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| Una sociedad puntual es precisa para salir de la pobreza |
La impuntualidad es una tradición nacional que frena el progreso y sabotea los esfuerzos de quienes quieren cumplir
La raíz de todos los males de la Argentina es la falta de puntualidad. Sí, así como lo oye. Los verdaderos problemas no son la inflación, la inseguridad, la educación. No, señor. Quien crea que la solución pasa por controlar los precios, poner más policías o lograr que los egresados de quinto año del secundario sepan deletrear y firmar más o menos correctamente se equivoca de medio a medio. No va por ahí el asunto. Porque si no se logra, como primer paso, que la gente cumpla los horarios que promete, durarán poco las reformas que se lleven adelante, las fábricas que se abran, los caminos que se construyan y las buenas intenciones. Pronto todo volverá a ser como antes.Un gobernante serio, como primera medida, debería restablecer el huso de las cuatro horas, para que el mediodía sea al mediodía y no a la una de la tarde. Luego, de algún modo, tendría que obligar a los argentinos a llegar a tiempo. Cuando uno conoce a alguien puntual, que además exige puntualidad, puede decir sin temor que está ante una persona seria, capaz de abrirse camino en esta sociedad desordenada.Los abuelos contaban que muchos ponían en hora sus relojes cuando oían el tren, en los tiempos de los ingleses. El de las 7 y 13 llegaba a las 7 y 13, y si debía quedarse ocho minutos con treinta y tres segundos en la estación, se quedaba ese tiempo y nada más. Digan lo que digan, esa puntualidad inglesa —y no los ganados, las mieses ni la inmigración ni la ubérrima riqueza de la pampa húmeda— fue lo que permitió que el país se ubicara entre los ocho mejores del mundo.
Uno puede ser serio, trabajador, eficiente, buen vendedor, médico actualizado, ingeniero brillante, pero si no es puntual, perdone que se lo diga, nunca será tenido en cuenta para un ascenso, un reconocimiento o un aumento de sueldo.
Piense en un caso. En la capital de los santiagueños se dice que el comercio atiende de 8 a 12 y de 5 a 9, pero si va a las 8 no está ni el loro; si llega a las 5, lo mismo. Y si pregunta a qué hora abre un negocio, le dirán: “A las ocho, ocho y media, nueve”. Es decir: “Cuando me levante y tenga cómo llegar”. Dicho en criollo: “A la hora que se me cante”.
Ese detalle ya le quita seriedad a una ciudad que, en los últimos años, tuvo avances notables, hizo un gran estadio, construyó rascacielos admirables, hizo una costanera larguísima, y recicló la antigua Casa de Gobierno para levantar un museo que muestra la historia santiagueña como un libro a cielo abierto. Extrapole esa costumbre al resto del país y verá que gran parte del atraso argentino se debe, casi exclusivamente, a la falta de compromiso con los horarios.
Va al taller y le dicen que el auto estará listo tal día a la tarde; cuando llega, todavía no lo abrieron para ver qué tenía y de yapa le chorificaron toda la nafta. Espera el ómnibus que pasa a cierta hora, pero el chofer tuvo un inconveniente y si le reclama pondrá cara de malo. Se cita con alguien para ofrecerle un trabajo y llega veinte minutos tarde, sin siquiera inventar una excusa. Quiere comprar un terreno que cuesta miles de dólares y debe esperar a que el vendedor llegue al lugar para recibirle la plata. Un país así está condenado al fracaso.
Los únicos horarios que se cumplen son tres: la entrada a las escuelas, los partidos televisados y los quichicientos sorteos diarios de la tómbola santiagueña. Es decir, dos puntualidades son para la joda y solo uno enseña responsabilidad.
La puntualidad también implica pagar las deudas a tiempo y no bicicletearlas con más deuda, haciéndose el que va a honrarla, sabiendo que no quiere hacerlo como hace, entre otros, el Estado Nacional Argentino. Prometer que se hará una cosa y hacerla exactamente, no como los candidatos, que cuando llegan se excusan en miles de razones para desdecirse. Cacarear con que se presentará un proyecto de ley y luego presentarlo, a como dé lugar, porque eso es no defraudar a sus votantes.
Quizá este escrito parezca una broma, pero no lo es, no señor. Si lo piensa bien, ver el final de túnel es tan sencillo como acostumbrarse a llegar a tiempo y esperar que los otros también lo hagan para no quedar como el reverendo estúpido que siempre está a horario mientras el resto todavía está en la casa haciendo tiempo. El día que la Argentina se reconcilie con los relojes, lo demás será pan comido.
Ya verá.
Juan Manuel Aragón
A 13 de noviembre del 2025, en la Pellegrini y Belgrano. Aguaitando el semáforo.
Ramírez de Velasco®
Ese detalle ya le quita seriedad a una ciudad que, en los últimos años, tuvo avances notables, hizo un gran estadio, construyó rascacielos admirables, hizo una costanera larguísima, y recicló la antigua Casa de Gobierno para levantar un museo que muestra la historia santiagueña como un libro a cielo abierto. Extrapole esa costumbre al resto del país y verá que gran parte del atraso argentino se debe, casi exclusivamente, a la falta de compromiso con los horarios.
Va al taller y le dicen que el auto estará listo tal día a la tarde; cuando llega, todavía no lo abrieron para ver qué tenía y de yapa le chorificaron toda la nafta. Espera el ómnibus que pasa a cierta hora, pero el chofer tuvo un inconveniente y si le reclama pondrá cara de malo. Se cita con alguien para ofrecerle un trabajo y llega veinte minutos tarde, sin siquiera inventar una excusa. Quiere comprar un terreno que cuesta miles de dólares y debe esperar a que el vendedor llegue al lugar para recibirle la plata. Un país así está condenado al fracaso.
Los únicos horarios que se cumplen son tres: la entrada a las escuelas, los partidos televisados y los quichicientos sorteos diarios de la tómbola santiagueña. Es decir, dos puntualidades son para la joda y solo uno enseña responsabilidad.
La puntualidad también implica pagar las deudas a tiempo y no bicicletearlas con más deuda, haciéndose el que va a honrarla, sabiendo que no quiere hacerlo como hace, entre otros, el Estado Nacional Argentino. Prometer que se hará una cosa y hacerla exactamente, no como los candidatos, que cuando llegan se excusan en miles de razones para desdecirse. Cacarear con que se presentará un proyecto de ley y luego presentarlo, a como dé lugar, porque eso es no defraudar a sus votantes.
Quizá este escrito parezca una broma, pero no lo es, no señor. Si lo piensa bien, ver el final de túnel es tan sencillo como acostumbrarse a llegar a tiempo y esperar que los otros también lo hagan para no quedar como el reverendo estúpido que siempre está a horario mientras el resto todavía está en la casa haciendo tiempo. El día que la Argentina se reconcilie con los relojes, lo demás será pan comido.
Ya verá.
Juan Manuel Aragón
A 13 de noviembre del 2025, en la Pellegrini y Belgrano. Aguaitando el semáforo.
Ramírez de Velasco®



Totalmente de acuerdo con lo del absurdo desfasaje horario que tenemos en el país, con mañanas breves y tardes largas. En cuanto a la puntualidad, de acuerdo también, porque hace a la credibilidad y confiabilidad de las personas y empresas. Para los amigos futboleros: No hay que llegar cuando ya pasó la pelota porque perdemos la oportunidad de hacer un gol.
ResponderEliminarEl artículo es muy bueno, conceptualmente, pero la modificación en base al huso horario implicaría desplazar en una hora los ritmos circadianos de la población completa, con todas las molestias que eso conlleva. Es increíble (pero no tanto) que el resto.del mundo todavía lo siga haciendo, con pretexto (falso) del ahorro de energía.Santiago del Estero fue la primera provincia (y del mundo tal vez) en negarse al cambio horario. Esto es es un derecho que no debemos perder en aras de nuestra salud.
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