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ALGORITMO Con olor a tinta seca

Imagen de ilustración

La mayoría se informa con dibujitos y videos fugaces, pero una minoría obstinada resiste y lee porque algo es algo

A veces esta página pareciera escrita para solos & solas. Gente de antes, acostumbrada a leer. Aunque no se resigna al telefonito, piensa: “Algo es algo”. Los diarios de Buenos Aires se han vuelto ilegibles, aunque algunos todavía los visitan en internet sólo para descubrir a qué juez están apretando, qué opereta intentan, a quién están levantando sin pudores o hundiendo sin misericordia. Sirven para eso y poco más: ver los horóscopos, los números que salieron en la tómbola, pescar alguna entrevista interesante. Lo demás es anécdota.
¿Los diarios de Santiago, pregunta? No existen. Se dice que trabajan con planteles mermados, con menos gente que la indispensable, pero aun así conservan cierto empaque de profesionalismo. Cáscara vacía, sonando hueca, huera y oficialista. Aquí, y en una docena y media de sitios más, los viejos lectores hallan algo distinto todos los días. A pesar de que el blog pasó de moda allá por 2006 o 2007, sigue funcando, vea usté.
La mayoría se informa apenas con los títulos. Lee “Murió Miguel Russo” y ya tiene la noticia: ¿para qué va a entrar a la nota? En los memes, en un dibujito, a veces con tres palabras y cuatro errores de ortografía o de sintaxis, se resume toda una ideología: el tomismo, los güelfos y gibelinos, la Biblia, la Teoría de la Relatividad. Todo se puede explicar fácil, sin esfuerzo. Y está a la mano, lista para ganar cualquier discusión en la oficina, en el club o en el grupo de WhatsApp.
Los modernos emprendedores —los de los videítos de un minuto— lo saben bien. Explican cualquier cosa, por más compleja que sea, y encima cobran los “me gusta” o los deditos gordos levantados. Hay una mayoría que quiere saberlo todo, y ya. No pretende leerlo en un libro. Para ellos hay un ejército de gente trabajando: simplificadores de la realidad, empaquetadores de certezas.
En sitios con formita antigua como este se trabaja para una minoría ínfima, que todavía busca otra idea sobre lo que sucede. Como una radio que pasa música clásica para oyentes cautivos que no se resignan a oír siempre guarachas, chamamés o rock vaya a saber en qué idioma, rodeado de un laterío infernal. Es un mercado chico, nostálgico y en franca retirada.
El gusto por la lectura, en general, lo conservan los más viejos. Y, por lógica, se van muriendo. Son cada vez menos. ¿Cómo se sabe que la mayoría de los que leen esto son vejestorios? Bueno, porque se envía a los amigos después de las seis de la mañana, aunque se publica entre las tres y las cuatro. Algunos ansiosos ya la leyeron cuando la reciben. Los demás contestan casi siempre el saludo de los buenos días porque están levantados desde antes del alba.
Y ya se sabe: los viejos, igual que los milicos, siempre están al pedo, pero temprano.
En el fondo, todo esto no es más que una batalla perdida contra el algoritmo. No hay biblioteca que compita con los telefonitos ni idea que resista el brillo del dedito ansioso. El lector que piensa es hoy una especie en extinción, y el último refugio es este: un rincón digital con olor a tinta seca, donde todavía se escribe con la ilusión de que alguien, en algún lado, lo lea sin apuro.
Usted.
Juan Manuel Aragón
A 10 de octubre del 2025, en el Azul. Tirando para no aflojar.
Ramírez de Velasco®

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