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TERRITORIO Relatos matreros

Asuntos cotidianos

Van 12 narraciones escritas hace mucho y publicadas en otra parte, para matizar un verano que viene caluroso allegro ma non troppo


La raspa
La tarde anterior, nos pedía que le juntáramos palitos secos, leñita, y que la apiláramos al lado de aquella hornalla que había mandado a hacer el abuelo en el patio, debajo de un gran olivo, de unos tarcos y una planta de granada. A la siesta, ese impreciso territorio, entre esa hornalla, la soga de tender la ropa y un gallinero viejo, era de los chicos, que jugábamos a los soldaditos o leíamos la revista D’Artagnán, Julio Verne o Emilio Salgari.
A la mañana se levantaba temprano y hacía que uno de nosotros le llevara la leche, el azúcar y la paila de bronce que mi abuela o tal vez mi bisabuela o la madre la bisabuela había comprado a los gitanos. La recuerdo con un batón celeste y sus alpargatas blancas, toda la santa mañana, revolviendo, prohibiendo que nos acercáramos mucho porque, ya se sabe, si se lo desea mucho, se corta.
Muchos de los gestos que ella hacía en esos días, serían copiados de mi abuela, que a su vez los habría sacado de su madre y su madre de su madre y así hasta llegar quién sabe hasta qué profundo siglo de la Europa blanca y la América india. Y serán gestos que le copiaron mis hermanas a ella y mis sobrinas a sus madres y quién sabe si seguirán repitiéndose hasta el fin de los tiempos.
Muchos años después, he pensado si la sombra aquella de los tarcos y el olivo, la cercanía con la planta de granada, el aire seco del viento del norte, la cuchara de higuera, el grito de las catitas y el canto de los coyuyos serían los que le daban ese sabor que no se repetirá ya jamás, jamás de los jamases en la vida.
Y es que nunca más se volverán a repetir su batón celeste, sus alpargatas blancas número treintaicinco, su clara y -ahora lo sé- joven voz y sus ojos verdes, pidiéndome que le juntara leñita seca porque mañana haría dulce de leche. Yo lo hacía con gusto porque al que le ayudaba le tocaba la raspa de la paila de bronce, que era como la raspa de la vida que -ya entonces- mi madre nos enseñaba a gustar.

Jamás
Retumbaba un trueno azul en el cielo plomizo el día que me dijiste, definitivamente, que no me querías, que me fuera, que no volviera por tu casa, que me mantuviera alejado, que nunca más te dirigiera la palabra, que no te mirara. Incluso me prohibiste que te soñara o que recordara o tuviera reminiscencias o saudades de una sola de las aventuras que habíamos vivido.
Cumplí, vaya si cumplí. Ahora no me acuerdo de tu casa, de tu voz, de tu rostro ni de tus otras señas particulares. Dime, ¿quién eras?

Las magas
Las magas amaban la casa. A las cansadas daban nalgadas, laxas, parlaban la tanda, changas baratas. ¡Araca! Ana Carrara, Amanda Abdala, Mara Artaza, Tamara Zapata, Marta Aranda, Aldana Lara, Pabla Galván, Sara Amaya, Ada Barraza, Carla Cajal, Sandra Carranza, apalabraban al Rajá.
Las magas sacaban la bata, andaban vagas, hablaban para Caracas, Canadá, La Plata, Samarcanda, Catamarca, Andalgalá, Canán, La Pampa, las Cataratas, Calama, Amamá, Granada, Las Palmas, Salta, Navarra, Panamá, La Matanza, Paraná, Aracataca, La Banda y La Kaaba para ramadán.
Las magas agarraban la navaja, apalabraban la rambla, daban lata a la cana, manyaban carnaza, nalga, caballa, papa, batata, manzana, naranja, ananá, castañas. Sacaban la nata. Las damas amaban al galán falaz y las sábanas ganaban al alba. Daban largas a la cancha, bajaban las patas al canal y agarraban la taba, la pallana y la larga sanata.
Trabajaban nada, ¡alhaja las ñatas! Sanaban a las patadas, las manchadas astas. ¡Satanás! ¡Satanás! Andaban varadas, nadaban y cantaban la mar astaba sarana, sarana astaba la mar. Haraganas.
¿Las plantas? Arrayán, pacará, jacarandá, jana.
Hamacaban la caja, las majas, marcaban las barajas, andaban tras las largas caras, las galanas. Para la macha, mandaban caña cachaza.
Al marcar las cartas, abarataban la laca y mataban la basta sanata.
Y, ah, las magas, abracadabra, las patas daban a la cabra.
La cámara ya las llamaba para amar.
¡Magas!, ¡magas! Tan tarambanas, tan malsanas. ¡Tan bataclanas, las flacas!

Viaje a las estrellas
Para viajar a las estrellas, la cuestión es tener unos guantes de esos gruesos, que sirven para apretar los botoncitos de las naves espaciales. Después hay que esperar el día de la cuenta regresiva, diez, nueve, ocho, siete, pateas una piedrita mientras caminas rumbo a tu trabajo, seis, cinco, cuatro, adiós señora comoleva, comoestausté, tres, dos, uno, qué frío que hace esta mañana, es julio, qué esperas, que haga calor, cero y fuego. Ya estoy en órbita, macho. Marcar la tarjeta y entrar a la oficina.
Buenos días, señor jefe. Y que se haga agua el helao.

Algo interesante
Siempre me pasa que cuando comienzo a escribir algo interesante, alguien me interrum

Nietzsche
Ella era otra clase de mina, no sé si capta, era inteligente, había estudiado literatura, filosofía y se sabia de memoria pasajes enteros del Quijote, de Kafka, Kant, qué sé yo. Para peor, era linda, lindísima, con un cuerpazo, viera. De entrada nomás me dijo que no quería exclusividades a la hora del amor: cuando nos viéramos, todo bien, pero el resto del tiempo, sin reproches. Yo le pregunté qué quería decir con eso y ella respondió que si la veía con un vago, tomando un café en cualquier parte, me tenía que hacer el sota o a lo sumo, saludar de lejos.
—¿Cómo?— me acuerdo que le pregunté.
—Mirá loco, si te gusta, bien. Y si no, ya sabes...
Pero ya estaba enganchado. Mal.
Ella vivía en un departamentito de la Tucumán primera cuadra. A veces le tocaba el portero y me atendía, todo bien, salíamos a comer algo, le encantaban los panchuquer, los sánguches de hamburguesas, el huevo frito, la comida chatarra, báh. Pero otras ocasiones, por más que la buscaba por los lugares que solía frecuentar, no la hallaba. Y, obviamente, los celos me consumían.
Por épocas le daba por vestirse de negro, pintarse las uñas también de negro, esas cosas; otro tiempo andaba con unos escotes que daban vértigo y a los días salía con unas túnicas largas y el pelo llovido, toda pálida.
Insistía en que yo debía estudiar filosofía, que tenía que aderezar las enseñanzas de la calle, con algo de estudio sistemático. Porque a ella le daba tanta vergüenza llevarme a sus tenidas sobre Kant, Nietzsche, Freud, como a mí, presentarla en casa de mis padres.
Así que un día dejamos. Y me olvidé de ella, hasta que la vez pasada, me la encontré por la calle. Nos paramos a charlar y la invité a tomar un café.
Si quiere la verdad, ese día supe que había hecho bien en dejarla. En un momento de charla, un quía la saludó de lejos, se hacía el sota, no sé si capta.

Debut

Estábamos los dos solos, era noche bien oscura y fría. Me acuerdo clarito que te dije "vamos, vamos, rápido, urgente". Vos te resistías, me dijiste que era tu primera vez, que no había derecho a que te corrompiera así, que nunca serías la misma después de aquello.
"Mi vida, es ahora o nunca", insistí para apurarte. Y vos me respondiste que para mí era fácil, porque ya lo había hecho otras veces, pero que, por ser tu debut, debía tener un poco de consideración y no ser tan brusco.
Al final, me acuerdo de que te convencí y nos llevamos la bicicleta. De quién habrá sido.

La madre de las huríes
Al Manzor al—Harabí bin—Younes (o como quiera que se escriba su nombre), contaba que había leído, en alguno de los periódicos que infestan El Cairo, que un día aparecería un hombre con el papiro en el que estaba escrita la verdadera historia de la madre de las 10 mil huríes del paraíso.
Al Manzor se hizo viejo sin que apareciera el hombre del papiro, hasta que una ocasión, en un cinematógrafo de la ciudad que besa el Nilo, pasaron una cinta de Marilyn Monroe. La noche del estreno la profecía se cumplió (en el caso de que hubiera sido una profecía, pero eso solamente lo sabe Alá, que es grande).

Palito
—¿Dónde estaba usted el 31 de setiembre del año pasado al mediodía? Haga memoria, mire que le va la libertad en su respuesta.
—Ah, ahora me acuerdo. Ese día almorcé en casa, como todos los días. Era el cumpleaños de un amigo y lo invitamos a almorzar. Si quiere, señor juez, puede venir a declarar él también.
—Ha pisado el palito y lo voy a condenar a purgar su crimen con cinco años de prisión.
—Pero le he dicho la pura verdad, señor juez.
—Miente. ¿O no sabe que setiembre solamente trae 30 días?

Tramposa
Andaba bien con Dalila, eran felices, gozaban hablando, imaginando jardines, kioscos, literarios manzanares, naranjales. Ñoño, Omar parecía quererla resignadamente. Siniestra, tramposa, urdió vapulearlo, walquiria xenófoba y zorra.

Sorpasso
Las más comunes eran las Flecha, después estaban las Sorpasso, que venían a ser las Adidas con lucecitas de ahora. Eran de color azul o matecocido con leche y abajo traían unas franjitas que daban más agarre. También estaban los botines Sacachispas, que eran más caros que no sé qué y pocos los tenían y los Quégolazo, que venían a ser unos Sacachispas para pobres, te los ponías dos veces y se hacían pomada.
El Gordo cayó ese día a la escuela con unas Sorpasso azules nuevitas. En el recreo estábamos jugando a la pelota en el patio, que tenía un alambrado a la vuelta. En eso, la pelota voló para afuera. El Gordo corrió a traerla, trepó el alambrado, cruzó la calle, pateó la de trapo y volvió. Cuando estaba trepando, se le enganchó la zapatilla en un alambre y se le rompió toda la planta, a la altura del taco. Se le hizo moco, como dicen ahora.
Al día siguiente, el Gordo no salió a jugar en el primer recreo. Se quedó sentadito en el banco. En el segundo, tampoco. Ya en el tercero, decidimos averiguar qué le pasaba. Le corrimos el banco de adelante, lo levantamos, lo dimos vuelta y nada.
—¡Eh, Gordo!, qué te pasa. Vení a jugar a la pelota— le dijo alguno.
—No puedo— respondió.
—Pero, vení, qué te va a pasar.
—Nada, no puedo— seguía diciendo.
Y fue Pelusa, creo, el que se dio cuenta. El Gordo había venido con la zapatilla izquierda y una media azul. En el pie derecho, en vez de zapatillas tenía solamente la media y el padre le había pintado una franja blanca con témpera, para que pareciera que tenía las Sorpasso puestas.
A usted, que nunca ha salido de las cuatro avenidas, amigo, tal vez le haga gracia la historia. Pero a uno que sabe lo que es no tener zapatillas, todavía le duele, verlo al Gordo, sentado en el banco, sin moverse toda la mañana. Capaz que ahí sigue.

Rabietas

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,  //
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Pablo Neruda

Prometo que no me voy a enojar nunca más con vos ni con la otra, tu hija, mi hija, que siempre me hacen iniquidades, aprovechándose de que son dos contra uno. Prometo que no las voy a retar nunca más, que jamás volverán a saber de mis rabietas. De ahora en adelante, prometo nunca más ponerme como un loco antes de venir al trabajo. Perdonen que se los diga en este cuento, pero ya no tengo otra forma de averiguarlo. ¿Por qué todas las santas mañanas tengo que hurgar hasta detrás de la heladera? ¿Alguna vez antes de salir, tendré el honor de no buscar como un infeliz el peine, el maldito peine?
©Juan Manuel Aragón

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