El Vasco |
Servían dura carne de mamut, chinchulines gomosos y chorizos recalentados
No habrá ninguna igual, no habrá ninguna. Ninguna otra parrillada asegurará a los comensales, como “El Vasco” o “El Vasco Junior”, como se llamaba al final de su vida, una carne de mamut lanudo tan dura, unos chinchulines tan gomosos, chorizos recalentados del mes pasado y morcillas que quién sabe de qué parte, de qué animales, de qué cosas muebles o cristianos estarían hechas.
Para no hablar de la pésima atención de los mozos, que, en la Libertad y Pringles de Santiago del Estero, brindaron mediodías y noches memorables, puteándolos sin parar, avivando las úlceras, haciéndolas sangrar, con la mujer pateándote por debajo de la mesa: “Si sigues así, no salimos más un sábado, pórtate bien, pareces un chico”, al tiempo que espantaba las moscas o tinquiaba una pícara cucaracha que le hacía burla desde la mesa, mantel de hule con más grasa que sopa de lechón.
Ningún otro lugar de Santiago será nunca más, teatro de tantas reincidencias: siempre terminábamos advirtiendo “a esta pocilga no vuelvo en mi perra vida, ni así me agarre el más baboso de los pedos”, pero terminábamos regresando quién sabe por qué defecto de nuestro espíritu, por qué rara constitución del alma.
Quién no recuerda esos rostros adustos de los mozos, sus negras uñas, sus delantales que eran viejos, gastados y no muy almidonados ya en el tiempo de las maestras norteamericanas de Sarmiento y las ganas de agarrarlos a las trompadas luego de una noche en la que no solamente no te habían saludado, sino que después de lanzarte la carta sobre la mesa, preguntaban “qué vas a comer”, así nomás, a lo gaucho, sin preámbulos vanos, con modales de fonda oscura y tenebrosa de algún lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme.
Quedarán para siempre grabados en la memoria ese intomable vino de la casa, al que calificar como brebaje nacido de una uva era elevarlo de categoría, pasado, eso sí, con muuucha soda porque si no era imposible tragarlo, las cucarachas y moscas saludando a los parroquianos desde todos los rincones y esos finísimos y casi invisibles gusanos, puestos como al azar por un delicado chef, a disputar la ensalada de lechuga.
Qué en paz descanses, Vasco, ojalá que hayas llegado al quinto infierno en la mayor de las infelicidades. Desde que te fuiste no tenemos dónde degustar nuestro masoquismo gastronómico, dónde decirle que vaya a comer a un turista desprevenido, a un jefe garca, a uno que nos debe plata y se niega a devolver. Para peor, no eras barato, tus precios merecían al menos la mitad de las ratas que pululaban alegres y desenfadadas en tus salones.
Te seguimos extrañando.
©Juan Manuel Aragón
Quién no recuerda esos rostros adustos de los mozos, sus negras uñas, sus delantales que eran viejos, gastados y no muy almidonados ya en el tiempo de las maestras norteamericanas de Sarmiento y las ganas de agarrarlos a las trompadas luego de una noche en la que no solamente no te habían saludado, sino que después de lanzarte la carta sobre la mesa, preguntaban “qué vas a comer”, así nomás, a lo gaucho, sin preámbulos vanos, con modales de fonda oscura y tenebrosa de algún lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme.
Quedarán para siempre grabados en la memoria ese intomable vino de la casa, al que calificar como brebaje nacido de una uva era elevarlo de categoría, pasado, eso sí, con muuucha soda porque si no era imposible tragarlo, las cucarachas y moscas saludando a los parroquianos desde todos los rincones y esos finísimos y casi invisibles gusanos, puestos como al azar por un delicado chef, a disputar la ensalada de lechuga.
Qué en paz descanses, Vasco, ojalá que hayas llegado al quinto infierno en la mayor de las infelicidades. Desde que te fuiste no tenemos dónde degustar nuestro masoquismo gastronómico, dónde decirle que vaya a comer a un turista desprevenido, a un jefe garca, a uno que nos debe plata y se niega a devolver. Para peor, no eras barato, tus precios merecían al menos la mitad de las ratas que pululaban alegres y desenfadadas en tus salones.
Te seguimos extrañando.
©Juan Manuel Aragón
Ahí fuimos a comer cuando presentaste tu libro PLATITA?
ResponderEliminarNop
EliminarCaústico, pero certero, Juan Manuel
ResponderEliminarComo me hiciste reir
ResponderEliminarJUAN MANUEL, ES CIERTO ESO DEL VASCO DE SGO ? YO ME VOY SIEMPRE AL VASCO DE LA BANDA Y NADA QUE VER, EN LA COMIDA Y EN ATENCION. A SGO IVA CUANDO ESTABA DE CHEF EL JAPONES MORILLA Y EL DUEÑO ERA POCHO EGEA Y LA COSA ERA DIFERENTE
ResponderEliminar