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RAÍCES Yo vi crecer a Santiago del Estero

Olaechea y Catamarca

Bajo mi sombra se tejen historias, amores y memorias de un pueblo que me olvida y no me canta

Cuando nacieron los santiagueños que hoy caminan por las calles de la ciudad o del entero mundo, yo ya era. De los 470 y pico de años que tiene la ciudad, al menos 122 estuve aquí, en el mismo lugar. Fui plantado con mis hermanos en lo que entonces era un brazo muerto del río, el 9 de agosto de 1903. Nadie me cantó, no se hicieron leyendas con mi vida: en una sociedad que ha ideado ficciones hasta para el cura que se acuesta con una feligresa o un compadre con una comadre, a mí no me han inventado nada.
En cada ventolera que se arma voy perdiendo ramas. Apenas corre viento, los vecinos, que caminan bajo mi sombra, corren a sus casas. A pesar de mi aspecto soy quebradizo, quién lo diría, ¿no? Y no sirvo como leña para el asado, pues me quemo, papelito en el fogón. Pero nadie me quería por duro o fuerte, sino por mi sed: necesito de mucha agua para crecer. Con eso sequé el pantano en que se había convertido un costado de este pueblo y se terminaron los mosquitos del paludismo. Los únicos que intentaron hacer algo poético en mi corteza fueron los enamorados que, sevillana en mano, dibujaron sus nombres y los rodearon con corazones flechados.
Salvé muchas vidas: debajo de mi copa se trazaron calles, caminos, senderos; me adornaron con monumentos y estatuas. Y me hice adulto.
Luego levantaron la Costanera para proteger a Santiago de las inundaciones. Cuando encerraron el agua en el dique Los Quiroga, el río acentuó su curva hacia el naciente. Luego el embalse de las Termas ya dio seguridades de que el Mishqui Mayu estaba finalmente domado. Y levantaron otro parque del otro lado, y me fui metiendo en la ciudad, de modo que dos barrios me abrazan por los costados. Tengo algunos hermanos enfermos: les han salido pupos inmensos en el tronco; al parecer la madera se les va pudriendo. Y es posible que, con un vendaval no tan grande como los que hubo en el pasado, se terminen cayendo. Otros, por fuera, somos lozanos, jóvenes, todavía frondosos. Aunque, por dentro, sabemos que estamos viejos.
En algunos sectores que quedaron en blanco, la comuna ha ido plantando otras especies: lapachos, tarcos. Dicen que se precisan diez árboles para ofrecer la misma sombra que cada uno de nosotros. En un tiempo fuimos totalmente necesarios. Y nunca se pensó, aunque sea una superstición, para darnos el lugar que merecemos en las crónicas populares. El Kakuy, el Crespín, la Telesita, el Toro Yacu, la Umita y hasta el humilde Linyerita tienen un lugar para ser cantados en fogones y otras tenidas criollas. A mí sólo me recuerdan aburridos historiadores, en solemnes informes que leerán unos cuantos entendidos.
A esta altura de mi vida, antes de que decidan extirparme por antiguo y peligroso, creo que estoy mereciendo una chacarera, aunque sea “La del Parque Aguirre”, una zamba que nombre sus lugares más emblemáticos: el Club de los Abuelos, el Paseo Pozo de Vargas, la avenida Diego de Rojas, las calles Gumersindo Sayago, Prensa Argentina, ¡la Urquiza!, el busto del Dante, el siempre cogotudo Lawn Tenis y tantos otros rincones que guardan encuentros amorosos, furtivos besos en amaneceres que demoraban su llegada, partidos de fútbol de hacha y tiza.
Tal vez cuando me canten en líricas tenidas musicales, no muera del todo.
¡Ah! ¡Quién fuera poeta, caracho!
Juan Manuel Aragón
A 21 de agosto del 2025, en El Polear. En una calle polvorienta.
Ramírez de Velasco®

Comentarios

  1. Muy bueno Juan Manuel!

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  2. El parque Aguirre con sus eucaliptos es uno de los lugares que más añoro de mi juventud, junto con los "terrenos ganados al río", que se forestaron allá por los 60s. El parque fue el escenario de nuestros juegos y deportes de la infancia, además de balneario y destino de pesca improvisada.
    Hay dos cosas que de pronto necesitan aclararse sobre los eucaliptus y el agua.
    Aunque requieren más cantidad de agua que otros árboles para crecer, los eucaliptus no "secan pantanos", sobre todo cuando el agua existente proviene de un sistema hídrico que en esa zona alimenta permanentemente las napas. En realidad, su volumen no representa una significativa reducción del agua disponible. Los eucaliptus consumen menos agua que otros árboles, porque tienen mucha menor evapo-transpiración para no perder agua durante la época seca, para ello cierran sus estomas y por eso están siempre verdes y no pierden las hojas.
    Los eucaliptus plantados en bosque sí ayudan a fijar el terreno, reduciendo la erosión del suelo arenoso, lo que se logra en poco tiempo por su rápido crecimiento.

    El dique de "los Quiroga" en realidad no es un dique de embalse, sino un "azud", que es una barrera atravesada en el cauce, que eleva la altura del agua para que una porción del cauce ingrese a un canal y sea conducida para riego. Al no embalsar el agua y tener una reducción mínima por la derivación al canal, no es una obra que regule ni disminuya sustancialmente el volumen de agua que llega al parque.
    Finalmente, supongo que debe ser un desafío para los poetas musicólogos hacer encajar la palabra "eucalipto" en alguna rima folclórica, que sea consonante con otra palabra de raigambre tradicional. A menos que se les ocurra escribir una chacarera que hable de Egipto, de un conscripto, o de algún proscripto. Si le buscan por el lado de "eucaliptus" la cosa es aún más difícil, porque las rimas disponibles son el humus, el sugus, o el coito interruptus.

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