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PENSAMIENTO Formación en la acción para la acción

Purificarse frente a un ideal superior

Cómo llevar a los hechos una reflexión católica, en unidad, perseverancia, verdad y comunidad de dirigentes


Por Norberto Gabriel Bianco
Si hemos de pensar en una base, en un cimiento pétreo e invencible para el trabajo apostólico y perseverante en el mundo, esta idea es la de la “unidad” como fundamento de la acción.
La unidad de suyo, reclama orden, continuidad y claridad en los fines e instrumentos que a ellos conducen.
La unidad es un valor que se gesta en el interior y va proyectando su férreo tejido hacia el exterior. Por eso podemos decir que la unidad es virtud en cuanto se desarrolla “ad intra” y manifestación monolítica del querer y el obrar en cuanto se manifiesta “ad extra”.
Esta unidad es imprescindible para el trabajo en el que estamos empeñados, porque fundamenta en su raíz la diversidad de manifestaciones, estilos, y vocaciones (esto también es motivo de una reflexión oportuna: la facultad de intuir que puede ofrecer cada persona a en la construcción común) que aporta cada uno de nosotros. Quiero decir que la diversidad y la libertad con la que esta debe manifestarse, reclama la unidad, de sentido y de voluntad, como faro y guía.
La unidad como virtud nos enfrenta con nuestra vocación, nuestra fe, nuestros principios, deseos, compromisos y responsabilidades. No es posible pensarnos a nosotros mismos, con seriedad y objetividad si no logramos en primer lugar sanear nuestro interior, de tal suerte que se manifieste uno y ordenado a la Verdad y al Bien.
La virtud moral es la fragua de la unidad interior.
Si no logramos ordenar nuestro corazón, nuestros deseos y nuestras vidas, inútil es pretender ordenar la vida social, laboral, política.
A todo efecto sigue una causa, dicen los físicos. Y la Ética, enseña que lo necesario siempre se ordena a lo imprescindible. Pues bien, ¿tenemos en claro que es lo necesario y que es lo imprescindible?
Esto es importante, pues marca la diferencia entre construir sobre arena, o sobre sólida roca.
La unidad exterior, el orden, y la estabilidad, vienen como efecto de todo un trabajo personal que comienza en la propia conciencia y que por su naturaleza se proyecta y desborda del ámbito del ser humano, al ser del mundo, anclándose con seguridad frente al signo de los tiempos y el acontecer de la historia con el acero de la solidaridad, criterio, honor y valentía no hace falta más.
En este camino de formación es menester aventar como peligrosa tentación cualquier duda o acontecimiento que entibie o hiera nuestros ideales.
Si hay dificultades, si hay obstáculos, debilidades y traiciones, tibieza e inoperancia, sacudimos las sandalias y miramos adelante, se trabaja con lo que hay y en donde se puede, al menos en tiempo de crisis y de parición.
Este camino de la formación en la acción es como la creación y conservación de un hábito bueno (virtud) se comienza despacio, con esfuerzo, sacrificio, avanzando y retrocediendo, hasta que de a poco se va cimentando el ideal en acciones concretas y permanentes.
Es probable que haya muchos que estén por estar, con o sin principios o con poco o mucho cálculo de beneficios y secretas ambiciones, eso se sabe y es cuestión de develarlos, confrontarlos y ponerlos en caja, con caridad, corrección fraterna, pero sin disminuir un ápice la firme y severa posición que el compromiso nos impera.
No se anda con medias tintas, la diplomacia no es para nosotros, de eso se ocupan otros, nosotros elegimos el frente
Cambiar la preocupación por entusiasmo, no quemar etapas; sin prisa, pero sin pausa. todos los días un poco más. E insisto, vida de comunidad, comunidad de dirigentes unidos, unidad en la Verdad y la Verdad sin transigencias. Si eso no es posible al menos en el plano del deber ser (del deber ser al ser.es poner la voluntad en el orden del hacer) entonces todo es inútil. No perder tiempo en “chiquilinadas” ni encuentros sin sustancia, todo debe contribuir a fortalecer, irradiar y formar.
“Formación en la acción para la acción”, se me ocurre que en la arquitectura de esta definición hay tres pilares a los que debemos reforzar en el caso que existan, o crear en el caso que no estén. Camaradería, reflexión y doctrina, garantizan fuerza operativa, y fuerza ciclópea a nuestro trabajo social.
La camaradería fortalece lazos, es un espacio en el que la comunión de ideales cristaliza en proyectos y estrategias de acción. Es en este encuentro, donde las posibles debilidades se superan por la conciencia de unidad, espíritu de cuerpo, y el valor del sacrificio.
Es en el ambiente de camaradería, donde las ambiciones personales y los afectos desordenados se purifican frente a un ideal superior.
Por cierto, este es un trabajo que exige tiempo, dedicación y espacio, no tiene generación espontánea y requiere en muchos casos heroica constancia, generosidad y buena voluntad.
La reflexión es como una puesta a punto del ser en relación con el deber ser. Me pongo frente a mi vocación. Categorizo mis armas, mis luchas, mis principios, mis horizontes y los valores agregados con los que pueda contar (fe, amistad). De esta forma puedo planificar mi construcción con discreto entusiasmo y con la certeza que los materiales con los que cuento serán suficientes para finalizar la obra. La reflexión es en principio un trabajo personal, que podrá o no compartirse de acuerdo a las circunstancias, pero que sus conclusiones siempre se ordenaran al obrar.
En cuanto a la doctrina, me refiero no solo al estudio, de la historia, de las leyes sino y principalmente a las categorías esenciales que le dan sustancia al resto. Quiero decir los primeros principios, aquellos que nos conectan con la Verdad, la Unidad y el Bien.
Por ejemplo: podemos hablar días y días, sobre los actos buenos y malos, sus consecuencias, sus causas, el porqué de tal o cual acción, justificar o condenar una u otra. Hablaremos de lo que se hizo, no se hizo, o se pudo hacer, sobre las acciones y omisiones nuestras, de ellos o aquellos, pero en el fondo de toda esa discusión, hay un principio universal, que los antiguos llamaban el principio de sindéresis y que se resume en hacer el bien y evitar el mal.
Bueno pues la verdadera doctrina, es un enjambre maravillo-so de conceptos que van constituyendo como cada cristalito el paisaje de un vitral.
Pienso en nuestra vocación y en la acción para realizarla, en cualquiera de sus estamentos, como un arte, y como el arte, más auténtico, es cuanto más se manifiesta como “esplendor de la Verdad”.
Por eso nuestra vocación y trabajo, de alguna manera tiene que encontrar en el arte, analogías que sirvan a sus objetivos.
Veamos un magnifica pintura, y conversemos con su creador, a la pregunta sobre cuanto demoró en realizarla nos dirá trabajo, inspiración y constancia, porque la obra es fruto de un esfuerzo continuo y decidido, la coronación se logra en poco tiempo, pero hay un trabajo previo de formación, esfuerzo, dedicación y sacrificio.
Veamos ahora la pintura misma. Trazos diversos, infinidad de puntos, variedad de colores y tonalidades, claroscuros, sombras y luces. Toda esa variedad y riqueza cromática constituye la belleza y su esplendor.
Nuestro trabajo, ha de ser como una obra en la cual cada uno con sus particularidades, dones, cualidades e inclinaciones, va aportando su trazo original, su punto de vista único.
Lo que finalmente buscamos es el reino de la Verdad y la Paz aunque esto nos cueste el pellejo, eso no importa, pues cuando alguien acepta una vocación que se ordena a la justicia, las necesidades, deseos, o temores propios han de pasar a segundo plano o mejor decir desaparecer. Si esto no sucede no hay entonces madera para la obra y en esto no hay mediatintas.
Hemos hablado de patria y de pensar la patria. Pues bien, una patria justa es aquella que se recrea sobre una sociedad en que la justicia y su maravillosa corrección la equidad, campean por doquier.
Y esta sociedad no es viable si en el lugar de trabajo de sus hijos es la injusticia, la inseguridad y los privilegios los que imperan.
La cosa es muy simple, los cambios se producen de adentro hacia afuera, y el valor indiviso y el heroísmo que el trabajo requiere, no dará en muchos casos, la recompensa que quizá alguno esperaba o soñaba, pero ¿desde cuándo es la recompensa lo que mueve al honor?
Sin una profunda convicción, sin un verdadero culto personal al honor y la fidelidad, la lucha está perdida de antemano, fren-te a un enemigo que sabe lo que quiere y tiene los medios para ejercer su dominio, imponiendo muchas veces el seudo prestigio infecundo y soberbio al temor de los desposeídos o los que menos tienen.
Recopilando pues todos estos pensamientos:
Pienso nuestro trabajo, como “formación en la acción, para la acción”. Y como propio de la inteligencia es el ejercicio de distinguir, vale aquí esta primera distinción. Hablo de acción como “fruto” de un continuum que tiene su origen en la inteligencia y en la reflexión en orden al obrar.
La acción entendida en el sentido más pleno es efecto de la reflexión que incluye, advertencia de fines y medios, libertad interior y ausencia de coacción exterior (y si cabe también interior, miedos, inconstancia), y responsabilidad por las consecuencias.
La acción moral nunca es “un disparo al aire”.
Es menester madurez intelectual y moral, para poner en su auténtica dimensión, la responsabilidad que nuestra vocación, cristalizada en un cargo que es “carga y compromiso”, nos impone.
Este es un prerrequisito elemental cuando de construir espacios para la justicia social se trata. No es posible levantar un cuerpo estable, firme y fecundo, si los miembros no tienen la madurez y grandeza necesaria para ver más allá de ellos mismo y de sus intereses. Y lo que no es menos importante, la facultad de escuchar, aprender y ser permeables a los consejos que nacen de la experiencia y buena voluntad.
Construir estrategias de lucha en tiempo y espacio, es importante, pero más importante es hacerlo en la intimidad del Consejo, donde priman la sinceridad y el firme deseo de restaurar la Verdad, la Justicia y la Paz.
El espíritu de equipo, el esfuerzo compartido, el sentido trascendente de la obra, garantizan continuidad en el tiempo y efectividad en el espacio. Cualquier ideología, doctrina o sistema se subordinan al bien común, que si auténticas, siempre las incluye.
El deber sacro que tenemos de pensar la patria, incluye pensarla hacia afuera, pero también “ad intra”, en su constitución social y política, en sus hijos y en el trabajo de sus hijos y por sobre todas las cosas con la clara conciencia que la patria es una herencia y el bien común la savia que le da vida y garantiza la pervivencia de lo que constituye su raíz primigenia: la Justicia y la Verdad.
Un trabajo efectivo y permanente requiere virtudes que en el tiempo que nos toca vivir, parecen extraordinarias, fortaleza, honor, generosidad, libertad, honra a la palabra empeñada y por sobre todo valentía (que justifica en algunos momentos actos de temeridad).
Estas “virtudes” se dan de “palos”, con el temor, la vanidad, la ambición desordenada, y las trivialidades adolescentes, etc. En este sentido es urgente acotar el proyecto en aquellos que reúnen estas virtudes, o que (quizá más importante) tienen la buena voluntad de aspirar a ellas y los que no mejor dejar que sigan su camino.
La unidad de acción y comunión de ideales reclama también presencia permanente en el lugar que nos toca. Estar, escuchar, interceder, cuidar, y levantar la voz si es necesario. Presencia, continua. Nuestra vocación reclama estar alerta, porque el “poder”, los “privilegios”, el “prestigio” se mueven sigilosos en la penumbra, y si no conocemos sus pulsos, dejamos abierta una brecha en la construcción de nuestras murallas y almenas.
El poder y el prestigio avanzan sobre el cenagal de las amenazas y el temor de los inferiores. Y nosotros estamos, además, para convertir ese temor en fuerza operativa, exigencia de justicia, sentido de la equidad, valor cívico e instrumento del bien común y la paz.
© El punto y la coma y el autor.

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