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Antiguo crucifijo familiar |
Un pedacito de madera desafió el tiempo e hizo pedazos la memoria de quienes alguna vez posiblemente la observaron
¿Ha visto alguna vez los pedacitos de uña que uno se corta? Tan diminutos, como la cuarta parte de un grano de arroz, que parecía casi inexistente, y sin embargo allí estaba aquel fragmento, encerrado en un relicario dorado primoroso. Apenas se distinguía, cubierto por un vidrio que funcionaba como lupa, amplificando su minúscula presencia para contemplarlo con detalle. La abuela lo sacó del fondo del ropero, donde guardaba sus mayores tesoros, y ese 14 de septiembre lo mostró a los nietos, que lo miraron pasmados de asombro. El más curioso preguntó de qué árbol sería esa pequeñísima astilla de madera, y la abuela, con voz serena, comenzó a relatar su historia.Dijo que había nacido de una semilla traída del Paraíso directamente por Set, uno de los hijos de Adán. Luego había pasado por manos de reyes y profetas; plantado cerca de Jerusalén, cuando lo cortaron se convirtió en el madero de la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo. Era otro universo el que movía entonces los astros, y por eso los nietos quedaron un buen rato observándolo, como si pudieran sentir el peso de los siglos sobre aquella astilla.No era para menos: era una astilla de la Vera Cruz, la que había cargado el Salvador durante las catorce estaciones, la que lo sostuvo mientras expiraba, la que soportó los clavos en manos y pies, sobre la que estuvo el cartel: “Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum”, el famoso INRI, repetido en cientos de crucifijos que habían visto durante toda su vida. Cerca de dos mil años después, doce de los más de veinte nietos que tenía la abuela miraban embelesados ese pequeño pedazo de madera hallado por Santa Helena en el año 326.
El 13 de septiembre del 335 se inauguró en Jerusalén la basílica del Santo Sepulcro, construida por orden de Constantino. La dedicación del templo fue seguida, al día siguiente, por una solemne exposición de la reliquia. Desde entonces, este día se celebra el providencial hallazgo de la Vera Cruz. Los persas conquistaron Jerusalén en el 614 y la cruz fue llevada como botín de guerra. El emperador bizantino Heraclio la recuperó en el 628 y la devolvió a la Ciudad Santa. La fecha evocó no solo el hallazgo, sino también la exaltación de la cruz como símbolo de victoria frente a los enemigos de la fe.
Eso les explicaba la abuela a los nietos, que escuchaban con atención absoluta. Alguno se extasió tanto en la contemplación de la mínima pieza que prometió que, de grande, se haría cura solo para mostrar al mundo la verdadera religión. Desde entonces, la cruz pasó a ser un elemento cotidiano en la vida de los cristianos, recordándoles la Pasión y Muerte del Señor. En la Edad Media, la celebración se vinculó con las “cruces de término” puestas en campos y caminos, bendecidas durante la fiesta. En varios países europeos se levantaron ermitas o cruces conmemorativas.
La abuela contó que, durante el Saqueo de Roma, Francisco de Aguirre, el fundador de Santiago del Estero, se topó con un convento de monjas a punto de ser arrasado por los soldados y decidió interceder en su favor. Con la espada desenvainada, impuso respeto entre los saqueadores y los apartó. También resguardó a las monjas, poniéndolas bajo su protección hasta que la furia de la soldadesca se disipó. Entre los seguidores de Aguirre estaba un antepasado de la familia, que recibió la astilla de la cruz como premio por aquella acción. Desde entonces había estado en la familia.
Eran tiempos sin televisor; la imaginación corría más rápido que las palabras. Gracias a sus lecturas de Julio Verne, Emilio Salgari, los nietos imaginaban el humo de las batallas, las espadas refulgiendo, la sangre, el olor a pólvora, los heridos gritando, los muertos por todas partes. Y una monja, quizás joven y linda, entregando en la mano aquella reliquia a quien luego sería el primer abuelo que puso pie en estas tierras. “A mí me la entregó mi madre y, cuando me muera, será para una de mis hijas”, dijo la viejita, y todos quedaron pensando quién sería la afortunada.
El día del velorio de la abuela, entre susurros de los primos, una de las hijas anunció que había heredado la reliquia. La mostró, envuelta en terciopelo, y todos se acercaron ansiosos. Pero cuando abrió la caja en que estaba el relicario, se dieron cuenta de que el vidrio estaba roto y la astilla había desaparecido.
La caja vacía del relicario quedó sobre la mesa, y el silencio se extendió como un eco imposible de medir. La hija que lo había heredado buscó con dedos temblorosos, pero no había nada que encontrar: ni astilla, ni vidrio, ni memoria del objeto que todos afirmaban haber visto. Algunos primos dudaron de su propia percepción, y otros imaginaron que la astilla había decidido, en un gesto de libertad inesperado, desaparecer de la realidad para vivir sólo en la fe de quien la recordaba. Todo acontecimiento, pensaron, podría ser un fragmento de una historia más vasta, y la familia misma parecía convertirse en un archivo de imágenes y nombres que se reordenaban en cada recuerdo.
Al final, la casa de la abuela fue vendida, los nietos se dispersaron, y el 14 de septiembre dejó de ser un día señalado en el calendario. Sin embargo, cada uno conservó, en un rincón secreto de la memoria, la certeza de que la astilla alguna vez existió, y al mismo tiempo la imposibilidad de probarlo. Tal vez, reflexionaban, la reliquia no estaba hecha de madera sino de tiempo, y la verdadera herencia no era la pieza física, sino la fractura que dejó en la percepción de quienes la habían tocado, mirado y esperado. Así, la Vera Cruz no desapareció; simplemente se trasladó a un laberinto invisible, donde los vivos y los muertos la miran desde distintos ángulos, siempre distinta, siempre idéntica, siempre imposible de poseer.
Juan Manuel Aragón
A 14 de septiembre del 2025, en La Banda. Oyendo misa.
Ramírez de Velasco®
Otro sí digo
Hoy, 14 de septiembre es el Día de la Exaltación de la Santa Cruz, fiesta litúrgica que celebra el significado redentor de la cruz de Cristo, con raíces históricas en el hallazgo y recuperación de la Vera Cruz. No es un día de precepto, pero tiene prioridad sobre un domingo del Tiempo Ordinario. Las vestimentas del sacerdote son rojas, simbolizando la Pasión. Esto, para los creyentes, pero si no es católico, usted se lo pierde.
JMA
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