Planchando la camisa, como corresponde |
La ropa hecha un bollo, mascada, es una falta de respeto al prójimo: nadie ha medido cuánta más electricidad que el lavarropas gasta la plancha
Hay quienes afirman que andar con la ropa sin planchar no es sinónimo de suciedad y que andar con la ropa planchada tampoco es igual a estar limpio. Puede ser, pero no digan, como comentan por ahí, que no planchan porque cuidan el medio ambiente y toda esa sarasa ecologista de los últimos tiempos, porque no es verdad.En otra época esta nota hubiera sido innecesaria, porque se consideraba normal que todos debían salir a la calle con la ropa planchada, de la misma manera que hoy se considera que hay que lavarse la cara y los dientes después de levantarse. Pero estos son tiempos en que decir lo obvio, en algunos casos es pecado de lesa modernidad: como afirmar que los hombres son hombres y la mujeres, mujeres, los niños no merecen que los maten en la panza de las madres, el desayuno es la comida más importante del día y es de mala educación eructar o peerse durante el almuerzo, aunque pida perdón.Si salir con la ropa mascada es lo correcto, ¿por qué las mujeres planchan el vestido, la pollera y los hombres hacen lo mismo con la camisa, el saco y el pantalón cuando van a un casamiento, a una fiesta de quince, al asado con los muchachos?, ¿o acaso alguien se presenta a un asado con la campera como si hubiera servido de cama de la cucha del perro o con el vestido chinguiado de tantas arrugas?, ¡vamos! Los que no planchan la ropa es de puro vagos, de holgazanes y, disculpe usted si es de esos, pero es la verdad.
Dicen que la plancha es el aparato electrodoméstico que más electricidad gasta, puede ser, pero ¿usted sabe cuánta más luz paga por usar la plancha que el secador de pelo que usa su señora, el mixer o el aire acondicionado? Si ha calculado exactamente cuánta electricidad cuesta tener la ropa planchada, podría creerse en su alegato en favor de la ecología, pero ¿sabe qué?, no la plancha porque le parece una pérdida de tiempo y cree que los demás no lo van a notar.
Andar con la ropa planchada es sinónimo de provenir de una casa en que todo está ordenado, la ropa limpia tiene su lugar y la sucia también, las habitaciones se ventilan todos los días para que no parezcan cuevas de osos o tiendas de camelleros, las camisas se cuelgan en una percha o se doblan y se ponen en un cajón, los pisos se baldean, no se deja crecer las telas de araña, se riegan las plantas y el tacho de la basura se saca a la puerta tantas veces sea necesario para no andar en medio del mosquerío o las cucarachas ni atraer los gatos del vecindario.
Diga que usted es limpio, que en su casa todo brilla, que su mujer, sus hijos y usted mismo son hacendosos y uno lava los platos, mientras otro tiende las camas, el menor hace las compras y sus hijas se ocupan del perro, pero si no plancha la ropa, disculpe, ¿no?, pero cabría dudar de su hermoso cuento.
Al final de cuentas, andar con la camisa o la chomba y el pantalón sin una arruga, son una muestra de generosidad con el prójimo, porque la prolijidad es algo que se agradece. ¿A quién le gusta invitar a cenar a un amigo y la señora y que lleguen con la ropa que estuvo hecha un bollo, arrugada?, ¿los dueños de casa no se dirán acaso que se merecían algo más de cuidado y respeto o exclamarán “acaso somos cualquier cosa para que vengan con la ropa arrugada como sobaco de tortuga? Es más o menos lo mismo que caer a una cena de gala, en la residencia del Embajador de Holanda, vistiendo pijama y en chancletas, usted no es embajador ni plenipotenciario, pero se merece algo mejor.
Vale lo mismo para el peinado. Como los peines no usan electricidad, los adoradores de la sacrosanta ecología sólo despotricarán porque están hechos de plástico, pero salvo esos artistas descerebrados que van a la televisión a hablar del sexo tántrico y otras estupideces por el estilo, a pocos se les ocurre salir a la calle con la pelambre revuelta como pedo de caracol borracho.
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Lo mismo la ropa amigo, cuesta muy poco pegarle una planchada antes de salir, emprolijarse, afeitarse, andar con las uñas de las manos cortas y sin tierrita en el medio. Y los zapatos lustrados, por supuesto. Si es pobre, con más razón, compre una pomada “Wassington” y un cepillo o un trapo viejo, nada más se necesita para dejarlos charol y espejo. Y la ropa planchada, sinónimo de alguien que se quiere bien y desea que los demás hagan lo mismo.
Porque usted no es de los que llegan a la casa y tiran los trapos por cualquier parte, dejan los zapatos en medio del camino en su habitación para que tropiece su señora ni anda de calzoncillo, con las pudibundeces al aire.
Deje que no planchen los ociosos, los que se rascan todo el día, los haraganes, esos maulas. Usted, como casi todos los lectores de este periódico, vaya siempre bien planchadito, peinado, saludando bien y con el “perdón”, “por favor” y “gracias”, en la punta de la lengua.
Ahora repita con todos, la frase mágica: “Pobre pero decente”, qué tanto.
©Juan Manuel Aragón
A 18 de diciembre del 2023, en Condorhuasi. Mascando mistol
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