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MAESTRAS El Cielo de los antihéroes

Busto de Juan Felipe Ibarra en el parque Aguirre

Intrigas, traiciones y próceres controvertidos que marcaron la historia argentina con pasión y desencanto

En el Cielo de los antihéroes argentinos brilla con luz propia el marqués Rafael de Sobremonte y Núñez del Castillo, conocido nomás como Marqués de Sobremonte, a quien las maestras de antes, cuando la historia era una materia que se tomaba en serio en la escuela, hacían odiar con toda el alma. ¿Porqué?, porque cuando llegaron los ingleses en su Primera Invasión a Buenos Aires, se mandó a mudar con todas las riquezas del Cabildo. Igual los ingleses hallaron mucho oro para llevarse y meses después, cuando no sabían que ya los habíamos hecho cagar, pasearon los tesoros mal habidos en Buenos Aires, por el centro de Londres, como solían hacerlo cada vez que capturaban un puerto español, esos piratas de mierda que siguen siendo.
Después, siempre cuando el mundo era joven, pues de esa época se está hablando, las maestras intentaban imponer como segundo villano más malvado en el ránquin, a Juan Manuel de Rosas, pero en aquel tiempo la prédica de los revisionistas de la historia argentina ya había hecho mella en muchos de los padres de los alumnos, algunos de los cuales, aleccionados por sus progenitores, se paraban a discutirle a la maestra sosteniendo una postura contraria y ¡Viva la Santa Federación! ¡Mueran los salvajes Unitarios!, qué tanto.
Otro que brilló con mucha fuerza cual un verdadero hache de pé, en ese Paraíso maniqueo que se fabricaba para los estudiantes argentinos, era Domingo Faustino Sarmiento. Pero los alumnos no odiaban al Sarmiento real, a quien de haber conocido seguramente habrían amado como alguien admirable, sino al Sarmiento sarmientino creado por la imaginación de las maestras. Para ellas, perdonen que las recuerde así, era un muchacho que nunca faltaba a la escuela, decía siempre la verdad, y había sido maestro a los quince años (mi mamá contaba que mi tía Gorda —Olinda Clelia Ethel Basualdo —también había sido maestra de la Normal de Santiago a los quince, así que tan difícil no debía ser). En suma, para las maestras sarmientinas, Sarmiento era un pelotudito cualquiera.
Si en aquel tiempo, cuando todavía se enseñaba historia, lo hubieran pintado como lo que era, un tipo medio loco, con arranques de furia, que en Chile se había trincado a una mujer ajena y que pensaba la puta que los parió y escribía la puta que los parió, como lo describió Ignacio Braulio Anzoátegui, quizás les habría gustado el tipo.
Imagine, amigo, un chico que estudiaba historia, con próceres presentables, como José de San Martín o Manuel Belgrano, que hasta medio pintuditos eran y que después le salieran con este pelado, morocho, jetón para peor. Y como era sordo, oía poniéndose una cornetita en la oreja. Además, antipático.
Después, bueno, los próceres se bifurcaban un poco, pero el siglo XX era campo minado para las maestras y los alumnos querían o no a Hipólito Yrigoyen según la militancia radical de los padres y querían u odiaban a Perón, siguiendo los pasos del padre peronista o gorila.
En las escuelas de Santiago se enseñaba poca historia local. Primero por el asunto de Juan Núñez de Prado y Francisco de Aguirre, asunto medio jodido para explicar. Y después por el conflicto entre héroes nacionales que habían mandado a matar a próceres locales, como Belgrano, que lo mandó a fusilar a Juan Francisco Borges. Otra cosita, muchos no querían a Juan Felipe Ibarra, pero querían menos a los Taboada, que inauguraron la moda o siguieron la costumbre, de la traición a mano armada, en descubierto y en poblado, como una manera de hacer política en la provincia.
Y desde mediados del siglo XX, en la provincia hubo como un sentimiento generalizado de que la anti heroína preferida, la malvada que amaban odiar los santiagueños, era Mercedes Marina Aragonés de Juárez, nombrada como la Nina, dicho como quien escupe un odiado nombre o como la Señora Nina, con todo el amor del mundo, según el juarismo o el antijuarismo de cada cual.
La nota de ayer, que trató sobre el origen etimológico de la palabra ramera, trajo a algunos lectores un recuerdo de “las chicas de la rama”, como se llamaban a sí mismas las huestes peronistas femeninas del juarismo, acusadas por tanto de ser “rameras”, en un diario local, algo que hizo enojar tanto a la esposa del cinco veces gobernador Carlos Arturo Juárez, que inició un famoso juicio a ese periódico, condenando a sus propietarios a venderlo para evitar el odio del entonces todopoderoso Juárez (Tata Juárez, Dios lo tenga en su gloria y no lo largue más).
Hasta que un buen (o mal) día, quizás con mucho (o poco) acierto, los chicos dejaron de aprender historia en todas las escuelas de la Argentina, porque total, ahí está Instagram o TikTok que les entrega en grageas lo que necesitan para conocer su origen y su destino.
Todas estas rencillas de la historia muy simplificada de antes, pasaron a ser la porción de un pasado al que nadie quiere volver.
Hoy los niños aprenden asuntos importantísimos para la convivencia y para su vida futura, como a decir siempre y “todos, todas, todes, todus y todis”. Al salir la secundaria saben que la naturaleza está equivocada y que hay tantos sexos como la gente quiera tener y que, para no embarazarse, las chicas de la primaria deben colocarse un implante bajo la piel, y si no se lo hacen poner las madres las obligan porque para eso son madres, qué tanto. Todo lo demás es cuento.
El siglo XXI corre a toda velocidad y como dijo una Directora del Archivo de la Provincia en tiempos del finado Carlos Aldo Mujica: ¿Para qué guardar papelitos con asuntos de 1810, gente que ya se ha muerto?
Anticipaba el tiempo que venía, esa mujer.
Yo la oí con estas orejas que tengo.
Juan Manuel Aragón
A 4 de julio del 2025, en Casa Rosa. Comprando un par de medias.
Ramírez de Velasco®

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