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REAL El santiagueño avaro

El avaro santiagueño (imagen de archivo)

“Se sentaba en las confiterías, comía lo que quedaba en la mesa y cuando el mozo le preguntaba qué se iba a servir, se excusaba porque ya había consumido…”

Muchos recuerdan en Santiago a aquel abogado conocido, picapleitos de varios bancos a la redonda, maletín en la mano izquierda, saliendo temprano de su casa a procurar sus juicios. A cada banco llegaba puntual, a la hora del refrigerio que esas instituciones suelen ofrecer a sus empleados, tomaba el sánguche y la gaseosa que le correspondía y al día siguiente, cuando llevaba a los chicos a la escuela, les repartía lo que le habían dado.
Cuentan también que se sentaba en las confiterías, comía lo que quedaba en la mesa y, algunas ocasiones cuando el mozo le preguntaba qué se iba a servir, se excusaba porque ya había consumido, no daba ni las gracias y, más tranquilo que paloma en cable, se mandaba a mudar. De sus hijos contaban que las zapatillas que a los pobres les duraban —pongalé— seis meses, pasaban varios años y ellos las seguían usando con todos los dedos para afuera, la suela atada con cable, pero ya se sabe, la gente es mala y comenta.
Dicen que dicen, pero quizás fuera una verdadera exageración, que cuando a sus chicos les salían los dientes de leche, en vez de la moneda para que compren un caramelito en la escuela, se daban con un cartelito que les había dejado el Ratón Pérez. Decía: “Seguí participando”.
Otras hazañas que se contaban era que usaba el papel higiénico dos veces, no hablaba para no gastar aliento, jamás se ponía al sol para no dar sombra, no se hablaba con el cuñado porque se llamaba Gastón, si oía misa por la radio, a la hora de la limosna cambiaba de emisora. Decían que cuando se puso de novio, por ahí pasaron con la chica por el Trust Pastelero, de adentro dicen que salía un aroma exquisito. Ella le dijo: “Sentí el olor, ¡qué rico!”. Él la miró y le respondió: “Entonces pasamos de nuevo”. Pero dejaron porque después de un tiempo de andar, él la invitó a dormir. Cuando ella le preguntó por qué, respondió: “Porque soñar no cuesta nada”. Ella le devolvió el anillo de compromiso y él preguntó: “¿Y la cajita?”
Cuando nació su familia estaba en su etapa más floreciente, dueña de un negocio que les dejaba millones cada mes y que no se nombrará, primero por un poco de pudor ajeno, no es bueno aludir a los ausentes con nombre y apellido y segundo porque en esta ciudad que se da aires de moderna, progresista y liberal, en el fondo de su corazón sigue siendo la aldea que siempre fue.
Uno que otro de los herederos también tuvo sus mismas costumbres y con el tiempo, como suele suceder, se confundieron las historias del padre con las del hijo y el Espíritu Santo, hubiera dicho mi tía Encarnación.


Siguen circulando sus anécdotas, sobre todo en las confiterías de la plaza Libertad, vereda de la Independencia, que viene a ser la más picante. En el Santiago actual, sin las ínfulas de antaño, dan vueltas por ahí los nietos, bisnietos y chozno nietos o como se diga, de aquellos personajes entrañables de las leyendas urbanas pueblerinas. A veces uno, que se las da de avanzado historiador, categoría amateur, quisiera preguntarles si es cierto lo que se narra del tío, del abuelito o del primero de ellos que vino en el barco.
Cuando se estaba por morir, en su lecho de muerte preguntó: “Clara, ¿estás aquí?” y Clara, la esposa, le dijo que sí. “Pedrito, hijo, ¿estás aquí?” Y pedrito le respondió que sí. Después la nuera: “Josefa, ¿estás ahí?” “Aquí estoy”, dijo ella. “Si todos están aquí, ¿qué hace prendida la luz de la cocina?”
Ya se insinuó que esta es una sociedad hipócrita, igual que este escrito que queda para ustedes, ¡oh!, chismosos lectores, con más pistas ciertas que exageraciones rimbombantes. El que quiera entender, que entienda.
El que no, que se joda.
Juan Manuel Aragón
A 19 de septiembre del 2024, orillas del Saladillo del Rosario. Durmiendo en la catrera.
Ramírez de Velasco®

PS Cuentan que cuando el médico vio los análisis le dijo que estaba todo muy bien. Llamó a la casa y le dijo a la señora: “Clarita, salimos bien vos, el perro y yo”.

Comentarios

  1. El que sepa leer, sabe a quienes te refieres.....jajaja, aunque te tomas ciertas licencias de escritor: algunos ejemplos medio exagerados.

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  2. Que bronca! no se quien podrá ser

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