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VIDA Adónde vamos a ir a parar

La noticia en el diario

Aparece en la página 32 del diario y cuenta cómo su vida termina convertida en tres párrafos de morbo y olvido

Me acuerdo de que antes de acostarnos le pedí que apagara el aire acondicionado porque me daba en los pies. Mirá qué detalle de viejo pelotudo: me estaba muriendo y me preocupaba el fresco.
Toda una vida vivida para terminar siendo la habitación de un motel cualquiera, entre un joven que se ahorcó en el baño usando el cable del calefón, la noticia de que me harán la autopsia en la morgue del hospital Regional y un vendedor acusado de haber quemado y muerto a su mujer.
Tantos partidos ganados, tantos empates, tantos puntos perdidos, tanta cosa que uno ha hecho en la vida... y termina siendo carne de la página 32 del diario. Pasto de morbosos, jeropas mentales, pobres tipos que nunca tuvieron la oportunidad, y si la hubieran tenido, la habrían desaprovechado por cobardes. Malditos, pero la leen, calzándose bien los anteojos y comentándola con la mujer:
—Mirá, Marisa, qué mal este tipo.
¡Qué saben!
La naifa que me acompañaba me abandonó en la habitación doce minutos después de entrar, cuando comprobó que yo ya era, definitivamente, un vulgar y corriente fiambre. Las crónicas policiales de los diarios suelen tener, al pedo, una precisión de relojería. Dice que entramos a las 10 y 22, como si a mí o a cualquiera que lea la nota le interesara saber si fue exactamente en ese minuto, dos horas antes o tres después.
Con el cable
A las 12 y 25, al ver que no desocupaba, una empleada del telo golpeó la puerta y “quedó shoqueada” (así dice la crónica). Y yo pienso ahora —que no puedo decir nada ni corregir a nadie ni defenderme— por qué no puso “chocada”, que es más fácil de entender, más letal, más correcto. No hay caso, siempre lo digo, no hay peor mentira que un adjetivo mal puesto.Así, porque me fui a acostar con una mujer que no era mi mujer, aparecí en el diario como un vulgar delincuente. Igual que el pobre tipo que se ahorcó en el baño usando el cable del calefón. Para vergüenza de mi familia, a mí me pusieron el nombre y el apellido, como si fuera Al Capone, y al otro, al pobre infeliz, solo el apellido y el barrio de La Banda. Y es lo mismo, carajo.
A nadie le va a cambiar la vida saber que me calenté con una mujer, de tal suerte que apenas conocernos nos fuimos a un hotel por horas a desfogar el deseo. Mamita, la iba saboreando en el camino, le decía guarangadas y parece que le gustaban. Y no, no es ninguna enseñanza para las próximas generaciones saber que mi vecino de página se mató usando el cable del calefón, dando ideas, de paso, a tantos desesperados que andan por Santiago viendo cómo matarse de una buena vez.
Desde que me morí soy un apestado: el tipo al que todos nombran como “el padre de la chica esa, el que se murió en el telo”.
—Pobre doña Fulana, el marido no tuvo mejor idea que morirse con otra mujer mientras estaba encamado en el hotel.
Y el marido de Marisa, agregará:
—Salió en el diario y todo.
Porque ahí se da fe de que es cierto. No es rumor ni chisme: es la purita verdad.
La otra noticia
A partir de la página de enfrente usted se enterará de que un tal Rubén Darío Ríos —encantado, el gusto mío— estaba contra las cuerdas por la muerte de Belén Anahí Montes en el 2024. Uy, qué feo, che. Pero yo no quería salir al lado de él, hermano de la desgracia de aparecer en la sección Policiales del diario. Si era más bueno que el pan y nunca amenacé ni pegué a nadie ni anduve en la mala.
Pasa, que justo el otro día estaba con esa mujer que no era mi mujer, por hacer la cochinada, y me agarró ese dolor fuerte y caí redondo. Y la otra, que quizás no tenía ningún interés en verse involucrada en semejante tragedia, se mandó a mudar. Chau, si te he visto, no me acuerdo. Al fin de cuentas, había ido ahí a otra cosa, mariposa, no a ser testigo ni a que la lleven a declarar y la tengan tres días encerrada, repitiendo que se iba a encamar conmigo. Cuando de repente me quedé quieto en la cama, totalmente desnudo, ya era finado, sólo un quejidito eché y me mandé a mudar para siempre. Próximo inquilino de Villa Antarca.
De todo tiene que enterarse la gente: habíamos ido en mi camioneta y tenía 91.000 pesos. Igual que los narcotraficantes, cuando los pillan y cuentan los millones que llevaban. Oiga, lo que tenía en la guantera no alcanza para nada. Como si le agregara truculencia a la escena, también hallaron una botella de gaseosa, un celular, las llaves, mis documentos. Lo que cualquiera lleva en el bolsillo, que no es gran cosa, hombre.
El tipo en pantuflas, antes de acostarse, le dice a la mujer:
—Estaban en la habitación número 3, Marisa, fijate vos, qué bárbaro.
La mujer repite “qué bárbaro”, se da vuelta y, al rato, está dormida.
Desde siempre vienen haciendo lo mismo. Mañana será otro, en la misma sección. Capaz que al próximo lo saquen con foto y otras señas particulares. Su vida queda reducida a tres párrafos. Y el tipo, mientras desayuna, quizás opine:
—Adónde vamos a ir a parar, Marisa, con gente así.
Juan Manuel Aragón
29 de octubre de 2025, en la placita de las Chismosas. Volviendo a casa.
Ramírez de Velasco®

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