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QUIPU Herencia peruana

Vereda del mercado Armonía,
hace unos años

“Cualquiera las ha visto en el mercado, extraer de entre sus ropas un pedazo de tela blanca, desatarlo y…”


El quipu del que hablan los que conocen la historia de los pueblos del Perú anterior a los españoles, era la manera que tenían de comunicarse, según lo explica el Inca Garcilaso de la Vega.
Como no inventaron un alfabeto ni tenían letras o números, para enviar noticias importantes, los indios usaban el ingenioso sistema de hacerle nudos a una piola. Según los dibujos de Felipe Guamán Poma de Ayala, era una soga principal de la que colgaban otras de no más de medio metro, cada una de un color distinto, en las que indicaban al Inca cuánto de maíz o de papa se había cosechado o —supone uno que sabe poco del asunto— cómo había salido la última expedición contra los pueblos del Tucma, que se habían andado tirando de guapos.
El quipu como forma de enviar y recibir noticias es una de las maravillas que se perdió con la Conquista Española. Los indios, que no eran tontos, seguramente se dieron cuenta de la superioridad del lápiz y el papel, ya que en sus piolines no tendrían cómo escribir otros asuntos.
Además, el arte de leer y escribir que nos trajeron los gallegos no era muy difícil, por lo que muchos se alfabetizaron para entrar definitivamente en los caminos de la civilización. De tal suerte que hoy no se sabe bien cómo se usaban esas piolas, qué significaban ni, sobre todo, qué decían.
Domingo Bravo, el gran quichuista santiagueño, en su diccionario trae la palabra “quípuy”. Dice que es acción y efecto de anudar, atar, unir anudando. También sería el imperativo “anuda tú”. Y avisa que es verbo de conjugación irregular, igual que “púñuy”.
El sistema de comunicación de los cuzqueños quedó en el idioma. En Santiago, tierra que hablaba el quichua como lengua franca hasta hace poco, el quipu también era el pañuelo con un gran nudo que usaban las viejitas como monedero. Cualquiera las ha visto en el mercado, extraer de entre sus ropas un pedazo de tela blanca, desatarlo y sacar las monedas para dar el vuelto de una gallina o comprar chala de tamales.
Las abuelas solían dejar oculto su quipu en un florero vacío, detrás de las tazas en el aparador o en el cajón perdido de una mesa olvidada. Tiempo después de fallecidas, los nietos hallaban el quipu como si fuera un tesoro escondido que les recordaba a la viejita y a las pobres monedas con que defendía la economía familiar. Con este sentido iniciamos a fines de la década del 80 o principios del 90 la revista “Quipu”, que editamos con el amigo Julio Carreras.
De sistema de comunicación de los incas, a más de tres mil kilómetros de Santiago, el quipu pasó a ser algo distinto, o no, según se mire. Aquí es un tesoro que la gente de los tiempos de antes quiere que conservemos y por eso lo guarda en algún rincón de la casa para que los nietos lo encuentren. Entre los peruanos indicaba quizás la fortuna de una cosecha, la suerte de una batalla, el éxito de un viaje.
Dicen que hay investigadores que descifraron —o están eso— este sistema de comunicación de los indios del Perú, de los cuales descienden gran parte de los santiagueños, asunto que ha desvelado a los historiadores y curiosos de la historia antes de la aparición del hombre blanco en estas tierras. Imagínese, el mentado Camino del Inca servía, entre otras cosas, para llevar desde el fondo al centro del imperio, unas piolas anudadas cuyo significado sabrían dos o tres personas.
Al fin sabremos qué querían decir estos nudos para nuestros antepasados y descubrir un modo de comunicación que quizás no tenga aplicación práctica en la actualidad, pero ayudará a conocer cómo pensaban esos pueblos cuya cultura desapareció hace varios siglos.
Mientras escribo estas líneas, todavía febrero del 2023, recuerdo los rostros de esas mujeres que vendían gallinas vivas, quesos, huevos, en la vereda o el primer piso del mercado Armonía, en sus historias, en sus hijos, en sus nietos. Doy gracias al Cielo por haberme permitido vivir parte de la infancia de Santiago del Estero, caminando sus calles, siendo un número —igual que hoy— para los que mandan. Pero entonces nos ponían quizás en la piola amarilla (“ckellu”, para nombrar ese color en quichua), mientras hoy somos infames bits de computadora, impulsos eléctricos que no valen ni el cachito de uña del dedo meñique cortada anteayer.
Disculpe, usted será todo lo moderno que quiera, pero no es lo mismo.
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. Cristian Ramón Verduc24 de febrero de 2023, 9:11

    Muy bueno, Juan Manuel.

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  2. Muy interesante tema y muy entretenido e informativo artículo, Juan Manuel.
    Tiene varios puntos para reflexionar.
    El primero es que confirma la falacia del concepto de "Pueblo Originario", que es en realidad una avivada indígena sacando provecho de la ignorancia del citadino.
    Cuando se menciona, con total veracidad, que los nuditos podían llevar noticias de "cómo había salido la última expedición contra los pueblos del Tucma", demuestra con claridad que estas culturas, sobre todo la del taimado y opresor Aymara, habían colonizado y aniquilado pueblos y cuturas anteriores (más originarias) a ellos, y éstas a su vez lo habían hecho con otras anteriores más originarias aún. Por consiguiente, no solo no había originarios cuando llegaron los españoles, sino que la única diferencia con la colonización española fue que no vino del mismo continente, y que dejó vivos a sus conquistados. Esto para ver si de una vez se termina con el cuento de "originarios", que en realidad no lo son.
    El segundo punto es otra hipocresía de los sacha-originarios del altiplano, que quieren imponer un lenguaje escrito que nunca tuvieron, como bien dice el artículo "....Como no inventaron un alfabeto ni tenían letras o números...."
    De esto puedo aclarar largo y tendido porque luego de 7 años viviendo en Bolivia, mis hijos terminaron la escuela con una libreta de calificaciones escrita en "aymara", por imposición del gobierno de Evo Morales, que después requirió largas peleas burocráticas para que fuera aceptada en el colegio donde atendieron en el país al que nos trasladamos luego.
    Tal vez tenga que agradecer que no les dieron una soga con nudos.
    En ese sentido no creo que la soga y los nuditos haya sido "una maravilla que se perdió con la Conquista Española"
    En primer lugar, no me impresiona como una maravilla, y en segundo lugar, no hubiera sido muy práctico para, por ejemplo, escribir un discurso de 3 horas como los que daba la presidente que teníamos antes.
    Si se enredaba usando lápiz y papel, no me quiero imaginar el enriedo con los kilómetros de soga que hubiera necesitado.

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