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Cómo era el mundo cuando apareció el diario de Santiago del Estero que venía a cambiar la historia del periodismo en una nota que tiene 14 años
Les decían “Movicom”, eran unos aparatos inmensos que algunos porteños se calzaban en la cintura y permitían llevar el teléfono donde quiera que fuesen. Cuando Nuevo Diario vio la luz, el domingo 15 de setiembre del 91, estaban poniéndose de moda en Buenos Aires y aún no se sabía que ese aparato negro e inmenso como un ladrillo podría revolucionar las comunicaciones, como efectivamente lo hizo varios años después. Los santiagueños creían que no llegarían jamás a la provincia, una llamada por Movicom salía carísima, se pagaban las que se hacían y las que llegaban. Además, ¿quién quería tener el teléfono encima todo el santo día?, ¿para qué? Hoy el celular es casi una parte del cuerpo de cada santiagueño por más humilde que sea, pero en aquel setiembre de 1991 no había manera de imaginarlo, como tantas otras cosas que fueron sucediendo para bien o para mal.La economía de los argentinos se estaba reacomodando gracias a un ministro de Economía, Domingo Cavallo, que sería casi un emblema del gobierno del riojano Carlos Saúl Menem. Unos meses antes, en marzo, había dado a conocer su plan de convertibilidad, un sistema financiero por el que un dólar valía un peso, lo que frenó bruscamente la inflación, dio previsión a los negocios y terminó con la incertidumbre de no saber cuánto costarían las cosas mañana, la semana que viene, el año próximo. Mientras, se seguían privatizando empresas, una tras otra. Los ferrocarriles, Aerolineas Argentinas, el petróleo, la electricidad, el agua y hasta los teléfonos entre otras, pasaban a manos privadas casi de un plumazo. Un día los argentinos se acostaban y se llamaban -por caso- Entel o la CAT, y eran estatales. Y al día siguiente ya eran propiedad de capitales internacionales. Se trató de una ola imparable que dejo un tendal de damnificados en el camino, pero eso se iría viendo a lo largo de la década. Hoy, cualquiera que desee hacer ese recorrido no tiene más que empezar consultado las páginas de Nuevo Diario para verlo con claridad y en perspectiva. Para ello debería recurrir no solamente a las páginas de noticias del país y locales, sino también a los suplementos, los clasificados y a los avisos de publicidad, que le darán una pauta de lo que significó esa política.Cuando este diario salió a la calle el transporte público se dividía en dos: colectivos y taxis. Pero los taxis estaban reservados a una pequeñísima minoría, la mayoría turistas de los hoteles o incautos pasajeros de la terminal que los tomaban sin saber que cada viaje costaba una pequeña fortuna. Había pocos, estaban pintados de negro y amarillo, siempre bien lustrados y se quedaban en las paradas hasta que alguien llamaba a los teléfonos públicos que había en las paradas. En dos o tres de ellas los taxistas habían instalado un televisor y si alguien los llamaba a la hora de la novela capaz que el traslado le salía el doble. ¿Remiseros que ofrezcan por dos pesos un viaje que los taxistas cobraban diez o veinte veces más? Imposible, decían los choferes de los Falcon o Peugeot 404 que por entonces prestaban el servicio.
En el mundo Juan Pablo II era el Papa y Joseph Ratzinger un influyente cardenal con pocas posibilidades de sucederlo, ya que era el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el jefe de la moderna Inquisición. George Bush padre era el presidente de los Estados Unidos con Dan Quayle como vice (¿alguien se acuerda de Quayle?), y se decía que tenía un hijo medio tarambana que nunca llegaría a serlo. Sadam Hussein era el presidente de Irak y si las cosas seguían igual alguno de sus hijos lo sucedería en el cargo. Felipe, el hijo de los Reyes de España era joven, pero seguramente se casaría con una modelo o una noble, nunca una plebeya, obvio. El derechista José María Aznar gobernaba España y de derecha eran también la mayoría de los gobiernos de América con los que, justo es decirlo, el gobierno argentino se sentía a sus anchas.
Hasta ese momento en Santiago nunca se había usado el sistema de ley de lemas para una elección. Se estrenaría unos días después con resultados que a la postre resultaron funestos para la política local. La fragmentación del peronismo en dos grandes bloques hacía prever que saldría derrotado en las elecciones del 30 de octubre de ese 1991 aciago, por lo que todos los candidatos cerraron los ojos para aceptarla. Por lo menos en los dos principales partidos hubo sub lemas, de forma que tácitamente la nueva norma fue aceptada por todos. En la capital, el candidato puesto para intendente era el joven y ascendente Mario Bonacina, que se descontaba que ganaría de punta a punta, pero en La Banda seguramente tenían que ganar los peronistas, nadie se imaginaba que triunfaría Héctor Ruiz, con el sistema de lemas era casi imposible que llegara a ocupar el sillón de la calle 25 de Mayo para, luego de 20 años, seguir en el mismo lugar, dándose aires de joven promesa, algo que ha dejado de ser hace mucho por decantación del tiempo, más que nada.
En cuestión de modas, en la década del 80 se terminó la uniformidad de las mujeres, cada cual buscaba su comodidad, con un detalle más: ya no estaba mal visto que, gracias a la transparencia, se vieran las prendas interiores, corpiños y bombachas se hicieron visibles por primera vez en siglos de historia de la humanidad, ¡y lo que todavía faltaba! En ese tiempo aparecieron tímidamente primero, los piercing, los tatuajes y las tinturas de cabello con colores irreales y después, con el correr de los años, cada vez con más fuerza, de tal manera que ya no es mal visto un hombre con uno o varios aritos en las orejas o en otras partes del cuerpo, las cejas, el mentón, el ombligo, con el cabello recogido en una cola y un pantalón fucsia. De forma tímida al principio, en ese 1991 ya había mucha gente y no solamente mujeres, que consideraban que había que ponerse lo que fuera más cómodo. Todavía faltaba para ver hombres grandes, cincuentones y sesentones, de pantalones cortos, camiseta malla y chinelas, caminando por el centro de Santiago, pero faltaba poco.
Había algo en el ambiente además de libros de pensadores famosos, que llevó a que por ese tiempo se comenzara a hablar de la muerte de las ideologías y hasta del fin de la historia en el orden político y del posmodernismo también en el orden político, pero sobre todo en las bellas artes (qué obsoleto parece ahora hablar de bellas artes). Eran movimientos o tendencias difusas, repletas de indefiniciones, que a veces ni siquiera sus más conspicuos representantes o propagandistas sabían definir o explicar muy bien. Parecía un nuevo mundo que se acercaba, algo así como un cambio de época similar al final de la Edad Media, Finalmente resultó que no eran más que modas pasajeras como tantas otras antes. Pero tanto el fin de la historia como lo posmoderno tal vez eran manifestaciones de los síntomas de vejez que estaban empezando a manifestarse en la política, las artes y un modo de vida distinto que todavía no termina de resolverse del todo. Una tensión que sale a la luz aquí y allá, este año en los países árabes y algunas capitales europeas con manifestaciones multitudinarias de jóvenes pidiendo trabajo, estabilidad y en algunos casos el fin del régimen, pero también algo más que ellos mismos no saben definir con precisión qué es. Mucho antes en esta provincia, en 1993, durante las jornadas de furia del llamado “Santiagazo” tambin se vivió algo similar, con condimentos locales, por supuesto, igual que en las grandes capitales europeas, El Cairo, Damasco o, más recientemente en Trípoli.
La verdadera revolución del mundo moderno finalmente no salió de la boca de los fusiles, como había anticipado cierta ideología muchos años antes, sino de la mano de las computadoras y los teléfonos portátiles, móviles o “celulares” como se les dice inexplicablemente en la Argentina. Este fue el primer diario que incorporó un sistema de computación total en Santiago y en esto fue quizás pionero en el norte. El sistema DOS (“de-o-ese”), era insuperable, gracias a él Nuevo Diario tuvo la primera sala de redacción de Santiago en la que no se oía el tableteo de las viejas máquinas de escribir Olivetti o Rémington. Una maravilla. El diario estaba “en red”: se escribía una nota en una máquina cualquiera y se la veía en otra cualquiera del sistema, algo nunca visto hasta ese entonces en estos pagos. Es cierto que para diagramarlo había que aprenderse unos códigos con signos y números algo complicados, pero también es verdad que se ahorraban varios pasos sobre el anterior procedimiento. No existía internet, pero ya se la veía venir, como que en otros países se venía abriendo paso tímidamente en universidades y oficinas militares. Un fenómeno, como tantos en los últimos tiempos, que empieza tímidamente durante unas cuantas semanas y luego es adoptado masivamente en un abrir y cerrar de ojos. Se trataba, según se decía de un medio que habría de cambiar el concepto de las comunicaciones de tal manera que las predicciones de Alvin Toffler, en su libro “La tercera ola”, quedarían obsoletas. Lo que era mucho decir.
La televisión local por cable por entonces tenía cuatro canales, pero ya se hablaba de que podría llegar a desbancar a los diarios, sin embargo, la gente se seguía inclinando por el papel como modo más seguro de enterarse de las noticias. Durante cerca de cincuenta años también se había augurado la muerte de las radios, que siguen vivas y transmitiendo no solamente en Santiago y la Argentina sino también en el mundo entero. Hoy se dice que Internet podría desbancar a los diarios, que por otra parte se hacen la competencia a sí mismos, cada uno con su portal en la web (“web” palabra de difícil explicación que no se conocía en Santiago hace 20 años). Dentro de poco, dos medios que vivieron un tiempo separados entre sí y que ahora es posible llevarlos en un solo aparato, el teléfono de mano e Internet ya tendrán más usuarios conectados que los que usan la computadora en la casa, la oficina, la empresa, un sistema fijo, como se le llama.
El mundo de hace veinte años ya prefiguraba lo que sería el actual, aunque muchas cuestiones todavía no se supiera para qué lado dispararían. La única que permanece inalterada es la necesidad de la gente de informarse de lo que sucede en el mundo, en la Argentina y Santiago por medios seguros, es decir con periodistas profesionales que ordenen las noticias de acuerdo a su interés, a su importancia o a su utilidad, las redacten de manera segura y eficaz, en un formato conocido que pueda guardar, recortar y consultar a cualquier hora del día sin necesidad de encender ningún aparato. En Santiago eso sólo lo da este diario, en su tamaño de siempre, con la seguridad de que todos los días su canillita se lo pasará por debajo de la puerta o lo esperará en la esquina para ofrecérselo al precio más bajo.
Después de todo, hay cosas que nunca cambian, una vez que se incorporan a la vida diaria ya es imposible prescindir de ellas. A lo sumo mejoran y se actualizan, una de ellas, Nuevo Diario, por supuesto.
(Nota aparecida en Nuevo Diario, en el 2011)
Ramírez de Velasco®
Desde entonces hasta hoy lo único que ha cambiado en Santiago es que en el escenario del Indio Froilan lo han dejado subir a un Drag Quinn, luego todo sigue igual.
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