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CUENTO Doce pasos contados uno por uno

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"Después de colocar la pelota en el suelo, lo miré un fugaz instante: se refregaba las manos y daba saltitos como hacen en la tele"


José me tiró la pelota justito. Un pase como solamente él sabía. Años después, al único que lo vi tirar esos pases fue al Diego, con eso le digo todo y no le miento, mire lo que le digo. Quedé sólo frente al arquero de ellos, un chango de la escuela Normal que heredó la panadería del viejo y ahora tiene más guita que los ladrones, pero no porque hiciera funcionar bien la panadería sino porque se recibió de abogado. Lo habían puesto porque no había quién más quedase al arco, les había faltado el arquero.
Me hamaqué hacia la izquierda, no se tragó el amague, me hamaqué más para la izquierda, no se lo volvió a tragar y me mandé nomás por ese lado. Él se tiró para la derecha y me mandé. Ahí, cuando voy a empalmar para patear, con el arco despejado a la vista y el arquero casi vencido del todo, según supuse, sentí algo en el tobillo.
En un último esfuerzo, el chango de la Normal me había puesto el pie. Foul clavado. Penal. Sin discusiones casi, porque usted ha visto que siempre algo hay que protestar. Yo debía patearlo porque a mí me habían hecho el foul. José me dijo que se la pusiera a la derecha, pero yo le tenía rabia al arquero, nos había quitado de las manos —de los pies en realidad— un golazo.
Pateala a la derecha, me insistía José mientras yo colocaba la pelota en el punto de los doce pasos que, en ese tiempo, había que contarlos uno por uno y no como después, que las canchas ya venían con los trancos contados.
Quería mandársela al pecho. Que el arquero entrase con pelota y todo. Total, ya íbamos dos a cero, qué le iba a hacer si la atajaba. También cabía la posibilidad de que pusiera las manos por delante, con lo que mi venganza quedaría en la nada, pero no me importaba nada, porque tenía mi decisión tomada.
Después de colocar la pelota en el suelo, lo miré un fugaz instante: se refregaba las manos y daba saltitos como hacen en la tele. Cuando me vio hacer la maniobra parpadeó, se dio cuenta de que yo tenía decidido para qué lado iba patearle, aunque él no supiera cuál. Fueron unos eternos segundos en los que intentó desentrañar si sería para la derecha, la izquierda, el centro, de rastrón, media altura, al ángulo, colgadita o qué.
Me erguí y empecé a caminar para atrás. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis pasos. El referí hizo sonar su silbato, pero siempre hay que esperar uno o dos segunditos más, para darle más dramatismo al asunto y ponerlo un poquito más nervioso al arquero. Cuando lo miré a los ojos, antes de correr hacia la pelota, ya sabía que se iba a tirar hacia su derecha. No me pregunte por qué, pero lo sabía.
Tomé carrera perfilándome para darle con la pierna derecha. Mire lo que le digo.
©Juan Manuel Aragón
El Arenal, 23 de octubre del 2022

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