toca vivir. Ningún sistma o ideología dejada al libre manejo de personas con autoridad concentrada, sin los debidos controles y balances institucionales (tres poderes independientes, cuerpo de autoridad y control incorrupto, constitución no manipulada, etc.), puede generar prosperidad y todos los intentos acabarán en sucesivos fracasos y debacles de todo tipo.....Suena familiar?
El artículo compara una ideología de probado fracaso, que jamás a dado lugar a desarrollo alguno y que a la fecha ha causado mas de 120 millones de muertos, con los casos de deformaciones y distorsiones del sistema de mercado que se han experimentado en latinoamérica. En ese sentido la comparación no es justa ni válida, a mi modo de ver, porque solo del lado del sistema de mercado propuesto por Adam Smith es que se pueden contar casos de éxito, que han permitodo que desde mediados de 1800 la población mundial pase de un 81% de pobreza al 11% que tenemos hoy en el mundo.
Hablar sobre el progreso tecnológico, expectativa de vida, educación, etc. sería extender excesivamente este comentario. Supongo que cada lector interesado podrá buscar las cifras si lo desea. En todos los casos fueron las economías de mercado y su impulso a la inovación, al desarrollo científico, a la educación y al bienestar general, las responsables de todo ese progreso.