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QUETUVÍ Un bicho de la casa

Foto de Christian Rodrigo Mora (Facebook)

Relato en primera persona del quetuví y su vida común y corriente, alejado de los grandes salones y las vanas celebraciones


A simple vista soy amarillo y negro, pero no soy hincha de Mitre ni de ningún otro cuadro, hace mucho dejé esas simplezas para los que creen en los dioses de las camisetas del sudor y el escupitajo aleve. Bien mirado también tengo otros colores, blanco y castaño. Me dicen quetuví, quetupí, benteveo, bichofeo, pitogüé, cristofué y de cientos de maneras más, como que habito en casi toda la América del Sur, América Central y Méjico en sus costas, la del Atlántico y la del Pacífico. Soy animalito sin pretensiones, navego en el medio de la tabla: ni tan común como el ruidoso gorrión ni tan hermoso como el copetudo cardenal.
Mi presencia y mi canto en las casas del campo —quizás también en las de la ciudad —anuncia visitas intempestivas, a deshora, de gente que no estaba previsto que viniera o llega de lejos o son parientes ineludibles o se presentan en un momento poco oportuno.
Al oírme, las madres barren el patio con más cuidado, tienden las camas a las apuradas y, por las dudas, mandan separar una cabrilla para tenerla lista por si llegan cerca del mediodía y vienen a quedarse. No es bueno que vaya alguien de afuera y vea que es sol alto ya, y las cosas de la casa siguen sin hacerse. Para que mi canto surta efecto, debo hacerlo en el algarrobo, al lado de la cocina del fuego o en el guayacán bajo el que la familia se sienta todas las tardes a tomar mate, si es posible dentro del sitio de la casa. Si canto lejos quizás estoy augurando visitas al vecino y Dios lo ayude.
Hay varias leyendas circulando por toda América, algunas inspiradas en mi canto, en mis costumbres, porque me gusta comer bichitos y a veces hasta salgo a challuar* como el Martín Pescador. Los colores de mis plumas a veces confunden a la gente, pues, a pesar de ser algo colorinche, a veces tengo pinta de tener mal genio, de pocas pulgas, como dicen. Pero, nada que ver, soy más bueno que el pan.
En lugares como Tucumán, si alguien dice:
—Quetupí.
Los otros responden:
—¡Qué querí!
El problema con eso de las visitas es que en las ciudades es casi imposible saber si anuncio visitas para uno o para el vecino de arriba o de abajo, pocas casas tienen plantas grandes y las familias ya no se reúnen cada atardecer a tomar mate y comentar lo que sucedió en el día. A lo sumo mira la televisión mientras picotea algo, los chicos revisan por enésima vez el telefonito en que llevan escondida la vida y quizás la patrona recalienta un guiso que quedó del mediodía para cenar.
No me han extinguido como a otros bichos del campo, simplemente porque también vivo en las ciudades, navego en el aire de los cables de luz y de teléfono, gambeteando semáforos, posado a veces en las marquesinas de los negocios. Bien tempranito bajo a comer las migas que quedaron en la vereda, de los bares de la calle Roca o del mercado Armonía, después alegro las mañanas de los chicos escueleros desde los altos lapachos o los cómodos paraísos, o intento pillar bichitos en el aire con los que daré de comer a mi prole siempre hambrienta.
Soy bicho que, si tiene compañía, la aprovecha gustoso, pero no se amarga por andar solo, viviendo a la orilla de los bosques, cerca de represas, arroyos, canales o ríos, haciendo su propia vida, tratando de no molestar a los demás. Mis costumbres son comunes y corrientes, mis gustos no son caros, no ando de noche pavoneándome en los salones ni concurro a asados pantagruélicos ni me han visto en desfiles, paradas militares o actos protocolares, con trajeados funcionarios.
A pesar de esos colores de mis plumas —que tampoco son gran cosa, si vamos a decirlo todo —intento pasar desapercibido dondequiera que voy, no soy el centro de la reunión y, de ser posible, me marcho temprano, porque me levanto al alba todos los días para hacer lo mío.
¿Leyendas?, ¿mitos?, ¿fábulas? No amigo, no tengo, soy lo que ve, un pájaro común y corriente, viendo cómo hacer para llevar alimento al nido que aguaitan mis hijos, que son mi esperanza, mi luz y mi alegría.
Lo demás es falso oropel, vivir para la apariencia, creer que uno vale por sus plumas, ¿y sabe qué amigo?, lo único que cuenta es el corazón. Lo demás lo llevará el viento del olvido, esa larga existencia que nos espera a todos después de la muerte.
Juan Manuel Aragón
A 6 de abril del 2024, en Pozo Hondo. Parchando la goma.
©Ramírez de Velasco
*Challuar, pescar, en quichua.

Comentarios

  1. En casa de mascotas y entre enojos porque pasan corriendo burlistas porque saben que están en hogares y cuidados o algunos vecinos para pasear sus animales por ahí se entretienen y en ese intervalo bajan rasantes los plumiferos amarillos a comer lo.que olvidan los perros terminar. Y después de comer a varios escuchar sus Chefari agradecidos

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