El edificio en la actualidad |
Un club que era sinónimo de exclusión y fue perdiendo todo por culpa del tiempo y de sus propios socios
El Jockey Club de Santiago del Estero fue durante muchos años, reducto de tahúres, gigolós, ventajeros, cafichos. Mezclados, por supuesto, con buenos padres de familia que lo suponían un lugar sano, benéfico, apto para que sus señoras vayan con las amigas a tomar el té y los hijos se junten con los amigos a conversar un rato o jugar al ajedrez.El origen de algunos Jockey de la Argentina fueron las apuestas de los caballos en el hipódromo. El turf, actividad de reyes, concentró en estos clubes a lo más granado de los apellidos tradicionales argentinos, la mayoría dueños de estancias en las que se cocinaba lo que el resentimiento de algunos marcó como “oligarquía con olor a bosta de vaca”.El origen del Jockey santiagueño fue algo más pedestre, como que el edificio que levantaron sus socios al frente de la plaza Libertad se hizo gracias al juego del “ferro”, que deja siempre ganancias extraordinarias al banquero. Es decir, no hubo grandes fortunas de apellidos históricos o insignes, apostando dinero a las patas de un caballo, sino jugadores comunes y corrientes, intentando salvar sus finanzas en unas horas afortunadas.Muchos socios iban al club a leer los diarios de Buenos Aires y El Liberal. Las malas lenguas dicen que es porque no tenían para comprarlos o eran tipos muy amarretes. Aquí se dirá, piadosamente, que las señoras les tenían prohibido hacer basura con tanto papel en la casa y preferían leerlos en el club y que se hicieran cargo otros de los restos de La Prensa, La Nación y el Clarín. ¿Pagina 12, dice?, no lo conocían ahí.
Como hubo algunas confusiones entre los socios que llevaban sus propios ejemplares de diarios nacionales para leer en el club, les empezaron a poner un sello, así los mozos no se confundían al levantar las mesas. Pero, hete aquí que cuando algunos parroquianos los pedían, ya no estaban. Entonces los empezaron a atornillar entre dos grandes maderas. Pero, aún así, de vez en cuando y misteriosamente, seguían desapareciendo.
Hubiera pasado desapercibido si no fuera por una característica que lo hizo visible para toda la sociedad. Al parecer a sus beneficiarios les dijeron que debía ser un lugar super exclusivo en el que solamente se admitieran socios, algunos lo tomaron al pie de la letra y en el sector de la confitería que daba a la vereda no dejaban sentar a extraños al club. Es decir, para sentarse en un café con mesas en la vereda, había que pelar el carnet de socio.
Era conmovedor ver a los turistas sentándose a tomar un café y verlo llegar urgentemente al mozo para correrlos a puntazos, porque mire usté, justito, qué barbaridad, se habían sentado en una mesa que le correspondía al doctor Fulano, a don Menganito o al licenciado Perengano. En ese tiempo teníamos dos turistas por año en Santiago y para peor el Jockey los corría.
Los concesionarios del bar fueron otra historia. El hijo de uno de ellos, pasó de ser dueño de una venta de camisas y chombas de moda, a propietario de un ingenio de azúcar en Tucumán. Los mozos contaban que algunos socios no querían pagarles el café porque estaban en la comisión directiva y a ellos no les correspondía, che, qué se han creído.
Entre unos y otros fueron fundiendo el club, al que le terminaron embargando el piano de cola que tocaron hasta los hermanos Ábalos, los cuadros de autores famosos que tenía colgados, algunas buenas estatuas, muebles de calidad. O los regalaron o se los llevó alguno a la casa. La cosa es que ya no están.
El golpe de gracia fue cuando Rico McPato se hizo cargo de los casinos de la provincia, la lotería, la tómbola y prohibió el juego en otro lugar que no sea justamente ahí. Y ya no se pudo jugar más por plata a la loba en el último piso del Jockey ni al póker ni al truco ni al ajedrez ni a nada. No solamente en el Jockey se prohibió sino en todo otro ámbito, de tal suerte que, si hoy usted organiza un campeonato de bolitas en el fondo de su casa, vienen y se lo trancan. O tira la plata en el casino o no hay juego para nadie.
Para ese tiempo el club ya venía de tumbo en tumbo, en las mesas de la vereda se sentaba cualquiera, lo que espantó a los escasos conspicuos socios que le quedaban, muchos de los cuales debían las cuotas desde los lejanos tiempos del Tata Eduardo. Hoy tiene todo un piso alquilado al Gobierno de la Provincia, en su otrora distinguido balcón hay una casa de venta de ropa y funciona un café que se anuncia con colores chillones.
Cabe la posibilidad de que en el futuro sea demolido y en su lugar se levante un edificio de varios pisos, rematado en lo alto con alguna de las águilas imperiales que Tío Rico ostenta en sus negocios. Muchos se alegrarán ese día. Cuéntenme entre los felices. Llevaré cohetes.
©Juan Manuel Aragón
Así es. Los tiempos cambian, los intereses e economicos también, y Rico MacPato se va quedando con todo. El pueblo lo debe querer así.........
ResponderEliminarAhora es para todos y todas y todes y todxs, etc. etc. Así como nos gusta a nosotros, en un gobierno nacional y popular. Y le recomiendo que lean Página 12, que escriben allí muchos santiagueños y santiagueñas y santiagueñxs, especialmente en las páginas de cultura.
ResponderEliminarConosco historias del club cercanas, como algunos quedaron en la ruina por sus interminables juegos. También cuando se cayó un voladizo del edificio, matando a dos personas. También algo tiene para contar el club de rugby que llevaba su nombre. Muy interesante tú publicación Juan Manuel.
ResponderEliminarConocí mucha gente allegada o socia del Jockey Club. Toda gente de trabajo, emprendedores, profesionales, que hicieron mucho por Santiago y su gente. Si tuviera que describir o cracterizar a la masa societaria del club lo haría de esta manera y no resaltando lo que en toda organización es generalmente "la excepción y no la regla".
ResponderEliminarRecuerdo que de chico me llevaban los domingos, a la salida de misa, y la gente que conocí era toda como lo que describo.
En el Santiago de todas las épocas hubo rótulos de tahúres, gigolós, ventajeros y cafichos asignados a gente mediante una práctica más ligada con la imaginación, la mala intención y la mentalidad de conventillo propia de pueblo chico. Pero en muy pocos casos esos rótulos solían estar justificados o demostrados con hechos.
Por supuesto que una institución vinculada con el juego debieron coexistir ciertos personajes, pero ninguna institución hubiera existido por tantos años si esa hubiera sido su principal característica societaria.
Pienso que ese club, al igual que muchos clubes sociales y también fraternidades de inmigrantes (sociedad italiana, española, siriio libanesa, etc.), perdieron su razón de ser a medida en que el progreso posibilitó que muchas actividades sociales cambiaran de escenario y muchos intereses y propósitos fundacionales de esas instituciones fueron cambiando o desapareciendo. Es fácil darse cuenta de ello si se analiza cada caso.
No apruebo las descalificaciones de pincelado grueso, al voleo, y de baja resolución. Creo que en el caso particular de estas instituciones, su caracterización amerita un análisis más cuidadoso y sofisticado. En Santiago del Estero hay dos posibilidades de tener un sustento. Una es trabajar para el papá estado provincial o nacional, a un nivel de muy baja productividad, alto costo y escasos logros. Eso requiere tragarse todos los sapos que existen sobre la tierra y callarse la boca ante cualquier situación. La otra es en el limitado sector privado, que genera desarrollo y progreso además de generar empleo. Los que la nota critica son quienes desarrollan comercio e industria y proveen a la sociedad de sus servicios y necesidades, aspectos que son mas dignos de destacar que sus propias miserias ludopáticas o el tener esposas con amigas que toman el té.
En mi caso, no seré de los que tiren cohetes el día de su demolición.