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Sanguchitos nuestros de cada presentación |
Al final de esta nota, la solución para no aguantar la impuntualidad de los organizadores de toda clase de actos
Desde que no sé mirar el reloj en Santiago, no voy más a conferencias, coloquios, parlamentos, charlas, recitales, conciertos, festivales, lectura de poemas, presentaciones de libros ni nada de nada. Antes tenía la deferencia de salir de mi casa con tiempo para llegar a horario o, pongalé, cinco minutos antes, porque bien podía pasarme algún percance en el camino, toparme con un conocido, mirar una vidriera o algo. Me daba mucha vergüenza la posibilidad de llegar cuando todo estuviera empezado y andar entre las filas de sillas tratando de sentarme en la única que estaba libre a esa hora.Pero llegaba y siempre pensaba en que me había equivocado: no era ahí, tal vez todo había pasado, quizás me había confundido y no era el día, lo habían pospuesto y no me había enterado. Pero, oiga, no solamente no había pasado, sino que todavía no había empezado. Le preguntaba a uno que andaba ahí, el portero o algo, si ahí sería la presentación del libro de la escritora Fulana de Tal. Cuando me decía que sí, miraba la hora:—En el diario han dicho que es a las siete de la tarde.
—Sí, yo he leído lo mismo.
—¿Entonces?
—Parece que van a demorar nomás.
En aquel tiempo, siempre que me estaba por ir, llegaba un conocido que me retenía, quizás sin querer, y me hacía quedar dos horas más, hasta que empezaba la presentación.
Abrir paréntesis para los sanguchitos. A veces el gancho para conseguir asistentes, era anunciar que luego de la presentación habría un brindis. Un seudo escritor porteño que vivió varios años en Santiago y que despreciaba a los escritores santiagueños, solía ir solamente por el brindis. Llegaba, preguntaba si habría sanguchitos al final y si le decían que no, se mandaba a mudar indignado.
Una anécdota: cuando presentaron el libro “El poder”, de Julio César Castiglione, en la Universidad Católica, fui porque me interesaba el asunto. A la salida había una pila bastante grande sanguchitos, empanadas, cocacolas, esas cosas, y me distraje unos segundos hablando con una escritora. ¡Hubiera visto, amigo, la velocidad con que desapareció el tentempié!, ¡mamita!, ¡la voracidad con que devoraban todo a su paso esos profesores universitarios, zampándose sánguches, empanadas y bocaditos más rápidos que gordo en patineta!
Y una acotación. Así como hay gente que confunde la fiesta del casamiento con el matrimonio, muchos otros creen que los libros se publican solamente para hacer lo que llaman “un lindo acto de presentación”, independiente de la calidad de lo escrito, lo que se dice, lo que se intenta comunicar con el texto. Que muchas veces es nada, porque los libros se escriben para ser presentados, nada más. Cerrar paréntesis.
Al parecer los organizadores siempre tienen en cuenta que muchos demorarán en llegar a la conferencia o lo que fuere y la gente que va a ir también recuerda ese detalle, por lo que el primer asistente estará llegando, con suerte, una hora tarde. Si hay algún estúpido, como Aragón, que llegó a horario, que se joda.
Si se anunció que algo comenzará a las 7 de la tarde, hay una media hora de preaviso, pongalé, otra media hora santiagueña, otra más para los que llegan a tiempo y uf, la restante en favor de conferencista. En total, son dos horas o un poquito más.
Como no entiendo mucho de esos nuevos relojes con retardo, elegí no ir más a un acto programado para una hora determinada, prefiero perderme los discursos de los escritores, las escritoras y los escritoros, las lisonjas, loas, ditirambos y ponderaciones de su obra más los siempre riquísimos sanguchitos y no darle de comer a mi úlcera con la renegada porque el acontecimiento no comenzó a tiempo.
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A veces pienso en que debería escribir un libro imaginario, publicar en todas partes que se lo presentará en el Colegio de Médicos a las 8 de la noche y anunciar que el brindis incluirá sanguchitos variados, vino del bueno, cocacola y sevená, empanadas, costillitas de cerdo frías, patitas de pollo, sushi y caviar en galletitas Cracker Rex. Una hora después, mandar a un amigo para que se pare en la puerta y avise a los que lleguen con tardanza que todo ha pasado, que estuvo muy lindo, que comieron hasta ponerse pupulos, pero que había que llegar a tiempo.
Dos o tres veces que lo hagan y, ¿sabe qué?, cuando anuncien algo a las 7 de la tarde, a las 7 menos diez habrá una fila de tres cuadras aguaitando para entrar.
Pero quién sabe, che.
©Juan Manuel Aragón
A 27 de noviembre del 2023, en Tapso. Tusando la mula
Parece naturalizado el no cumplimiento de las promesas; en esos casos, la promesa del horario.
ResponderEliminarLa diferencia estará en el título del Libro a presentar? Porque si en vez de Vida de Reyes se publica Los caminos del Linyera, quizás irían los que buscan satisfacciones espirituales.
ResponderEliminarEs insoportable,mala educación,falta de respeto, presentación y educación de la persona,y podría seguir...pero no hay derecho de hacer uso del tiempo de una persona
ResponderEliminarAdemás de conferencias y demás, te has olvidado de mencionar los Conversatorios, que están de moda.
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