Ir al contenido principal

CUENTO Una historia sabida

Una felicidad paradisíaca

“Así nombró las huellas del bosque, le halló la forma a los días y supo cómo señalarme de formas diferentes…”

Algo se movía tras los arbustos, no era Mujer, porque ella siempre que me olía cerca, hablaba o se hacía notar, sino un ser que no había visto nunca. Le puse de nombre `animal´ y me pareció que estaba bien. A su lado había otro, pero tenía astas y una forma distinta. Decidí que el primero sería `caballo´ y al otro le puse `vaca´. Se lo conté a Mujer y dijo que sería una bonita manera de nombrarlos.

Supe que tenía la facultad de poner nombres a las cosas que veía, que era lo mismo que ser su dueño. A un bicho pequeño, negro y con alas, le puse ´escarabajo´, a otro más grande y con otra forma muy distinta lo llamé `rana´. Y seguí con esa diversión, seguro de que al Hombre que nos había creado le gustaría, de hecho, algunas veces cuando venía a vernos, jugábamos un ratito.
Mujer, la que me había sido dada porque no era bueno que anduviera solo, mientras yo paseaba todo el día clasificando animales, se quedaba en el bosque jugando con las mariposas, conversando con ella misma, mirándose en el reflejo del agua de los arroyos.
Cuando volvía cansado de mis correrías, me esperaba sentada debajo de un árbol.
Al último empezó a pronunciar una palabra que no había oído nunca: “Aburrimiento”. Dijo que se aburría. Cuando le pregunté qué era, dijo que mientras yo salía a divertirme, ella no tenía nada que hacer. Le expliqué que el Edén que Yahvé nos había regalado era para los dos y no solamente para mí, si quería hacer algo divertido, tenía que empezar a nombrar la hierba bajo los árboles, los frutos, la forma de las hojas, los ruidos del viento, la forma de las nubes.
Como seguía con esa cara rara, le recordé que no todas las lluvias eran iguales y que llamarlas de una manera distinta podría ser más divertido que mi trabajo. “A la tormenta fuerte del otro día, podrías llamarla tempestad, a la lluvia finita garúa, a la que cae cuando hace frío y es apenas una chispa de agua puedes decirle `garrotillo´; a la que dura varios días podrías decirle ´temporal´, justamente porque dura mucho y todas tendrán un sonido distinto cuando lleguen”, le expliqué.
Unos días anduvo entusiasmada con su nueva tarea, cada vez que llegaba de mis caminatas me mostraba algo nuevo. Así nombró las huellas del bosque, le halló la forma a los días y supo cómo señalarme de formas diferentes según el rostro que le mostraba a la vuelta de lo que llamaba pomposamente, “mi trabajo” y era el entretenimiento de descubrir el mundo y colgarle palabras que lo describieran.
Después vino la parte del Árbol del Bien y del Mal y su exquisito fruto. Muchos la saben, pero me da vergüenza recordarla, así que esa parte no voy a contarla.
En estos días ando viendo que los hijos, Abel y Caín a cada rato se pelean, voy a hablar con los muchachos. Pero son muy compañeros, qué voy a creer que pasen a mayores. No creo.
Juan Manuel Aragón
A 15 de junio del 2025, en la Catamarca y Belgrano. Esperando el 115.
Ramírez de Velasco®

Comentarios

  1. Poco sabía Adán de con qué bueyes araba. Capaz que todavía no había nombrado a los bueyes.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares (últimos siete días)

FÁBULA Don León y el señor Corzuela (con vídeo de Jorge Llugdar)

Corzuela (captura de vídeo) Pasaron de ser íntimos amigos a enemigos, sólo porque el más poderoso se enojó en una fiesta: desde entonces uno es almuerzo del otro Aunque usté no crea, amigo, hubo un tiempo en que el león y la corzuela eran amigos. Se visitaban, mandaban a los hijos al mismo colegio, iban al mismo club, las mujeres salían de compras juntas e iban al mismo peluquero. Y sí, era raro, ¿no?, porque ya en ese tiempo se sabía que no había mejor almuerzo para un león que una buena corzuela. Pero, mire lo que son las cosas, en esa época era como que él no se daba cuenta de que ella podía ser comida para él y sus hijos. La corzuela entonces no era un animalito delicado como ahora, no andaba de salto en salto ni era movediza y rápida. Nada que ver: era un animal confianzudo, amistoso, sociable. Se daba con todos, conversaba con los demás padres en las reuniones de la escuela, iba a misa y se sentaba adelante, muy compuesta, con sus hijos y con el señor corzuela. Y nunca se aprovec...

IDENTIDAD Vestirse de cura no es detalle

El perdido hábito que hacía al monje El hábito no es moda ni capricho sino signo de obediencia y humildad que recuerda a quién sirve el consagrado y a quién representa Suele transitar por las calles de Santiago del Estero un sacerdote franciscano (al menos eso es lo que dice que es), a veces vestido con camiseta de un club de fútbol, el Barcelona, San Lorenzo, lo mismo es. Dicen que la sotana es una formalidad inútil, que no es necesario porque, total, Dios vé el interior de cada uno y no se fija en cómo va vestido. Otros sostienen que es una moda antigua, y se deben abandonar esas cuestiones mínimas. Estas opiniones podrían resumirse en una palabra argentina, puesta de moda hace unos años en la televisión: “Segual”. Va un recordatorio, para ese cura y el resto de los religiosos, de lo que creen quienes son católicos, así por lo menos evitan andar vestidos como hippies o hinchas del Barcelona. Para empezar, la sotana y el hábito recuerdan que el sacerdote o monje ha renunciado al mundo...

ANTICIPO El que vuelve cantando

Quetuví Juan Quetuví no anuncia visitas sino memorias, encarna la nostalgia santiagueña y el eco de los que se fueron, pero regresan en sueños Soy quetupí en Tucumán, me dicen quetuví en Santiago, y tengo otros cien nombres en todo el mundo americano que habito. En todas partes circula el mismo dicho: mi canto anuncia visitas. Para todos soy el mensajero que va informando que llegarán de improviso, parientes, quizás no muy queridos, las siempre inesperadas o inoportunas visitas. Pero no es cierto; mis ojos, mi cuerpo, mi corazón, son parte de un heraldo que trae recuerdos de los que no están, se han ido hace mucho, están quizás al otro lado del mundo y no tienen ni remotas esperanzas de volver algún día. El primo que vive en otro país, el hermano que se fue hace mucho, la chica que nunca regresó, de repente, sienten aromas perdidos, ven un color parecido o confunden el rostro de un desconocido con el de alguien del pago y retornan, a veces por unos larguísimos segundos, a la casa aquel...

CALOR Los santiagueños desmienten a Borges

La única conversación posible Ni el día perfecto los salva del pronóstico del infierno, hablan del clima como si fuera destino y se quejan hasta por costumbre El 10 de noviembre fue uno de los días más espectaculares que regaló a Santiago del Estero, el Servicio Meteorológico Nacional. Amaneció con 18 grados, la siesta trepó a 32, con un vientito del noreste que apenas movía las ramas de los paraísos de las calles. Una delicia, vea. Algunas madres enviaron a sus hijos a la escuela con una campera liviana y otras los llevaron de remera nomás. El pavimento no despedía calor de fuego ni estaba helado, y mucha gente se apuró al caminar, sobre todo porque sabía que no sería un gran esfuerzo, con el tiempo manteniéndose en un rango amable. Los santiagueños en los bares se contaron sus dramas, las parejas se amaron con un cariño correspondido, los empleados públicos pasearon por el centro como todos los días, despreocupados y alegres, y los comerciantes tuvieron una mejor o peor jornada de ve...

SANTIAGO Un corazón hecho de cosas simples

El trencito Guara-Guara Repaso de lo que sostiene la vida cuando el ruido del mundo se apaga y solo queda la memoria de lo amado Me gustan las mujeres que hablan poco y miran lejos; las gambetas de Maradona; la nostalgia de los domingos a la tarde; el mercado Armonía los repletos sábados a la mañana; las madrugadas en el campo; la música de Atahualpa; el barrio Jorge Ñúbery; el río si viene crecido; el olor a tierra mojada cuando la lluvia es una esperanza de enero; los caballos criollos; las motos importadas y bien grandes; la poesía de Hamlet Lima Quintana; la dulce y patalca algarroba; la Cumparsita; la fiesta de San Gil; un recuerdo de Urundel y la imposible y redonda levedad de tus besos. También me encantan los besos de mis hijos; el ruido que hacen los autos con el pavimento mojado; el canto del quetuví a la mañana; el mate en bombilla sin azúcar; las cartas en sobre que traía el cartero, hasta que un día nunca más volvieron; pasear en bicicleta por los barrios del sur de la ciu...