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LEYENDA La extinción del Uturunco

El uturuncu

Donde se narra —más o menos —lo que sucedió a los animales del bosque cuando se dejaron llevar por la modernidad y lo que sucedió después


Todos los días cuando volvía del trabajo, el papá Uturunco se divertía con los hijos. Ellos lo rodeaban en la casa que tenía en medio del bosque y entre todos jugaban y se divertían hasta que la mamá los llamaba a almorzar. Cuando uno de los tigrecitos hacía una macana, una monería, los grandes se tocaban por debajo de la mesa para observarlo y reírse.
Al bosque santiagueño no había llegado la moda del Cachorro Rey que sostiene que cuando son pequeñas las crías hay que satisfacerlas hasta en sus más pequeños caprichos, porque si no hacen un berrinche que te la voglio dire. Pero, mirá si un viejo Uturunco como aquel iba a decir: “Hijo mío, hoy no vamos a tomar Cocacola porque es posible que te haga mal a los dientes, además no nos gusta que consumas tanta azúcar”. Obraba distinto, clavaba sus ojos en el revoltoso, le decía: “Porque no” y se terminaba el problema.
El Papá León, en cambio era uno de los que creían en la psicología, la pedagogía y otras macanas modernas. Cada vez que terminaba de explicar a los leoncitos por qué no quería que tomaran gaseosa, a los pequeños les brotaba un brillo de triunfo en los ojos porque sabían que al final se saldrían con la suya.
Papá Uturunco era el rey absoluto de la casa y mamá Uturunco era la reina de todas las reinas.
Los hijos eran una consecuencia siempre muy querida y esperada del amor que se profesaban los padres, pero los chicos eran chicos y nada más, los grandes eran los que mandaban. Eso sí, se procuraba para los tigrecitos una educación acorde, que tuvieran amigos, que comieran bien y variado, los llevaban de vacaciones si se podían dar ese lujo, los mandaban a inglés, a yudo, a aprender dactilografía, a las chicas les hacían una fiesta de quince y a los muchachos se los habilitaba con unos pesitos para que fueran al baile.
Lo único que no podían hacer los tigrecitos era salir un día cualquiera de la semana, con un domingo siete. “¿Qué es eso de que no les gustan los ñoquis?, los comen o los sopapeo”, se enojaba el viejo y los otritos comían ñoquis hasta que los convertían en su plato favorito.
A veces la tigrecita quería darse de moderna. Entonces intervenía la madre: “¿Que tu novio se va a quedar a dormir en casa?, ay hijita, mientras vivas bajo este techo vas a hacer lo que yo diga y te digo que no y mejor que no se entere tu padre, porque te agarra a rebencazos”. Los hijos entendían con pocas palabras.
En ese tiempo llegó la modernidad al pago, el hijo del Zorro se pintó el pelo de azul, doña Chuña se ponía unas minifaldas cortitas, en la punta del viento, los alumnos de doña Tortuga se reunían a la salida de la escuela a fumar cigarrillos y otras cositas raras. Todos se volcaron como locos —y locas —a la modernidad que había llegado al pago. La juventud había perdido todo respeto por los mayores. Si un día el señor Cuervo estaba conversando con el señor Caballo y justo llegaba su hijo, el chango ni se molestaba en saludar. Cuando se iba, don Cuervo le decía a la visita: “Perdoneló, ahora todos son así, ¿ha visto?”.
Como que los viejos les empezaron a tener miedo a los jóvenes.
Sólo Uturunco cuidaba a su familia de las asechanzas de la rotunda y oscura modernidad. Sus crías iban a la escuela, aprendían a cazar y se independizaban y todo lo hacían a la edad que correspondía. No salían de juerga, no se vestían raro, no volvían tarde, no tomaban. El padre los había criado no para que buscaran la felicidad ni para que fueran divertidos o disfrutaran de la vida. “Esas son macanas, ustedes han venido al mundo a hacer lo que se debe y nada más”, les enseñaba.
Un día, mucho antes de que desapareciera el bosque, los uturuncos se fueron a vivir a otros pagos. Dicen que quedan muy pocos, andan por Corrientes, Entre Ríos, y se hacen llamar yaguaretés. Los pumas que se quedaron, andan a las disparadas, perseguidos por los cazadores, lo mismo que las charatas, las iguanas, las liebres, los chanchos del monte, las bumbunas.
Ahora es todo moderno, pero los animales apenas sobreviven en campos alambrados, entre filas parejitas de soja, sin sombra, corriendo de un lado para el otro, porque los persiguen de todas partes. No supieron guardar la dignidad y ahora cualquiera sale con una escopeta y los halla en los caminos o en el inmenso descampado caluroso en que se convirtió la provincia.
¿Usted dice que, si hubieran conservado las costumbres de antes, el mundo no habría sucumbido ante las topadoras?
No. Lo que afirmo es que es mejor morir con las botas puestas como el uturunco, antes que andar peleando para llevar un vaso de Cocacola a los hijos o aguantando que estén con el famoso Nickelodeon todo el santo día, la nariz pegada al televisor, como bobos, mirando dibujitos, los Pitufos, el noticiario, el canal de los animales, lo que fuere.
Juan Manuel Aragón
A 3 de mayo del 2024, en Puerta Chiquita. Aguaitando la combi.
©Ramírez de Velasco

Comentarios

  1. El jaguar, yaguar o yaguareté (Panthera onca) es un carnívoro félido de la subfamilia de los Panterinos y género Panthera. Es la única de las cinco especies actuales de este género que se encuentra en América. También es el mayor félido de América y el tercero del mundo, después del tigre (Panthera tigris) y el león (Panthera leo). Su distribución actual se extiende desde el extremo sur de Estados Unidos continuando por parte de México, América Central y América del Sur hasta el norte y noreste de Argentina. Habita principalmente en zonas tropicales secas y húmedas, pero también vive en matorrales áridos. Su dieta es muy amplia, puede cazar grandes presas, incluido ganado, o pequeños animales. Exceptuando algunas poblaciones en Arizona (suroeste de Tucson), esta especie ya ha sido prácticamente extirpada en los Estados Unidos desde principios de la década de 1900. Tomado de internet.
    José Miguel Granados

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