Abandonada pileta de un club |
Una frase que muchos dicen cuando ven una situación que los desborda, pero, ¿sabe qué?, es mentira, abajo unos casos de muestra
En estos tiempos los muchachos recuerdan al amigo que tenía lo que antes se llamaba “un matrimonio desgraciado”, la mujer le gastaba toda la plata en macanas, lo maltrataba de palabra y también de hecho, como que varias veces llegó con el ojo morado, y no cuidaba la casa, sus cosas, su ropa, los muebles. Para peor, en el último tiempo, según sospechaban, ella se había agenciado otro, un amante, del que incluso circulaba el nombre, un tipo cualquiera, un almacenero del barrio, como quien dice, el primero Juan de los Palotes que se le cruzó por el camino. Durante varios años soportó la ofensa, las injurias, el maltrato. Un buen día se puso de novio en secreto, con otra mujer y la barra de amigos respiró aliviada. Alguno, que conocía a la nueva adquisición, advirtió que tenía unos antecedentes que no la hacían recomendable, tenía corridos varios clásicos Carlos Pellegrini en su haber. Pero los amigos le dijeron que no lo avivara: “Cualquiera es mejor que la actual”. Bueno, la nueva lo maltrató desde el primer día, nunca dejó la noche ni el cigarrillo ni el alcohol y se hacía de un novio cada tres cuadras. Esperó que se fuera a vivir con ella para hacerle la vida imposible. Y la vida del amigo fue, desde ese día, cien veces peor.
La empresa que había sido un relojito con el abuelo y el padre, empezó a andar mal desde que él tomó las riendas. El negocio familiar no funcionaba como siempre, según advertían los parientes cada vez que iban a que les pagara los dividendos por su parte. No es que hubiera cambiado mucho desde aquel tiempo, sólo se habían ido algunos viejos empleados, las estanterías no estaban en el mismo lugar, las vidrieras se habían ampliado, el local lucía más moderno, pero no le iba bien. El hermano que lo manejaba los reunió para decirles que los bulones a rosca, que habían sido el gran hallazgo del abuelo y el padre, ahora eran un negocio destinado al fracaso: “Ahora los clientes buscan bulones lisos y si no cambiamos, nos vamos a fundir”, advirtió. Le dijeron que no, cómo era eso, la familia había vivido tan bien vendiendo bulones automáticos, sería una traición a la memoria de los antepasados, no había para qué cambiar. El negocio siguió cuesta abajo en la rodada. Un día hicieron una reunión sin el que manejaba la empresa. Una de las primas dijo que, si seguían así, irían a la quiebra, y agregó: “Peor no podemos estar”. Pusieron a otro hermano que, más rápido que gordo bajando en patineta., lo terminó de fundir.
Con dieciocho años cumplidos el chango no había terminado sexto grado. Era, según sus maestras, sus padres, sus amigos, sus hermanos y los muchachos del póker, un verdadero desastre, un malandra sin destino… legal. El padre insistía con pegarle una buena cagada para hacerle entender cuántos pares son tres botines. La madre se oponía: “No es manera de tratar a un niño, tiene sus problemas, pero cuando crezca va a entender que tiene que hacerse adulto, dale tiempo”. Empezó a robar plata de la casa para ir a la timba, salir con mujeres y comprar quién sabe qué sustancias. Un día, cuando quiso pegarle a la madre, decidieron mandarlo a una escuela nocturna, a ver si así terminaba la primaria al menos. Alguien les advirtió que en ahí podría empeorar, en vez de mejorar, “por las malas yuntas”, dijeron. Pero ellos replicaron: “Peor no puede andar”. A la semana de entrar a sexto de la nocturna era el proveedor de merca de sus compañeros, al mes dejó la escuela y a fin de ese año lo metieron preso por primera vez. Le fue peor, o sea. Se mudó a Buenos Aires, la familia no sabe en qué banda de asaltantes está metido, como sicario de qué jefe del hampa funge o cuántas mujeres hace trabajar en la calle.
El club estaba venido abajo, lejos de sus días de esplendor, cuando se hacían bailes que toda la ciudad recordaba con cariño. Languidecía en medio de un viento de olvido, indiferencia y descuido. La cancha de básquet estaba abandonada, la pileta no se llenaba hacía varios años, los vestuarios tenían toda la grifería carcomida por el óxido, las ratas iban de la vieja Secretaría a la Biblioteca, comiendo libros de actas, el Quijote de Avellaneda, recibos antiguos, fotos de logros pasados, la colección completa de los escritos de Sarmiento, almanaques del siglo XX, la madera de unas sillas abandonadas en un rincón, cortinas. Los vecinos se reunieron en una casa aledaña para discutir la situación. Decidieron derrocar a la vieja Comisión Directiva, mandato vencido, tomar el toro por las astas y componer la señera institución del barrio. Formaron una comisión provisoria de bochas, otra de básquet, la de damas se encargaría de organizar bailes como los de antaño, dos o tres comedidos averiguarían cuánto se necesitaba para arreglar las instalaciones, pagar la luz, el agua, cada uno tenía una tarea. Entre todo el barrio lo sacarían adelante, había entusiasmo, todos dijeron estar dispuestos a aportar lo suyo. La frase que más se oyó fue “Nos dejaron un desastre enorme”, seguida de: “Peor no podemos estar”. A la semana se reunirían para hacer una evaluación completa de los daños, como dijo el nuevo Presidente Provisorio. Se presentó solamente la mitad, entonces organizaron una nueva reunión en la que debían tener asistencia perfecta. Fueron dos. A los tres meses se dieron por vencidos. Hoy el club es un matorral del que hasta las ratas huyeron por no tener ya qué comer. Algunos vecinos se hacen los de no recordarlo, otros, cuando pasan por ahí, dan vuelta la cara.
El que quiera entender que entienda.
©Juan Manuel Aragón
A 17 de febrero del 2024, en La Guarida. Refrescando unas cervezas
Muy claro Juan Manuel. Aunque tengo la sospecha de que el título del artículo de pronto ayuda a que algunos no entiendan, aunque quieran entender.
ResponderEliminarLa frase recurrente (y la propia narrativa de seguir haciendo lo mismo) en las tres historias, aplica perfectamente a La Argentina de hoy.
Y hasta la sugerencia de que el problema no es solo de quien maneja la cosa, sino de las demanadas y decisiones de los demás, es una perfecta alegoría de la situación actual.
El que quiera entender, que entienda.