Por el momento y mientras nadie presente una prueba concreta, tangible, evidente, estamos solos en el universo. Solitos nuestra alma en billones o trillones de planetas, estrellas, meteoritos, cometas del espacio estelar. ¿Es factible que haya vida a 25 mil millones de años luz de la Tierra o a cualquier otra distancia? Sí señor, obviamente. Podría haber amebas pequeñas o gigantes, con una inteligencia ochenta mil veces superior a la nuestra o paramecios o cualquier otra forma inimaginable de vida. Pero hasta el momento no hay pruebas de que existan.
Dirán que es una forma soberbia de mirar al hombre, pequeño parásito de una pequeña roca perdida, al costado de una galaxia que ni siquiera es la más grande conocida —por nosotros— hasta el momento. Puede ser, amigos. Pero, por el momento, lo único que pedimos los escépticos, son evidencias reales y concretas, tan fácil como eso.
Usted dirá que en un universo casi infinito tiene que haber otros seres distintos o parecidos a nosotros. Agregará que la vida debió suceder, necesariamente en algunas de las quichicientas rocas que navegan el espacio interestelar. Me imagino que sí, que quiere que le diga. Pero, va de nuevo, para creerlo efectivamente, necesito pruebas. Y no solamente yo. Quizás se podrían contar por millones, las personas en el redondo mundo que se niegan a creer la religión de otros mundos en el espacio exterior. Y millones más a quienes el asunto no les mueve el amperímetro.
Hay cientos de películas de Hollywood que han especulado con historias más o menos bien contadas, sobre la vida extraterrestre. Miles de libros se han escrito, tanto de ciencia ficción como en serio, hablando de los marcianos, nombre genérico que en un tiempo se daba a los habitantes de otros mundos. No solamente se habla de seres venidos de más allá de las estrellas, hay quienes especulan con la existencia de federaciones intergalácticas, a las que el ser humano no podría acceder pues su estado de evolución, o involución, no lo permite. Qué quiere que le diga, puestos a imaginar, se podrían conjeturar cientos de miles de historias, una más fantástica que la otra.
Quienquiera que diga que hay un solo gusano pequeñísimo reptando a miles de millones de años luz de aquí, solamente presente una evidencia que no sea una mera contingencia, un albur, algo que podría o no ser verdad, dependiendo de las ganas que alguien tenga de creerlo. Si cree que mi pensamiento es retrógrado, oscuro, fuera de lugar o de tiempo, adelante, quién soy yo para impedirle cavilar sobre lo que se le antoje. Podríamos hablar muchas horas acerca de marcianos, venusinos o seres nacidos y criados en Ganímedes, pero todo será una posibilidad. Es decir, ¿puede ser?, puede ser. Pero hasta que alguien no venga con un ñato verde, con antenitas en la cabeza, no le voy a creer. Ni medio.
©Juan Manuel Aragón
Dirán que es una forma soberbia de mirar al hombre, pequeño parásito de una pequeña roca perdida, al costado de una galaxia que ni siquiera es la más grande conocida —por nosotros— hasta el momento. Puede ser, amigos. Pero, por el momento, lo único que pedimos los escépticos, son evidencias reales y concretas, tan fácil como eso.
Usted dirá que en un universo casi infinito tiene que haber otros seres distintos o parecidos a nosotros. Agregará que la vida debió suceder, necesariamente en algunas de las quichicientas rocas que navegan el espacio interestelar. Me imagino que sí, que quiere que le diga. Pero, va de nuevo, para creerlo efectivamente, necesito pruebas. Y no solamente yo. Quizás se podrían contar por millones, las personas en el redondo mundo que se niegan a creer la religión de otros mundos en el espacio exterior. Y millones más a quienes el asunto no les mueve el amperímetro.
Hay cientos de películas de Hollywood que han especulado con historias más o menos bien contadas, sobre la vida extraterrestre. Miles de libros se han escrito, tanto de ciencia ficción como en serio, hablando de los marcianos, nombre genérico que en un tiempo se daba a los habitantes de otros mundos. No solamente se habla de seres venidos de más allá de las estrellas, hay quienes especulan con la existencia de federaciones intergalácticas, a las que el ser humano no podría acceder pues su estado de evolución, o involución, no lo permite. Qué quiere que le diga, puestos a imaginar, se podrían conjeturar cientos de miles de historias, una más fantástica que la otra.
Quienquiera que diga que hay un solo gusano pequeñísimo reptando a miles de millones de años luz de aquí, solamente presente una evidencia que no sea una mera contingencia, un albur, algo que podría o no ser verdad, dependiendo de las ganas que alguien tenga de creerlo. Si cree que mi pensamiento es retrógrado, oscuro, fuera de lugar o de tiempo, adelante, quién soy yo para impedirle cavilar sobre lo que se le antoje. Podríamos hablar muchas horas acerca de marcianos, venusinos o seres nacidos y criados en Ganímedes, pero todo será una posibilidad. Es decir, ¿puede ser?, puede ser. Pero hasta que alguien no venga con un ñato verde, con antenitas en la cabeza, no le voy a creer. Ni medio.
©Juan Manuel Aragón
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