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LEYENDA Qué pasó con el último uturunco de Santiago

Se acabaron los uturuncos de Santiago

Una mezcla de realidad y ficción para contar, en pocas palabras, un drama repetido en la provincia


El último Uturunco vivió un tiempo en Santiago, en el barrio Ejército Argentino. Jovencito vino del Chaco y rápido se acostumbró, trabajaba en las obras en construcción. Alquilaba una pieza, en el fondo de una casa de la calle 59, casi frente a la parroquia Espíritu Santo.
Un día, en un baile, conoció a una chica y la llevó a vivir con él. El dueño de casa lo autorizó a levantar una cocina, porque ahora con mujer, tendría quién le haga la comida para esperarlo. Igual fue al Instituto de Vivienda y Urbanismo a inscribirse para que le den una casa, como hacen todos.
El jaguareté (se pronuncia llaguareté), en la Argentina recibe otros nombres como bicho, el overo, el pintado, el petiso, sacha tigre, tigre, yaguar, jaguar y uturunco. En guaraní es chiví-guasú, yaguá-pará, dyaguá-eté, yaguareté-hú, en araucano tiene nombre de cristiano, le dicen Nahuel, en toba es kiyoc, en mataco Tiog, en chunupí, yiqué o yquempé, en tehuelche, ksoguen-igoaloen, halschehuen, los indios omaguas le decían yaguarazú, para los puelches era chalue, jalue, hallú, kalvún, los mapuches lo llamaban domonahuel, vutahuenchuru, en Brasil era onça, onça pintada, onça preta, onça canguçú, jaguar canguçú, yauí, yaí, en la Guyana Francesa lo nombraban como tig marqué, en territorios que eran señorío de los mayas es bolay, en Perú es otorongo en Surinan penitigri y en Venezuela yaguar. Con esto le quiero marcar que andaba por toda América, porque solamente no tiene nombre lo que no se conoce.
Después vino un changuito, al tiempo llegó otro y el Chaqueño, como también le decían, seguía tranquilo, de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. Algunas veces iba a los asados que hacían los compañeros, pero no tomaba, así que nadie tenía para decir nada de él. Hubiera seguido viviendo en Santiago, si no fuera porque un día el dueño de la casa que alquilaba, se enfermó y se murió.
A los pocos días aparecieron los hijos, como no estaba los atendió la señora. Cuando volvió del trabajo le contó que la habían llenado de preguntas: si cuánto pagaba, de qué vivía a el marido, quién había hecho la piecita, quién había firmado el contrato de alquiler, quién lo cuidaba al viejito, qué remedios le daban y un montón de averiguaciones más.
El Uturunco se quedó tranquilo, todos los meses pagaba al día y nunca hubo ni un sí ni un no con el dueño. Es más, a veces le había adelantado unos pesos porque el otro era muy jugador de tómbola y había ocasiones en que quedaba cortado. Además, siempre se habían llevado bien, tanto cuando era soltero, como después, cuando se casó.
Los naturalistas han registrado hasta 85 animales que son parte de su dieta. Tiene especial predilección por los pecaríes, pero no hace asco a las corzuelas, tapires, carpinchos, reptiles, sobre todo tortugas y peces. Mata su almuerzo de un mordisco en la cabeza atravesando el cráneo con sus caninos.
A los varios días volvieron los hijos, pero ahora con algo de prepotencia. Le preguntaron por qué no habían firmado un contrato de alquiler:
—No firmamos nada porque confiaba en mi palabra y yo en la de él.
—Muy bien, pero comprenderá que, como nosotros no lo conocemos, vamos a hacer  un contrato como corresponde— le dijeron.
—Si ustedes quieren, muy bien— respondió.
La señora olfateó algo y esa noche, cuando los chicos dormían, le avisó de sus temores:
—Se me hace que nos quieren correr de aquí.
—No ha de ser, ¿quién les va a cuidar la casa y las cositas que ha dejado el viejito como nosotros?
Ella se quedó callada y no dijo nada más.
Uturunco, al norte del departamento Jiménez, era un fundo de unas 10 mil hectáreas de tierra, fue llamado de esa manera porque presumiblemente, en tiempos muy lejanos fue avistado el jaguareté o uturunco, había muchos en esos campos. A fines del siglo XIX y principios del XX, era una extensión de tierra casi sin bosque, con pastizales bravos y algún montecito por aquí y por allá. Por esas cuestiones del Código Civil, mucho tiempo se mantuvo inculto, salvaje, desértico. Hasta que la fiebre de la soja provocó que fuera vendido a una sociedad anónima que, lo primero que hizo fue desmontarlo. El último uturunco que rastrearon los vecinos, se mandó a mudar del lugar ante el ruido de las máquinas topadoras y nunca más apareció por el pago aquel.
A la semana cayeron todos los hijos, llegaron hasta su patio y entraron sin golpear, uno quiso abrir la puerta de la piecita, medio de prepo. Diga que él salió y les peguntó:
—Buenas tardes, qué se les ofrece a los señores.
—Venimos a traerle el contrato de locación, al que le hemos hecho algunos ajustes.
—Bueno, dejeló nomás para que lo estudie.
—No hay mucho para estudiar. Ahí dice que le pedimos cincuenta mil pesos por el alquiler, así que, si tiene para pagar, bien…
—¿Y si no me alcanza?
—Usté verá qué hacer.
Al día siguiente pidió permiso en la obra y se fue tempranito al Instituto de la Vivienda para saber de su trámite. Le indicaron que esperara un tiempo más, hasta que saliera un barrio que estaban haciendo.
—¿Cuánto tengo que aguaitar?— preguntó.
—De seis meses a un año— le dijeron.
Ahora usted pasa por la Ruta 34 en su auto o en colectivo, por un costado de lo que fuera Uturunco y ni el nombre, puesto quizás por los indios, le ha quedado. Su dueño el pedestre propietario de una agencia de autos de Tucumán; ignora que el campo en que construyó un emporio de surcos parejitos de sorgo y vacas, antes fue territorio sagrado del jaguar americano. Ni mucho que le importa.
De ahí se fue a ver a un abogado que le habían recomendado. El Ave Negra leyó bien el contrato, mientras iba diciendo “¡ahá!, “¡ahá!” y después le dijo que debía quedarse, pero tenía que ocupar la casa del viejo, ponerle un candado bien grande y decir que todo era suyo.
—Después les iniciamos juicio y si tenemos suerte, te quedas con la casa del viejo, los muebles, la cocina, la ropa y hasta las fotos de la esposa.
Volvió a la casa y le contó a la compañera de sus trámites. Pero ella le contestó que no le gustaba conseguir nada de esa manera.
—Prefiero vivir en la calle antes que tener algo mal habido— le dijo ella y a él le gustó porque era lo mismo que pensaba él.
Estuvieron unos días pensando en qué hacer, hasta que se le ocurrió volver al pago, allá lejos en Pozo El Horcón, Chaco. Como era de ahí, calculó que tendría menos complicaciones para hallar un trabajo, además los hermanos siempre le pedían que vuelva, pero se quedaba aquí porque estaba aquerenciado y por los chicos, decía.
Una tarde subieron sus pocas cosas a un camioncito que contrató y se mandaron a mudar para el Chaco, a ver si corrían la aventura de vivir en sus primitivos bosques, un lugar por el momento más amigable. 
Es posible que después, si no lo dejan vivir en Pozo El Horcón, se marchen a Formosa o al Paraguay, corridos por las vacas, los tigreros, el sorgo, la soja, las topadoras, los tractores, las hileras parejas e infinitas de soja, maíz, sorgo, girasol, el ruido de los motores, el humo de la quema de ramas, las leyes.
Eso es nomás quería contarle.
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. Muy bueno te felicito
    Arq lopez ramos

    ResponderEliminar
  2. 👏👏👏una buena historia. Preguntale a los buitres de los hijos que han hecho. O han vendido la casa, o ahora es tapera, porque ninguno ha querido poner plata para la sucesión, pero todos quieren cobrar...

    ResponderEliminar
  3. Fauna y gente llevados por el mismo destino...

    ResponderEliminar

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