El colchonero |
Cómo influye la manera de dormir en el alma de un pueblo, sería la tesis a defender si este fuera un trabajo final de algo
Las costumbres, las cosas, los juegos, la manera en que se enseña a leer y escribir, quizás marcan a la gente para toda la vida. La televisión siempre se llamó así, televisión. Pero cuando llegó el color a las pantallas, durante un tiempo cambió y fue “televisión color” para distinguirla de la otra, que seguía siendo en blanco y negro. Va a suceder también con los automóviles eléctricos, durante un tiempo convivirán con los que andan a nafta, es posible que les digan “autos eléctricos”, para diferenciarlos de los viejos, hasta que un día, cuando anden todos con electricidad, volverán a llamarse simplemente autos, carros o coches, como les dicen.Durante cientos de años, quizás algo más, la gente ha dormido en colchones de lana. Eran simplemente colchones, hasta que salieron los de “goma espuma”, que trastocaron hasta la manera de tender las camas: la sábana de abajo, antiguamente no tenía elástico, no era necesario, no se salía.Los colchones se mandaban a hacer para toda la vida y eran de una tela especial, casi siempre de color azul. Se usaban igual que los de ahora, no había diferencia, salvo las lógicas de cada casa.
La última generación que los usó tiene, en algunos casos desde 40 años para arriba y eso porque vivió en el campo, donde duraron en la casa de los abuelos hasta hace relativamente poco. Puestos sobre el catre de tiento, eran ideales para concitar sueños maravillosos, ni tan duros como el colchón elástico de madera, ni tan vencidos como el colchón de elástico, en el que te hundías casi hasta el piso, que gustaba mucho sobre todo a los abuelos.
De un año para otro, cuando sobraba algo de plata, las madres solían llamar al colchonero, un tipo que se instalaba en la casa con un curioso aparato con púas, en el que tizaba toda la lana, cambiaba la tela y lo cosía de nuevo para no perdiera la forma. Es decir, no era solamente lana embolsada, como las almohadas, sino que llevaban todo un trabajo artesanal. Hablando de eso, las almohadas también eran más duras, más consistentes que las actuales y quizás —sólo quizás— más fresquitas también.
Ni entorno ni contorno, los increíbles cuentos con que los abuelos sazonan la imaginación de los nietos
El oficio se sigue conociendo hasta hoy gracias al tango Cambalache, que los argentinos repiten como un mantra en épocas duras, en la parte que dice: “Si uno vive en la impostura // y otro roba en su ambición, // da lo mismo que sea cura, // colchonero, Rey de Bastos, // caradura o polizón”. Nunca se sabrá si Enrique Santos Discépolo, su autor, agregó al colchonero entre los oficios de cualquiera de los ambiciosos o impostores, porque eran muy requeridos o porque tiene cuatro sílabas justitas para hacer octosílabo el verso. Lo cierto es que quien hoy estudian los tangos minuciosamente, deben explicar qué es un colchonero y gracias a ellos no se pierde en la memoria un oficio que antaño era muy requerido.
Durante un tiempo en algunas casas había colchones de lana y en otras de goma espuma, cuando todas se modernizaron, volvió a su nombre original, sin otros apelativos.
Si las costumbres de una sociedad van forjando el alma de la gente, entonces al menos una pizca de la impronta de los argentinos nacidos y criados sobre colchón de lana, debe persistir actualmente, distinta, aunque sea por un milímetro de los que toda su vida durmieron sobre los “goma espuma”.
De la misma manera que la gente de 50 para arriba, se crió haciendo davueltar el trompo, con las bolitas, la pallana, volando barriletes, costumbres que venían de miles de años antes de Nuestro Señor Jesucristo, y que existieron en todas las culturas del mundo, en los cinco continentes, y no entienden a quienes no tuvieron esos juegos y los hizo mayores la televisión. En determinados momentos de la vida, es como que hablaran idiomas distintos. Como dicen ahora, es como si tuvieran formateada la cabeza de otra manera. No debe ser lo mismo un chico que usa teléfonos móviles desde que tiene uso de razón, a otro que lo conoció de grande, porque no había.
Las cosas que recorren a cada individuo, de alguna manera influyen en su vida, le insuflan el espíritu de sus formas, lo habitúan a dormir de una determinada manera, les adiestran las manos, los dedos, la vista, a una forma de ver el mundo, en fin. No debe pensar igual alguien que se crió jugando al trompo, haciéndolo dormir en una mano, que quien vio lo que sucedía a su alrededor desde un celular.
No es lo mismo haber pasado la infancia y la juventud durmiendo en hermosos y sólidos colchones de lana, que largar el cuerpo en esos de goma espuma que cuando son nuevos son más duros que empanada de baldosa y con el tiempo se convierten en fofos, blandos, flacos. De alguna manera también el colchón va moldeando el espíritu de las naciones.
Estaría faltando alguien que estudie en profundidad de qué manera los sueños influyen en la realidad, sin apelar a falsos psicologismos, sino a la postura del cuerpo cuando se da al placer de quedar en las oscuras manos de Morfeo.
Cuando llegue este verano se volverá a dormir la siesta en Santiago, a pata suelta y con el mosquerío a la vuelta, como corresponde. Háganlo amigos, si tienen, en un colchón de lana. Chau don Suavegom.
©Juan Manuel Aragón
La última generación que los usó tiene, en algunos casos desde 40 años para arriba y eso porque vivió en el campo, donde duraron en la casa de los abuelos hasta hace relativamente poco. Puestos sobre el catre de tiento, eran ideales para concitar sueños maravillosos, ni tan duros como el colchón elástico de madera, ni tan vencidos como el colchón de elástico, en el que te hundías casi hasta el piso, que gustaba mucho sobre todo a los abuelos.
De un año para otro, cuando sobraba algo de plata, las madres solían llamar al colchonero, un tipo que se instalaba en la casa con un curioso aparato con púas, en el que tizaba toda la lana, cambiaba la tela y lo cosía de nuevo para no perdiera la forma. Es decir, no era solamente lana embolsada, como las almohadas, sino que llevaban todo un trabajo artesanal. Hablando de eso, las almohadas también eran más duras, más consistentes que las actuales y quizás —sólo quizás— más fresquitas también.
Ni entorno ni contorno, los increíbles cuentos con que los abuelos sazonan la imaginación de los nietos
El oficio se sigue conociendo hasta hoy gracias al tango Cambalache, que los argentinos repiten como un mantra en épocas duras, en la parte que dice: “Si uno vive en la impostura // y otro roba en su ambición, // da lo mismo que sea cura, // colchonero, Rey de Bastos, // caradura o polizón”. Nunca se sabrá si Enrique Santos Discépolo, su autor, agregó al colchonero entre los oficios de cualquiera de los ambiciosos o impostores, porque eran muy requeridos o porque tiene cuatro sílabas justitas para hacer octosílabo el verso. Lo cierto es que quien hoy estudian los tangos minuciosamente, deben explicar qué es un colchonero y gracias a ellos no se pierde en la memoria un oficio que antaño era muy requerido.
Durante un tiempo en algunas casas había colchones de lana y en otras de goma espuma, cuando todas se modernizaron, volvió a su nombre original, sin otros apelativos.
Si las costumbres de una sociedad van forjando el alma de la gente, entonces al menos una pizca de la impronta de los argentinos nacidos y criados sobre colchón de lana, debe persistir actualmente, distinta, aunque sea por un milímetro de los que toda su vida durmieron sobre los “goma espuma”.
De la misma manera que la gente de 50 para arriba, se crió haciendo davueltar el trompo, con las bolitas, la pallana, volando barriletes, costumbres que venían de miles de años antes de Nuestro Señor Jesucristo, y que existieron en todas las culturas del mundo, en los cinco continentes, y no entienden a quienes no tuvieron esos juegos y los hizo mayores la televisión. En determinados momentos de la vida, es como que hablaran idiomas distintos. Como dicen ahora, es como si tuvieran formateada la cabeza de otra manera. No debe ser lo mismo un chico que usa teléfonos móviles desde que tiene uso de razón, a otro que lo conoció de grande, porque no había.
Las cosas que recorren a cada individuo, de alguna manera influyen en su vida, le insuflan el espíritu de sus formas, lo habitúan a dormir de una determinada manera, les adiestran las manos, los dedos, la vista, a una forma de ver el mundo, en fin. No debe pensar igual alguien que se crió jugando al trompo, haciéndolo dormir en una mano, que quien vio lo que sucedía a su alrededor desde un celular.
No es lo mismo haber pasado la infancia y la juventud durmiendo en hermosos y sólidos colchones de lana, que largar el cuerpo en esos de goma espuma que cuando son nuevos son más duros que empanada de baldosa y con el tiempo se convierten en fofos, blandos, flacos. De alguna manera también el colchón va moldeando el espíritu de las naciones.
Estaría faltando alguien que estudie en profundidad de qué manera los sueños influyen en la realidad, sin apelar a falsos psicologismos, sino a la postura del cuerpo cuando se da al placer de quedar en las oscuras manos de Morfeo.
Cuando llegue este verano se volverá a dormir la siesta en Santiago, a pata suelta y con el mosquerío a la vuelta, como corresponde. Háganlo amigos, si tienen, en un colchón de lana. Chau don Suavegom.
©Juan Manuel Aragón
El tío Valico solía contar que era mucho mejor la cama plana con parrilla de madera y colchón de suavegon , por que la cama de elástico se hundía mucho en el centro y al peticiar con su vieja le hacía sacar mucho , por lo que tenía que hacerse un arco y no era placentero el sexo ja ja ja. Quien sabe de esto ?
ResponderEliminarQue hermoso recuerdo ... Sin pretender una acción obligatoria y recuperadora , como el sueño , salvó los picaritos que se creen vivos que aspiran , para no dormir , duermes y mueres , duermes y descansas , dormir con ella es un placer , dormir de prestado dormir apur
ResponderEliminarCuando llegaban las visitas para las fiestas de desenrollaban los colchones.y se abrían los catres para dormir afuera . En casa debajo del Parral p.Hermosos recuerdo .
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