Las gallinas por dormir, imagen tomada por Jorge Emir Llugdar |
Después de comer, los chicos íbamos a jugar, a bañarnos en la represa, hondear bumbunas, jugar a las escondidas, pero lejos de la casa
Cuando llegábamos de visita a una casa, si era cerca del mediodía, siempre nos hacían quedar a comer. En el pago, todavía hoy queda mal que usted esté de visita cerca del mediodía, le pidan pasar a la mesa y diga que no. Cuando íbamos con mi padre a lo de unos parientes, una vez al año, siempre nos convidaban. Cualquier parte era lejos para ir, si usted decía que no, en realidad estaba indicando que prefería volver con hambre antes que almorzar ahí, todo un desprecio.No le voy a decir si está bien o está mal, pero en esas ocasiones comíamos sólo los varones en una mesa, desde chicos de primer grado hasta el viejo la casa. Las mujeres almorzaban allá, en otra parte. El primer plato era una carne asada, generalmente cabrito o costillas de animal vacuno, después venía la sopa bien puchereada, el plato siguiente era un guiso, marineras o milanesas, luego la mazamorra y al final el postre que, como íbamos en verano, eran tunas coloradas, riquísimas.Nosotros, changos de ciudad, por ahí le queríamos esquivar a un plato, pero nuestro tata nos blanqueaba el ojo y debíamos decir que sí a todo, muchas gracias, muy amable. Entonces fue que aprendí a comer zapallo y ahora me gusta tanto que, si está bien hervido, le meto hasta el final, con cáscara y todo.En esos tiempos no era como ahora, que cualquier mocoso contradice al padre, le discute mano a mano y hasta por ahí lo hace pedir perdón delante de todos por haberse expresado mal. Los grandes conversaban y, de vez en cuando, si venía a cuento, preguntaban algo a la gente menuda, que debía responder solamente lo que le consultaban: cómo andaba en la escuela, cómo se llamaba la señorita, si ya sabía enlazar, qué tal era para la honda, asuntos menores.
Ese mundo era de los grandes, fue antes de que llegara el sentimentalismo monocorde de la televisión y el psicologismo barato con zapatos de goma inventado por las grandes divas y los súcubos e íncubos con los que suelen rodearse. Ahora está todo tan inficionado que uno ya no sabe qué es qué, quién es quién o cómo será la magia para que uno que antes uno, ahora sea una. Pero, basta de basura, sigo contándole.
Después de comer los chicos íbamos a jugar, a bañarnos en la represa, hondear bumbunas, jugar a las escondidas, pero lejos de la casa, para no molestar a los grandes, que se quedarían durmiendo su sacrosanta siesta. A esa hora no se movía un ututu en el pago, salvo nosotros, que andábamos gateando palomitas o jugando al chumuco en la represa. Como un desquite de la hora del almuerzo, durante la siesta la gente menuda era la reina del bosquecito cercano, la represa o el algarrobal de la casa que había sido de la finada Rosa que ahora era tapera y la creíamos habitada por espantos.
Más allá de la anécdota, los grandes nos estaban preparando para un mundo con jerarquías, deberes y derechos bien establecidos, en el que los mayores hablaban porque los guiaba la experiencia y el mundo de los sentimientos —la sensiblería maricona actual les daría asco—y los dramas de diván les eran ajenos.
No era una vida con valores sino un orbe, un orden de principios. Le explicaría la diferencia entre unos y otros, pero el tiempo apremia, así que vamos adelante con la nota, que el tiempo apremia.
La casa de aquellos parientes hace tiempo que no existe más, no están ni la represa ni el corral ni el algarrobo que gobernaba el patio con su sombra corriéndose con las horas ni el aljibe ni la cocina ni el corredor ni catitas chillando ni las vacas bajando al agua. Tampoco viven los vecinos ni los parientes, los viejos se han muerto, con los jóvenes el viento norte jugó al manchanchi y los revoleó por todas partes. Y de aquellos principios de que le hablaba, queda apenas un recuerdo, si es que queda, pero si me llegase a topar con algún amigo de esos tiempos no le voy a preguntar. Tengo miedo de chasquearme.
©Juan Manuel Aragón
Buena reflexión, Juan, sobre la educación y formación de los jóvenes en un ambiente rural que requería de ciertas jerarquías y niveles de participación, acordes a la forma en que debía organizarse la familia y la sociedad.
ResponderEliminarLa comida de los hombres por separado no era una costumbre que esté bien o mal; de nuevo es juzgar con presentismo; los hombres hacían tareas rurales a deshora, y su conversación no era pertinente ni a mujeres ni niños. Era como era....sin estar ni bien ni mal.
Hay muchas de esas costumbres que no aplican a la vida de ciudad, o al ambiente laboral y ritmo de vida moderno. También el trato tiene que ser diferente por la necesidad de los hijos de tener contacto paterno para manejarse en ese ambiente.
Pero las costumbres de respeto y jerarquía no deberían perderse, y como te comenté en otras oportunidades, todavía se puede educar y criar a los hijos con esas costumbres, si se tiene la visión y convicción.
Por culpa de los juegos siesteros, un changuito del pago le preguntó a su madre :¿ mama quien se empeña, el que está abajo o el de arriba? la madre indignada por la reinterada pregunta le responde: el que está abajo chango tonto, el que está abajo. El changuito se largó a llorar mientras decia: estoy preñao mama ¿ que decís chango tonto? estoy preñao mama , la gorda de tío chufa en el bordo de la represa me a bajo el pantalón , me a tirao antarca y se me a sentao encima .
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