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"Paisaje santiagueño" de Hugo Argañarás |
Un día en la vida de una mujer, criando los hijos y con el marido lejos, en alguna cosecha o atareado en los trabajos más duros del campo
Antes de que el alba tiña de celeste el guayacán del patio, aparta las colchas, sigilosa. Se viste a ciegas en la habitación, saca agua del aljibe para lavarse. Antes de salir agarra los tachos, la manea, el lazo chileno, y enfila para el corral caminando leve por una senda que conoce con la memoria de tantos días recorriéndola.Balan las vacas mientras les abre la puerta para que entren al coral. Después va soltando uno a uno los terneros. Apenas el primero toma el apoyo, lo enlaza con una maestría que envidiaría cualquier hombre, lo ata en el algarrobo, manea a la madre y ordeña baquiana, como lo viene haciendo desde que era chinita y acompañaba a su mama al corral y ella a su vez iba con su abuela. Después hará lo mismo con el resto de las vacas, hasta terminar de sacarles la leche. Todas las mañanas igual, de lunes a lunes, de marzo a octubre. El verano no sirve, dice, porque con el calor se echa a perder rápido.Al volver a la casa con un tacho en cada mano, despierta a los chicos para que vayan a la escuela. Ellos creen que es natural que todas las mañanas haya una taza de leche caliente a la que a veces le arrima un leve color café con la cascarilla que compra en el pueblo si le sobran monedas.
Él anda de cosecha en cosecha, a veces regresa con plata, otras ocasiones no gana mucho, deja lo poco que ha conseguido en la caja del hueco detrás del ropero y consigue una changa en el pago para no andar de balde en los tiempos muertos, sea como alambrador, ayudando a su compadre, pintor de casas en el pueblo, descargando camiones con harina o azúcar para el almacenero, a cualquier trabajo se le anima. En Balcarce anduvo varios años en la desflorada del maíz; en Catamarca y La Rioja para el tiempo de la aceituna, Mendoza y San Juan con la uva.
Pero si le preguntan cuál fue la tarea más dura que encaró dice solamente: “En Salta es dura la despalada”. En inmensos campos por los que recién pasó la cadena de la topadora, sin una sombra a la vista los peones deben ir sacando, hacha en mano, los troncos y raíces —los palos— que quedaron y que después podrían molestar o echar a perder directamente a las máquinas sembradoras. “Ese es el verdadero todo por dos pesos, no macanas”, agrega sin quejarse, con una sonrisa tímida en los labios.
Conocido es cuando está por irse a la cosecha porque hace producir a las gallinas, los pavos, los chanchos: carne que tendrán los hijos hasta su regreso, dentro de dos meses y medio o tres, cuando se acabe el trabajo.
Ha prohibido a la mujer que ande dejando su nombre en los bolicheros de la villa. “No les firme nada, si necesita algo, liquide los chanchos, cambalachee la majada, venda la mula, funda la zorra, pero que nadie diga que ha dejado su nombre o el mío en una libreta de almacén, como les gusta a los puebleros”, le recomienda antes de despedirse, cada vez que hace su monito para mandarse a mudar otra vez a un trabajo lejano.
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Aprendieron a amarse en la distancia, con un cariño que no conoce la vida moderna, por eso en poco tiempo la casa estuvo llena de niños, buenos alumnos, obedientes, guapos, lindos. Si Dios quiere, cuando tengan edad y se pongan duritos, los ha de llevar con él para que le den una mano en Chilecito, un lugar que se llamaba Corralitos en Mendoza, Serodino en Santa Fe o en una sierra de la que olvidó su nombre en la provincia de Buenos Aires. “Tienen que acostumbrarse al trabajo duro”, piensa.
Cuando enfila para el corral, todos los días antes de que la madrugada pinte las nubes, ella piensa en la vida que le ha tocado y está conforme, agradece al Cielo porque nada les falta, todo lo tienen. Ruega a la Virgen de Catamarca que los chicos sigan sanitos, que hueveen las gallinas y produzca el zapallar, así trueca en la villa, por un cuaderno que le han pedido en la escuela al mayor, alpargatas para la otrita y, si alcanza, azúcar, yerba y fideos para seguir tirando.
“Virgencita, devolveme a mi hombre como has hecho siempre desde que estamos juntos”, suspira, mientras mira hacia el impreciso sur, desde el que quizás él también la tenga presente todos los días, añorando el pago querido.
©Juan Manuel Aragón
A 14 de noviembre del 2023, en Vilmer (cerca). Taloneando el mancarrón
Muy buen relato Juan. Los que conocemos el campo identificamos perfectamente situaciones similares a la que describes tan bien, que son moneda corriente en nuestro pago profundo. Es lo que muestra Hugo Argañaraz en el cuadro que presentas. Abrazo
ResponderEliminarComo decía el padre Julián Zini: "Qué triste y qué lindo".
ResponderEliminarMuchas gracias Juan Manuel por compartir mis pinturas con tus hermosos relatos. Escuché muchos y viví de cerca varias situaciones similares en nuestro interior. La mujeres hacen magia para resolver todos los problemas a diario, para lograr un difícil y laborioso vivir. Muy bueno e ilustrativo todo lo que desarrollas en este episodio. Felicitaciones !!
ResponderEliminarJuanmasayago21@gmail.com
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