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LEYENDA Esquinero sin historia

Cargando el camión con postes

“Después, un viaje en camión rumbo al sur y finalmente fui plantado en medio de esta pampa bárbara, en la esquina de un campo cualquiera, para marcar la última frontera de las vacas”


Todos tienen su leyenda, la pequeña hormiga, el chancho del monte, el uturungu, el yuto, el hualo, yo también exijo la mía: soy el fuerte poste esquinero, el que aguanta dos tiradas de alambre, una de cada lado, con cinco hilos pechando al mismo tiempo. Mi trabajo está hecho solamente de paciencia y fuerza bruta. Plantado en el campo bárbaro, con cerca de la mitad de mi cuerpo en la tierra, espero sin ganas, pero con fuerza, un futuro que nunca va a llegar.
Fui un quebracho creciendo fuerte, llegué a ser el techo del bosque, florecí a destiempo, para proteger a las demás plantas en su crecimiento natural. Desde mi alta copa vi crecer el resto de un mar verde que se extendía hasta más allá de lo que daba el ojo, oleaje que se agitaba con el viento o temeroso madero mirando nacer los feroces incendios.
Un día llegó el hombre con su hacha hasta el pie donde vivía tranquilo y feliz. Escupió sus manos, se las refregó bien y empezó a cortarme en la misma base. Creí que resistiría, no por nada mi nombre es el que quiebra las hachas. Pero era un duro campesino santiagueño el que empuñaba el fierro que me fue cortando de manera aséptica y sin odio, como solo los profesionales saben hacerlo.
Después de que estuve en el suelo rápidamente cortó las ramas sobrantes y midió dos metros con cuarenta: “Justo para un buen esquinero”, dijo entre dientes. Primero me cuadró, sacándome la corteza, dejándome desnudo y de frente al cielo. Después volvió a cuadrarme y tuve ocho caras, después, con mucha habilidad volvió a cuadrar y tuve dieciséis cantos a la vuelta. Luego otra vez volvió a pasar el hacha todo a lo largo y llegué a las 32 caras. Como todavía me quedaban algunas partes blancas, hizo un último esfuerzo y, antes de que se terminara el día era un poste “botella”, redondo, colorado, hermoso. Labrado a fuerza y habilidad de hacha y músculo.
A los días llegó con una zorra a rodearme en un descampado que había abierto al lado de la picada junto con otros. Apiló los medio reforzados por una parte y nos puso aparte a los grandotes, los entero cortos, los enteros largos y los de tres metros, que son los reyes de la postada, pues lucirán en las lujosas casas de fin de semana de los ricos, en los cascos de sus estancias como un toque criollo de la decoración.
Después, un viaje en camión rumbo al sur y finalmente fui plantado en medio de esta pampa bárbara, en la esquina de un campo cualquiera, para marcar la última frontera de las vacas, los caballos, las ovejas, el maíz y el sorgo. Por las dudas fui apuntalado bajo tierra con dos estacas para impedir una inclinación en favor de los alambres. Ninguna consideración con los cinco hilos lisos ni con los dos de púa que recorren este campo por los cuatro costados, los tengo sujetados desde que estamos hermanados aquí.
Oiga, yo también necesito una leyenda, estoy presente en todas las truqueadas cuando un paisano grita flor y lo hace en verso: “Alambrau de siete hilos, // campo flor y buena aguada, // si quiere ganarme al truco, // debe tener as de espadas”.
La verdad, don Esquinero, me gustaría saber alguna leyenda suya, pero no conozco ninguna, soy un pobre escriba de una provincia perdida y son limitados mis conocimientos de la selva en que nació o el campo abierto en que vive ahora. No he sentido cuentos, novelas, leyendas, mitos, supersticiones o tradiciones que lo tengan como protagonista, así que mal puedo inventarle algo que no existe.
Reclamo mi leyenda porque antes que el ferrocarril o el gringo vinieran a poblar los campos de la Argentina, pues los postes y el alambrado fuimos los primeros en fijar efectivamente los límites de cada fundo y ya en tiempos de Juan Manuel de Rosas, permitimos la introducción, conservación y desarrollo de nuevas razas ganaderas de vacas, ovejas, caballos y la protección del trigo y la chacra. Hubo un tiempo en que el desarrollo del país se medía en kilómetros de nuevos alambrados más que en los barcos que zarpaban con los ganados y las mieses, porque éramos la causa y no la consecuencia de la riqueza que tuvimos.
Cómo no vamos a ser parte de una fábula si gracias a nosotros este país no conocía el hambre y todas las razas de todos los pueblos alrededor del mundo vinieron a saciarla entre una cosecha que levantaban y la otra que estaba naciendo en sus inmensos cercos. Este país se hizo con alambre y postes de quebracho colorado. Lo demás, la idea, el capital, la maquinaria, el tiempo y hasta el trabajo del hombre, fue comparsa de otros carnavales.
Por eso reclamo mi lugar entre las leyendas de la Almamula, el Cacuy, el Crespín, la Umita. A mí más que a ellos deberían rendirle pleitesía los cuentistas de todos los pagos de esta tierra bendita. En algunos lugares, hace más de cien años que sostengo el alambrado sin que ni siquiera me hayan puesto un nombre más que esquinero del sur, del norte, del bajo, del cerro. Descripciones que son verdades, pero también deberían decir “el que sostiene el sorgo, la soja, el maíz, y no se ha cansado nunca” o “el que estaba ahí cuando era chico y seguirá tensando el alambre cuando mis nietos sean viejos”.
Disculpe don Esquinero, no sé ninguna leyenda que lo tenga como protagonista principal, secundario o meramente incidental. Usted no figura en el inventario folklórico de las provincias argentinas y es una lástima, pero también es la realidad, qué se le va a hacer. Quizás deba aguaitar hasta que algún maestro descubra un cuento recuperado de la memoria de algún chico que la oyó del abuelo, oída en los caminos de la patria, en tiempos de la cosecha. Tal vez no haya ninguna historia que lo mente, y usted deba seguir sufriendo en soledad la injusticia del abandono en medio de una cruz de alambres en medio del campo.
Pero, siga, tire y no le afloje a las torniquetas. Usted puede.

©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. Como siempre; muy bueno Juan.

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  2. Excelente, Juan Manuel.

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  3. Cristian Ramón Verduc17 de mayo de 2023 a las 8:59

    Muy bien el escritor, fuerte y firme, como poste de quebracho. Más aun: Como esquinero de un campo grande.

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  4. Es muy bueno.un narracion corta,muy emotiva donde aparecen muchas palabras de nuestro idioma nativo y pulcritud en el lenguaje utilizado por el arbol mostrando las costumbres de una época pasada.de nuestro bosque santiagueño y el desenlace final:el progreso en otro tiempo y contexto.

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