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| La marcha imaginada |
Comités, consignas y gritos de unidad terminaron frenados por un detalle y el marxismo santiagueño fue vencido por una mano invisible
—¿Quedamos en que vamos a salir de la Legislatura, en la Roca, marchando en forma ordenada? Adelante el camioncito con los parlantes y atrás el resto— dijo Patricio, del Partido Popular Dos de Abril.El asunto venía siendo debatido desde hacía tres meses por un comité “interdisciplinario de lucha”, según le decían todos. La primera gran pelotera se armó por el horario en que debía salir la marcha, ¿a la mañana o a la tarde? La mayoría laburaba en la Administración Pública, así que sería a la tarde. Manuel María Martínez, apodado “Mamama”, de la Convocatoria de Cuidadores de Perros, propuso que fuera a las 4 de la tarde. Pero se le vinieron encima todos los otros delegados, qué cómo puede haber alguien tan anti santiagueño que proponga marchar a la siesta, ¿acaso no sabe que la siesta es sagrada? Pero hubo quienes lo apoyaron y estuvieron como una semana debatiendo la hora hasta que quedó establecido que sería a las 7 de la tarde.Después debían decidir si iban a protestar frente a la Casa de Gobierno. Había grupos que apoyaban al gobierno, eran los más numerosos, y amenazaron con retirarse de la lucha si tomaban esa decisión. Ellos querían ir solamente al Concejo Deliberante. Pero se encontró un punto intermedio: irían a la Legislatura, sobre la Roca, y el Concejo Deliberante en la Libertad casi Colón. Tampoco era cuestión de dejar afuera de la discusión a los diputados. Que dieran la cara, así se veía cuáles estaban con el pueblo y quiénes se oponían.
Otra fuerte discusión fue “el orden de prelación de los objetivos propuestos”. Hubo quienes querían ir primero al Concejo y luego a la Legislatura, y otros al revés. Se enfrentaron posturas fuertes defendiendo las dos opciones. En algunos encendidos discursos se llegó a mencionar a Lenin; algunos anotaron que Roque Ponce, del Partido Revolucionario de los Empleados Públicos, lo citó: “Sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario”. Desde la vereda del frente, los Muchachos Radicales de la Primera Hora no se quedaron callados cuando Horacito Alcaide dijo: “¡Seamos revolucionarios de verdad, no de palabra!”. La frase es de Leandro Alem, por supuesto.
A partir de ese momento se desató un debate que, te la voglio dire, cada uno tirándole con muertos a los otros. Fueron los Debatistas Unidos de la Primera Hora, cuándo no, siempre pragmáticos, los que dijeron que era más fácil para los militantes llegar desde toda la provincia a la Legislatura, que queda al frente de la Terminal que, al Concejo, a trasmano de todo. Hasta decidir quiénes podrían votar y cómo lo harían —a mano alzada o con papeletas— pasaron tres semanas más. Pero al final quedó establecido que sería con papel, urnas, fiscales de mesa, prohibición de propaganda desde un día antes, todo.
El recorrido fue otro gran debate, casi épico. Los de la Corriente Clasista Marxista de Izquierda (porque había otra a la que acusaban de ser burocrática, es decir, de derecha) dijeron que se debía ir bordeando el centro de la ciudad, para dar a entender que se trataba de una protesta de las periferias. Fueron los únicos que defendieron esa idea. Igual discutieron tanto que hubo que cortar el asunto con otra votación en la que perdieron por mucho. Cuando terminaron de contarse las papeletas, hubo algarabía total.
El Movimiento de Protesta Organizado al fin llegaba al centro de la ciudad. Muchos se abrazaron cantando: “Se va a acabar, se va a acabar, esta manía de votar”; pero entre los gritos y la algarabía de la juventud nadie registró la contradicción.
Antes de seguir se debe aclarar algo: como suele suceder en estos grupos de ideas extremas, muchos de sus integrantes están convencidos de participar en una patriada monumental, casi majestuosa. Ya veían a miles de santiagueños, en cuanto vieran sus carteles y banderas ondeando al viento, saliendo a las calles a aplaudirlos, darles vivas de aclamación y acompañarlos en lo que ya se sentía como una gran gesta de alcances inimaginables.
Pero empezaba lo que a la postre fue la discusión más dura. Es decir, había un lugar de concentración, la plaza que está frente a la Legislatura, y un lugar de llegada, el Concejo Deliberante. La discusión cabía en tres palabras: “Por dónde vamos”. Salieron a relucir repertorios fantásticos de ideas, analizando desde el nombre de las calles: la Roca, imagínese, semejante genocida; la Rivadavia, otro que se las traía; la Tucumán, imagínese, no iban a hacer la revolución por arterias con semejantes apelativos, que retrotraían al proletariado a lo peor de la historia argentina.
A pedido del Partido Nacionalista Unificado quedó en claro que lo primero que se haría luego del triunfo definitivo sería cambiar los nombres de las calles; la propuesta fue aprobada por aclamación. Noche tras noche se reunían los delegados a debatir sobre el recorrido, algunas veces hasta la madrugada del día siguiente.
Al final quedó establecido que saldrían de la Legislatura rumbo al sur, por la Roca hasta la Libertad, de ahí hasta el Concejo, pasando por el diario El Liberal, la plaza Libertad, cruzarían la avenida Belgrano y de ahí, derecho siempre hasta llegar a destino.
Cuando se dio a conocer a la militancia que se había establecido un día, una hora, un recorrido, los principales oradores, el orden de prelación, la contratación de los parlantes, hubo un atronador grito de felicidad. Unánime felicidad, qué tanto. Al fin había quedado determinado, con una fecha precisa y una hora exacta, cuándo sería el día en que los santiagueños se librarían del yugo de la explotación capitalista mediante la revolución proletaria, la toma del poder de la clase obrera y la abolición de las clases sociales. Todo un logro.
En medio de la felicidad, sin embargo, una voz empezó a levantarse desde el micrófono.
—¡Un momento camaradas!, ¡un momento camaradas!
Hubo que esperar a que, cinco minutos después, se hiciera silencio. Entonces Pablo Manuel Arias, del Movimiento Contra los Transfóbicos Consuetudinarios, dijo:
—Perdonen, ha surgido un inconveniente de último momento, algo que no hemos tenido en cuenta. Aquí el camarada Isaac Romero, del Partido Unitario de Liberación Nacional, línea verdirroja, les va a decir.
Cuando Romero, a quien le decían Romerito, agarró el micrófono, todos supieron que algo había salido mal y el silencio se hizo sepulcral.
—¡Camaradas!, ¡compañeros!, ¡correligionarios! Lamento comunicarles que hubo un error de cálculo, algo que no tuvimos en cuenta en las discusiones de todos estos meses— empezó diciendo. Hubo silbidos aislados y varias voces gritaron: “Largá lo que tengas que decir”, “No te vayas por las ramas”, “Qué problema puede haber si estamos todos unidos”.
Entonces Romerito largó:
—La marcha es imposible porque desde la Legislatura, salvo un trechito, la Roca y la Libertad son contramano.
El silencio que siguió fue atronador, estrepitoso, algo nunca visto.
Muchos volvieron a la casa con la sensación de que el marxismo-leninismo, junto a las capas más explotadas de la sociedad acababan de perder otra batalla, otra más, contra la burguesía opresora de las clases trabajadoras.
Juan Manuel Aragón
A 21 de noviembre del 2025, en la placita de las Chismosas. Esperando quién sabe qué.
Ramírez de Velasco®



El Populismo es peor que el Comunismo, su primo el Socialismo,La Dictadura y la Democracia Tiranica....
ResponderEliminarBajo el Capitalismo, el hombre explota al hombre. Bajo el comunismo, todo lo contrario
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