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Los babilonios destruyeron Jerusalén |
El 27 de julio del 587 antes de Cristo, los ejércitos babilonios, liderados por Nabucodonosor II, destruyeron Jerusalén y el Templo de Salomón
El lunes 27 de julio del 587 antes de Cristo, los ejércitos babilonios, liderados por Nabucodonosor II, destruyeron Jerusalén y el Templo de Salomón, incendiaron la ciudad, derribaron sus murallas y llevaron al pueblo judío al exilio en Babilonia, un cautiverio que duró hasta el 538 antes de Cristo, según el Segundo Libro de los Reyes. La caída marcó el fin del Reino de Judá tras un asedio iniciado en el 589 antes de Cristo, con miles deportados, tesoros saqueados y el rey Sedecías capturado, cegado y encadenado.La destrucción ocurrió en el séptimo día del quinto mes del calendario hebreo, equivalente al 27 de julio del 587 antes de Cristo. Nabuzaradán, jefe de la guardia de Nabucodonosor, ejecutó las órdenes de arrasar la ciudad. El asedio comenzó dos años antes, tras la rebelión de Sedecías contra Babilonia, aliándose con Egipto.El Templo de Salomón, centro religioso y cultural judío, fue incendiado. Construido en el siglo X antes de Cristo, albergaba el Arca de la Alianza y simbolizaba la presencia divina. Su pérdida devastó espiritualmente al pueblo, cuyos líderes consideraron el evento un castigo por desobedecer a Yahvé.
Las murallas de Jerusalén, fortificadas durante siglos, fueron derribadas, dejando la ciudad indefensa. Casas, palacios y edificios públicos quedaron en ruinas. El fuego consumió gran parte de su estructura, según las crónicas bíblicas, que detallan la magnitud de la catástrofe.
Sedecías, último rey de Judá, intentó huir, pero fue capturado cerca de Jericó. Obligado a presenciar la ejecución de sus hijos, fue cegado y llevado a Babilonia encadenado. Su destino marcó el colapso de la monarquía davídica, instaurada unos 400 años antes.
El exilio babilónico comenzó con la deportación de miles de judíos, incluyendo nobles, artesanos y sacerdotes. Solo quedaron en Judá los más pobres para trabajar la tierra. La élite fue trasladada a ciudades como Babilonia y Nippur, donde se asentaron durante casi cinco décadas.
Los tesoros del Templo, como cálices, incensarios y utensilios de oro, fueron saqueados y llevados a Babilonia. Algunos objetos se exhibieron en templos paganos, según textos bíblicos, humillando aún más al pueblo derrotado.
La población sufrió hambruna y enfermedades durante el asedio. La caída de la ciudad, tras meses de resistencia, dejó un saldo de muertos incalculable. Los sobrevivientes enfrentaron un futuro incierto en tierras extranjeras, adaptándose a una nueva realidad.
El cautiverio duró hasta el 538 antes de Cristo, cuando Ciro el Grande, rey persa, conquistó Babilonia y permitió el retorno de los judíos a Jerusalén. Este edicto, registrado en el Libro de Esdras, marcó el inicio de la reconstrucción del Templo y la restauración de Judá.
Todavía hoy, la destrucción de Jerusalén permanece como un hito en la historia judía, documentada en la Biblia y corroborada por crónicas babilónicas como las Tablillas de Nabucodonosor. La diáspora y la resiliencia del pueblo judío durante el exilio forjaron una identidad que perdura hasta hoy.
Juan Manuel Aragón
Ramírez de Velasco®
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