Quetuví, qué querí “Antes que el alba se saque la pereza, ya andan agitando al vecindario, anunciando que la hora del sueño ha terminado…” Cuando mi mujer lo halla en el patio, lo echa, le dice “fuera de aquí, bicho”. Él se escapa raudo, vuela hasta la mora del vecino y se queda mirando, curioso, lo que sucede en casa. Es un amigo el quetuví, hasta le puse de sobrenombre “Sombrita”. Y capaz que le llama la atención esta dualidad. Mientras uno le pone —secretamente— miguitas de pan en el alféizar de la ventana de la cocina, la otra lo corre sin piedad. —Me imagino que no estarás apañando a ese pájaro del diablo, que ensucia la ropa que dejo colgada en la soga, ¿no? —reclama mi media naranja. Y yo siempre niego poniendo cara de “no entiendo de qué hablas, chica”. A la madrugada, cuando me siento en la máquina a preparar estas notitas que irán a parar a Ramírez de Velasco y a los otros lugares de internet que suelo frecuentar, aparece a ver qué le he dejado para comer, qué hay en el tacho
Cuaderno de notas de Santiago del Estero