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CUENTO El tiempo eran nomás los días que pasaban

Tango

“Como al pasar, algunas noches de cruel insomnio a dúo, mostraba fotografías en las que resplandecía como una beldad magnífica en medio de otras chicas…”

Le digo, amigo, se acordaba de aquella época en la punta de la lengua, le brillaban los ojos cuando rememoraba su cumpleaños de quince, el vestido, los muchachos en la puerta a los que hizo pasar una vez que terminó la cena con la promesa de que harían bailar a todas las chicas. Tenía presentes también los bailes en el Olímpico y aquellas brutas caminatas rumbo a la casa, a la madrugada por la Belgrano, llegando al barrio San Martín, en La Banda, esperando el colectivo que a esa hora ya no pasaba. Y su madre que los acompañaba y quedaba en una mesa en la orilla, tomando una naranjada toda la noce, y aquel muchacho que bailaba como un príncipe (y tal vez lo fuera, aclaraba), y una noche de Año Nuevo la llevó al centro de la pista y entre los dos le sacaron chispas a la pista.
¿Te acordás las mujeres aquellas,
minas fieles, de gran corazón,
que en los bailes de Laura peleaban
cada cual defendiendo su amor?
Y tan hermosita que te lo era, no dicho por mí, sino por todos los que la conocieron en sus buenos tiempos. En el rostro se notaba que había sido un linda chica porque todavía, a esa altura de la suaré, oiga lo que le digo, le quedaban rastros en la sonrisa y en alguna que otra mueca de mujer acostumbrada a ser mirada siempre por todos los hombres, en todas partes, bajo cualquier circunstancia. Como al pasar, algunas noches de cruel insomnio a dúo, mostraba fotografías en las que resplandecía como una beldad magnífica en medio de otras chicas de fisonomías olvidables que, seguramente tampoco habrían sido tan buenas bailarinas como ella.
Te baten todos Muñeca Brava
porque a los giles mareás sin grupo,
pa´ mi sos siempre la que no supo
guardar un cacho de amor y juventud.

La conocí cuando venía cuesta abajo en la rodada, no solamente yo, que soy nadie, sino también ella, amigo. Era hermosa todavía y conservaba aquella frescura de la juventud. Se le empezaban a notar, eso sí, las costuras del relato. Como si de tanto narrar aquellos tiempos, no fuera que se acordaba de lo sucedido, sino que se adivinaba por sus gestos, que eran la memoria de la última vez que lo había contado. Sus palabras eran repetición de la repetición de un recuerdo, no la memoria misma. Si quiere la verdad, amigo, yo también, triste en la pendiente, solitario y ya vencido, con música y letra de Carlos Gardel, no era lo que se dice un nene de pecho, llevaba perdidas varias cuadreras y la yapa.
Por seguir tras de su huella
yo bebí incansablemente
en mi copa de dolor,
pero nadie comprendía
que, si todo yo lo daba
en cada vuelta dejaba
pedazos de corazón.

Desde el primer día supimos que llevaríamos un tiempo el mismo camino y que un día habríamos de separarnos, como que había algo entre los dos que no terminaba de cuajar del todo, no sé si entiende amigo, una espina de dolores viejos nos incomodaba el alma y nos impedía lo que ahora llaman convivencia y antes era concubinato. No diré si fue una buena o mala época, sólo que pasó un poco rápido para el gusto de alguien como uno, chinitero, querendón y mal acostumbrado, según decía mi abuela, en ese idioma de antes que los viejos llevamos grabado en la memoria. Un día nos dijimos chau-chau adiós y al día siguiente, sin bronca y con dolor, andaba buscando otros horizontes en los que hacer la catrera todas las noches. ¿Ella, pregunta? No sé, nunca averiguo. Quizás cuando cuenta lo que fueron aquellos bailes, con una sonrisa en los labios, recordando el pasado, le venga a la memoria algo que le dije cuando el tiempo eran los días que pasaban nomás, y no la carga insoportable en que se convirtieron después.
¡Quién sabe, si supieras
que nunca te he olvidado...!
Volviendo a tu pasado
te acordarás de mí...

Y eso es todo lo que tengo para contarle. Si quiere, pongalé final de tango: “¡Chaaan, chán!”.
Juan Manuel Aragón
A 23 de junio del 2025, Belgrano y Córdoba (La Banda). Acelerando la moto.
Ramírez de Velasco®

 

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