Discusión con la esposa |
Lo más común en estos tiempos es intentar la confusión en los debates, no mostrar las propias ideas honestamente y rebatir las del otro con deslealtad
De entre todas las falacias argumentativas, ya no es ad hominem la más usada por los parroquianos en las discusiones del café. O por los presentadores de la televisión y sus invitados. No, amigo, no va más el “vos no puedes hablar de peronismo porque el gobernador César Iturre te hizo nombrar ordenanza en la escuela Normal” o “qué me vienes hablar de mujeres, si tu esposa se cansó de probar la suspensión trasera con tu vecino”. O dicho en términos televisivos: “La señora Elisa Carrió se llena la boca hablando de democracia y fue alta funcionaria judicial de la dictadura, en el Chaco”.Es lo primero que viene a la cabeza a sus vecinos y a los entrevistados por un canal de la televisión cuando alguien tiene una opinión disvaliosa sobre ellos o dice algo que no les gusta. Atacan al que dijo algo, descalificándolo o llenándolo de palabras oprobiosas, en vez de debatir lo importante, que es, justamente lo que el otro manifestó: ¿era verdad o mentira?, si está errado, diga por qué.Quienes quieran tener un compilado de argumentos ad hominem, no tienen más que mirar cualquier debate presidencial, de cualquier país, en cualquier tiempo y verá lo que es acusar al otro, su partido, su historia. No se defienden de las acusaciones que les propinan. Casi todas las de los últimos tiempos están en internet y son ejemplos patentes —más bien patéticos— de lo que no se debe hacer si se quiere debatir ideas sobre asuntos tan importantes como sacar adelante una nación.Alguien dice: “El diputado Fulánez, aquí presente, no puede justificar los millones que le hizo ganar a su cuñado y me viene a acusar de haber incluido un legislador trucho en la sesión”. Antes la discusión posaba su ojo sobre Fulánez y todos se olvidaban del “diputrucho”. En la actualidad, los más avispados periodistas no se comen el amague, e insisten en preguntar sobre el falso representante del pueblo que votó una ley y dejan para otro día o para nunca los millones del cuñado de Fulánez, con lo que el argumento ad hominem dejó de tener la fuerza de antaño.
Pero siempre había alguien reflotándolo, como para no dar la razón a los romanos, que inventaron las reglas de la discusión, el debate y la porfía intelectual como método para llegar a conclusiones plausibles. Es la pelea más fácil, además, la usan los hermanos en sus pequeñas disputas hogareñas o marido y mujer antes de comenzar a tirarse los platos por la cabeza.
Esto sucedía antes de que alguien decidiera terminar con los matices y resolvió que sos de “A” o sos de “B”. La moda no solamente pasó en los estratos pocos cultivados de la sociedad, sino que se expandió, de tal suerte que, quiera o no quiera, don, sus vecinos, sus amigos, sus conocidos, evitan detenerse a pensar en lo que dijo, solamente para ponerlo en alguno de los dos cajoncitos en que dividen el ancho mundo del pensamiento, “A” o “B”.
No vale que usted proteste, se revuelva con rabia o insista con sus argumentos, que no tienen nada que ver con los dos extremos simplificados del pensamiento provincial, nacional o mundial. “A” o “B”, elija. Todos los libros que leyó, la experiencia que acumuló, los trabajos que hizo, los deportes que practicó, sus estudios, las clases a que asistió, formaron un pensamiento que, para los modernos capangas de la cultura, se reducen a dos extremos. Y repito, por si no lo entendió: “A” o “B”.
De ahí que, en los más modernos debates, siempre algún maricón sale con la última falacia argumentativa, el argumento ad argumentum. “Dado que en el mundo solo existe el blanco y el negro, todos los grises son un poco más negros o algo más blancos, entonces le diré a este tipo que me discute que piensa así porque es ´A´ o es ´B´, no se concibe que no sea alguno de los dos”.
Quien usa este argumento, cree tener un alto grado de refinamiento si, en medio del debate suelta: “Eso que dices es funcional a los intereses de Clarín/Página 12” o “seguramente has estudiado en las escuelas privadas/públicas que les inculcan esos pensamientos raros” o “vos sos uno de los culpables por haber votado a Alberto/Mauricio” o “te hiciste K/M, por seguir los pasos de tu padre que también lo era”.
Por qué es maricón quien dice esto. Según el diccionario de la Real Academia, es tal el “hombre que tiene gestos, ademanes y actitudes que se consideran propios de las mujeres”. Como lo hacen algunas, el maricón no intenta ver quién tiene razón, que es el motivo principal de los debates, sino sacar de su eje al otro, hacerlo enojar o, al menos, ponerlo nervioso, solamente para ganar la discusión a como dé lugar, tal como hace su señora cuando le reclama que dejó la ropa tirada en el suelo, porque así lo crío su madre. Si no logra enojarlo, al menos consigue que explique algo que no viene al caso.
Estas notejas llevan como interés principal, aunque no el único, instarlo a que lea, se informe por otros canales que no son los tradicionales ahora que internet brinda esa maravillosa posibilidad. La idea es empujarlo a salir de la trampa tendida por los dos pensamientos hegemónicos que dominan el mundo (antes era comunismo o liberalismo, pero los comunistas abandonaron a los obreros y los liberales se olvidaron de la libertad, ahora se es progre o retrógrado), y forme su propio núcleo de ideas básicas, que irá desarrollando con el tiempo, hasta tener su propio sistema de opiniones. Lejos de “A” o “B”, por supuesto.
Pero si quiere renovar su carnet de inculto, quién es uno para sofrenarlo.
©Juan Manuel Aragón
Pero siempre había alguien reflotándolo, como para no dar la razón a los romanos, que inventaron las reglas de la discusión, el debate y la porfía intelectual como método para llegar a conclusiones plausibles. Es la pelea más fácil, además, la usan los hermanos en sus pequeñas disputas hogareñas o marido y mujer antes de comenzar a tirarse los platos por la cabeza.
Esto sucedía antes de que alguien decidiera terminar con los matices y resolvió que sos de “A” o sos de “B”. La moda no solamente pasó en los estratos pocos cultivados de la sociedad, sino que se expandió, de tal suerte que, quiera o no quiera, don, sus vecinos, sus amigos, sus conocidos, evitan detenerse a pensar en lo que dijo, solamente para ponerlo en alguno de los dos cajoncitos en que dividen el ancho mundo del pensamiento, “A” o “B”.
No vale que usted proteste, se revuelva con rabia o insista con sus argumentos, que no tienen nada que ver con los dos extremos simplificados del pensamiento provincial, nacional o mundial. “A” o “B”, elija. Todos los libros que leyó, la experiencia que acumuló, los trabajos que hizo, los deportes que practicó, sus estudios, las clases a que asistió, formaron un pensamiento que, para los modernos capangas de la cultura, se reducen a dos extremos. Y repito, por si no lo entendió: “A” o “B”.
De ahí que, en los más modernos debates, siempre algún maricón sale con la última falacia argumentativa, el argumento ad argumentum. “Dado que en el mundo solo existe el blanco y el negro, todos los grises son un poco más negros o algo más blancos, entonces le diré a este tipo que me discute que piensa así porque es ´A´ o es ´B´, no se concibe que no sea alguno de los dos”.
Quien usa este argumento, cree tener un alto grado de refinamiento si, en medio del debate suelta: “Eso que dices es funcional a los intereses de Clarín/Página 12” o “seguramente has estudiado en las escuelas privadas/públicas que les inculcan esos pensamientos raros” o “vos sos uno de los culpables por haber votado a Alberto/Mauricio” o “te hiciste K/M, por seguir los pasos de tu padre que también lo era”.
Por qué es maricón quien dice esto. Según el diccionario de la Real Academia, es tal el “hombre que tiene gestos, ademanes y actitudes que se consideran propios de las mujeres”. Como lo hacen algunas, el maricón no intenta ver quién tiene razón, que es el motivo principal de los debates, sino sacar de su eje al otro, hacerlo enojar o, al menos, ponerlo nervioso, solamente para ganar la discusión a como dé lugar, tal como hace su señora cuando le reclama que dejó la ropa tirada en el suelo, porque así lo crío su madre. Si no logra enojarlo, al menos consigue que explique algo que no viene al caso.
Estas notejas llevan como interés principal, aunque no el único, instarlo a que lea, se informe por otros canales que no son los tradicionales ahora que internet brinda esa maravillosa posibilidad. La idea es empujarlo a salir de la trampa tendida por los dos pensamientos hegemónicos que dominan el mundo (antes era comunismo o liberalismo, pero los comunistas abandonaron a los obreros y los liberales se olvidaron de la libertad, ahora se es progre o retrógrado), y forme su propio núcleo de ideas básicas, que irá desarrollando con el tiempo, hasta tener su propio sistema de opiniones. Lejos de “A” o “B”, por supuesto.
Pero si quiere renovar su carnet de inculto, quién es uno para sofrenarlo.
©Juan Manuel Aragón
Excelente tema el de las falacias argumentativos, Juan Manuel. Están por todos lados y su uso y abuso es el claro resultado de la pérdida del ejercicio del intercambio de ideas y de la falta de información de calidad de la gente.
ResponderEliminarPara mi la más común en la actualidad es la falacia del falso dilema o del tercero excluido, que consiste en exponer dos opciones como las únicas posibles. Además de la ad hominem, es la más usada por los políticos deshonestos (valga la redundancia). Generalmente dan una razón falsa como única alternativa de explicación a un hecho "Mi oponente votó contra el incremento del presupuesto para educación pública. Debe de pensar que educar a nuestros hijos no es importante".
Es muy fácil caer en esa falacia porque las personas tienden a buscar una única explicación para un fenómeno, que generalmente depende de muchas variables.
"La inseguridad vial es por los conductores irresponsables", o "El cambio climático es por el aumento del CO2 en el aire", cuando ambos fenómenos dependen de muchas otras variables o causas.
Pero es lo que los políticos han sabido argumentar como únicas causas para alinear a la sociedad en una única dirección, que es la de creer que "ellos van a solucionar para el bien de la humanidad"
Me ha gustao, pero... ¿Estamos en la misma vereda de la calle única? ("Je je je", diría un amigo mío).
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