Fiesta familiar |
Uno de los que figuran en la lista de los que no fueron invitados, cuenta, en primera persona, cómo es ser siempre el primero
Algunas ventajas de tener un apellido que empieza con “a”, vea usted. Tengo parientes que, para los cumpleaños y celebraciones me ignoran prolijamente. Hacen una lista de gente que expresamente no está invitada. Y ahí figuro. Primerito. Pero, como le dije, solo porque mi apellido es con “a” de “ausente”. Estoy seguro de que recién al último se acuerdan de olvidarse de invitarme. No me recuerdan al principio, cuando empiezan a hacer la lista de los invitados, y así me bajan el precio considerablemente. Después se olvidan, hasta que uno se acuerda y los demás dicen, ¡uy, me había olvidado!, entonces, por las dudas, me ponen en la lista de los que no están invitados que, es mucho más extensa que la otra.
Entre los excluidos no solamente estoy yo sino el resto de la humanidad, qué honor. En la otra, solamente los que irán a la fiesta que, necesariamente, son pocos, aunque sean quinientos, es acotada, limitada. Yo, en cambio, soy unos de siete mil millones, ¡guau!, qué honor.Pero, qué le digo, por ahí alguno se equivoca y me invita. Con esto de los telefonitos móviles, al toque me habla para confirmar. Como siempre supongo que la invitación fue una lamentable confusión, aviso que no iré. Mi amor por ellos llega hasta el hecho de corregir sus errores haciéndome tachar de un inventario que no debía haber integrado. Me imagino después el suspiro de alivio. Dirán entonces: “Ahora lo podemos invitar al doctor Gómez Zuccarino, que sí es gente, che”.Siempre me pone feliz no confirmar mi asistencia, por un lado, evité a la parentela el mal momento de verme de nuevo. Y por otra parte quizás le hice un inestimable favor al doctor Gómez Zuccarino, de los Gómez Zuccarino, Gómez Zuccarino, no de los Gómez de la guía qué te crees. Pues, dicho sea de paso, andaba necesitando comer, porque la profesión está dura y los clientes andan flojos de bolsillos, che. Muchos de los que pelan títulos por aquí y por allá, al final de cuentas, son unos muertos de hambre, pero es otra historia, me parece.
Tampoco tengo traje y eso acota mucho más las invitaciones que me es dado aceptar. Porque a un asado, a una fiesta de 53 años, se va así nomás, a las de números terminados en cero es otra cosa. Cuando indican ´elegante esport´, es vestirse con ropa de buena calidad, pero no la mejor que uno tiene en el ropero. Categoría a la que llego rasguñando, con un buzo que me regaló un amigo y el único pantalón que tengo que no es vaquero, eso sí, bien lavado y planchado. Soné si llegan a decir “vengan con algo más que ´elegante esport´, porque al asado vendrá el embajador de Países Bajos”. Eso implica zapatos de alguna marca cara, camisa de confección italiana, cinto de cuero de vaca alimentada con ensalada de lechuga crespa y tomate perita, pantalón con botamanga angosta”. Vestimenta que no compraré jamás, lo diré ahora y lo seguiré manteniendo después, aun si acertara tres veces seguidas al primer premio de la Lotería Nacional.
Tranquilos parientes, digo, de todas maneras, por si alguno se toma el trabajo de leerme, no compro billetes de lotería, pueden seguirme invitando, pues ya no iré a ninguna fiesta, sarao, celebración, baile, despedida de solteros, recepción, velada, bautismo o lo que fuere.
Eso sí, no se olviden de convidarme a todos los velorios. “Vení urgente, murió el tío Doroteo”, me urgirán. La generación anterior, aunque tampoco me caía en cuenta, al menos tenía para excluirme de sus conmemoraciones, la excusa de que era un niño, como para que me invitaran y no sabría qué hacer entre tanto vejestorio.
Igual iré al velorio, firme como mugre de cogote. Acongojado y serio. Y, uno por uno, vendrán los hijos del tío Doroteo, a decirme cuánto me quería, me estimaba, me recordaba. Y yo pensaré muy bien, pero cuando le hicieron la fiesta de los 90 años, no me invitaron, quizás por miedo a que fuera de pantalón vaquero viejo, hilachento. Un pariente —además —pasado de moda, feo y mal trazado, como siempre he sido. Ahí compruebo casi siempre mi irresistible invisibilidad temporaria. Se acercan parientes que no registro, a decirme que me vieron de niño, me recuerdan de los años mozos, me vieron crecer, supieron de mí por terceras personas, se enteraron de todos mis fracasos. Y están encantados de verme otra vez, por supuesto.
Cuando todo pasa y el muerto está en el hoyo, al despedirnos, todos me guardan bien en las retinas, diciéndose para sí: “Cuando muera el primo Teodoro, que está medio chacabuco, tengo que avisarle a éste, su presencia pone un toque de antigüedad a los velorios, les da un aire popular, como pasado de moda”.
Yo regreso a mi casa tranquilo, complacido, feliz, porque volveré a ser, en poco tiempo quizás, quien encabece otra lista de parientes, amigos o conocidos no invitados a un festejo cualquiera. Suponen quizás que vivo en una madriguera, en una cueva infecta, de la que sólo salgo cuando huelo la muerte.
Si Dios me da vida, iré a sus velorios. Triste y compungido, sinceramente. En serio.
Juan Manuel Aragón
A 2 de junio del 2024, en Pozo del Arbolito. Arreando las vacas.
Ramírez de Velasco®
Y ahora está de moda que cuando te invitan tienes que confirmar con un " cachet" de voluntad además de tarifado te hacen saber que no están para tirar comidas menos que guarden lugar al que no acepta las reglas del arte . Pero lo importante es estar ayunados con dos dias previos y como decian antes " cachi no paga"
ResponderEliminarLos extrañamos el 20 de abril. Estaban invitados los cuatro.
ResponderEliminarEs una ...Lacerante...Realidad..
ResponderEliminarMe pasa lo mismo que a ud? con la diferencia que mi apellido es Torres y me piden plata ja ja ja.
ResponderEliminarSOLO VERGÜENZA AJENA ME INSPIRAN. SON LOS QUE MAS DICEN NIVELAR. PERO PA NO SE DÓNDE. YO CREO QUE DIOS LOS CRÍA Y ELLOS SE JUNTAN AMONTONAN Y O DISCRIMINAN. SEGÚN DICE
ResponderEliminarVergüenza ajena me provocan. No saben que no saben . Alguna culpa desconocida por ellos mismos cargan. Solo están en la fiesta de la que no participamos los del campo, los olvidados y negados ( acorde al mandato de sus tiempos de banquete)
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