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CUENTO Vicio oculto

Fotografía de Daniel Bolaños

Qué pasa cuando un hombre decide dejar a una mujer de golpe, casi sin anuncios de lo que está por suceder


Una tarde, repentinamente, decidió que no la volvería a ver. No por cansancio ni porque ella hubiera sido injusta o mala con él o por alguna grave diferencia de criterios, nada que ver. Preparó un largo discurso y ensayo la cara que pondría al responder las obvias preguntas que le haría. “¿Tienes otra?” era la más obvia de todas. Supuso que lo mejor sería mantener cara de póquer y decirle que no.
No le iba a explicar que se había dado cuenta de que le gustaba otra mujer con la que apenas había salido dos veces, todavía no había pasado nada, pero ya estaban en esa etapa en que sabían en qué terminaría.
Se dijo que mejor negaba todo. Si se enteraba después sería tarde para reaccionar de mala manera. Para qué andarle explicando que habían ido a tomar dos cafés en el mismo lugar al que iban los sábados. Mejor que lo sepa después, que le agarre la rabia cuando él ya esté lejos para ocharle los perros. Sabía que sus cálculos eran hipócritas, pero qué iba hacer, no quería un escándalo, no le gustaban los gritos ni esas palabras que ella tenía guardadas en el alma para lanzar cuando algo la enojaba.
Los lunes, ese día era lujes, ella lo esperaba con una rica sopita caliente. Se lamentó por anticipado porque no la tomarla. Cocinaba muy sabroso, pero se dijo que sería peor contarle que ya no sentía nada por ella, después de cenar. Se conformó pensando en que a la vuelta pararía en un carrito a comer un sánguche de milanesa.
Dobló por la esquina de su casa, puso en punto muerto su motocicleta y la dejó ir esos veinte metros silenciosamente, como hacía todos los días. Luego estacionó tranquilo en el patiecito de adelante, maniobró un rato en silencio para colocar el manubrio mirando hacia afuera, por las dudas. Tocó el timbre. Lo atendió al rato.
Cuando entró, la notó nerviosa. Se fijó para el lado de la cocina y observó que no había hecho la sopa. Pensó: “Está nerviosa porque no cumplió con la promesa de esperarme todos los lunes con la sopa de verduras”. Luego se dieron un beso en la mejilla, pero fue un beso frío, como de compromiso.

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Entonces le adelantó su decisión de dejar, con tres palabras:
—Tenemos que hablar.
Ella tembló cual corzuela asustada, y se puso a la defensiva. Le dijo que antes tenía que explicarle algo importante.
—No, lo mío es más importante, te lo aseguro.
Hubo un tire y afloje, de “primero te digo yo”, “no primero yo”, hasta que él se puso firme y le dijo
—Primero hablo yo y después vos.
Se sentó en el sillón con los ojos bajos, compungida, como sabiendo lo que vendría. La tomó de las manos —le sudaban— y le dijo aquello que había ido a decirle. Suspiró y lo miró sin saber qué responder. Supuso que estaba tan enfurecida que no le salían las palabras, ¡pobre!
Ella fue sorprendentemente suave, luego de darle un beso en la frente, despacito lo fue llevando hasta la puerta de entrada y cuando salió, echó llave a la casa rápidamente, como lo hace uno cuando tiene apuro porque alguien lo viene persiguiendo o quiere ir rápido al baño.
Al montar en su motocicleta, sintió que adentro ella hablaba con alguien. Conversaba con un hombre.
¡Pucha!
©Juan Manuel Aragón
A 25 de septiembre del 2023, en Huachana, esperando la lluvia

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