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SEMÁFOROS Luces que no sirven

Este es un semáforo

Cómo se debería encarar una campaña para enseñar el respeto por las señales de tránsito


A veces me pregunto qué hacen los automovilistas con el minuto que le ganan todos los días al tiempo por haber pasado varios semáforos en rojo. ¿Los van guardando para el final de la vida así se alargan la existencia en un día o dos?, ¿por llegar antes al trabajo les pagan dos pesos más y con eso cubre la cuota de la licuadora?
Una premisa de muchos peatones es cruzar la calle cuando el semáforo está en verde para los autos: si se los esquiva correctamente se llegará sano y salvo a la otra acera. Pero si cruza cuando el semáforo se ha puesto en rojo, corre el peligro de que un auto manejado por un impaciente conductor se lo lleve por delante, como sucede todos los días en las esquinas de la Argentina.
Luego de mucho tiempo de que existieran los autos sobre la tierra, para brindar seguridad a los peatones se instalaron los semáforos. Sirven para ordenar el tránsito, pero su principal misión es que los peatones crucen la calle con tranquilidad, sin andar haciendo de torero, gambeteando bólidos lanzados a toda velocidad.
Por qué la compulsión que sienten los automovilistas de pasar semáforos en rojo, debería ser motivo de tesis doctorales, a fin de solucionar un grave problema que aqueja a la población: jugarse a suerte o verdad en cada esquina. O lo que es lo mismo, les encanta ser el proyectil de la ruleta rusa en que se ha convertido el tránsito en muchas ciudades argentinas.
Los argentinos debemos tener un gen dado vuelta que, en determinados momentos avisa que debemos dejar de lado las reglas establecidas y darnos un gustito con la ilegalidad. Pasar un semáforo en rojo tendría el mismo sentido que robar las naranjas del fondo de la casa del vecino, total, lo más grave que podría pasar si se diera cuenta, es que dejaría de saludarnos.
Si hay una frase que muestra una verdad es la famosa: “De algo hay que morir”. Usted pasa incumple una regla del tránsito y como consecuencia choca contra topadora que venía del otro lado y se muere. No hay drama, amigo, lo lloramos, lo enterramos, los extrañamos y seguimos nuestra vida adelante.
El problema es si queda rengo, si tienen que cortarle las piernas, los brazos o queda tonto para el resto del viaje. Joderá la vida a los parientes, a la señora, a los hijos, que deberán cargar con usted, como una pesada valija. Y a usted mismo, que se pasará el día entre horribles dolores o deberá renguear hasta que se muera, en fin.
El semáforo es, en sí mismo, un símbolo de urbanidad, mucho más grande que el saludo. Ante la imposibilidad de ordenar el tránsito con un agente en cada esquina, se inventó el semáforo, signo y guía del sometimiento del hombre a las leyes en el diario movimiento por las calles de las ciudades del mundo.
Del acatamiento a sus simples y sencillos tres colores, dependen la vida y seguridad del prójimo y de uno mismo. La inobservancia de la orden que da una máquina, es fatal en muchos casos, como se ve en las noticias que aparecen día por medio en los diarios de la Argentina. Su razón de ser no son solamente los automovilistas sino, principalmente, los peatones, cuyo cuero depende del leve parpadeo de una lámpara eléctrica.
En cualquier país civilizado del mundo, como Bolivia, Paraguay, Uruguay sin ir más lejos, quizás esta nota sea un ejercicio superfluo del pensamiento cotidiano. En la Argentina no. Todavía nos falta llegar al estadio de acatar los carteles que dicen “Pare”, como el ejercicio de dejar inmóvil el vehículo que manejamos, deberíamos saber que, si dice “Prohibido estacionar”, no está permitido hacerlo ni un segundo ni diez horas.
Cuando aprendamos a cruzar la calle por las esquinas, aceptemos que no se debe estacionar a la izquierda por ningún motivo y que las paradas de ómnibus son el lugar sagrado de los ómnibus y no de nuestra regalada gana, quizás estemos en condiciones de pasar al siguiente estadio y memorizar para qué sirven los colores de los semáforos, por qué no se debe avanzar sobre la senda peatonal o qué significa “Máxima 60 kilómetros por hora".
Deberíamos ir pasito a pasito.
Digo, no sé qué opina usté.
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. Estimado Juan Manuel, las preguntas que te haces sobre los desajustes y problemas relacionados con la conducta vial y el acatamiento de las normas de parte de conductores y transeúntes, tus hipótesis de causalidad y de posibles soluciones, son en realidad muy complejas de responder porque derivan del funcionamiento de un sistema que es también caracterizado por una alta complejidad de elementos intervinientes.
    Estos temas y problemas son vistos por el público en general de una manera simplista, lo que les genera la percepción de tratarse de problemas obvios que deberían ser fáciles de resolver mediante acciones que son también obvias.
    La realidad es que la "gestión" de la seguridad vial y peatonal, o la carencia de ella, es un problema multi-variable que requiere de la participación de especialistas en diseño vial rural y urbano, en normativa y leyes, en gestión administrativa, en gestión de tráfico, en transporte público, en estadísticas, adquisición e interpretación de datos, en temas sociales y en varias otras ciencias, que La Argentina no tiene, o que tiene pero en escasa disponibilidad. Se trata de gente que cuando es consultada aclara que las medidas de gestión y sus efectos deben implementarse en un plan gradual, sostenido y de largo alcance, que irá dando resultado a lo largo de décadas venideras. Lamentablemente los funcionarios prefieren anuncios de micrófono que den votos, y que den la percepción de que "se está haciendo algo", que cueste poco y conforme a los votantes. Hablo de mi experiencia personal en muchos países de latinoamérica, incluido el nuestro.
    A menudo todos los problemas observados y que no tienen una explicación de causalidad clara son automáticamente asignados a "la irresponsabilidad de los conductores".
    Por el lado del usuario (conductor y peatón), el análisis de la gente, y de este artículo, presupone la existencia de personas de criterio uniforme y comportamiento similar a los que se puede "educar" y listo el pollo. La realidad es que las capacidades cognitivas, visuales, perceptivas y motoras de las personas no solo son diferentes de una a otra, sino que además difieren en la misma persona según estados de ánimo y circunstancias de entorno, por lo que la verdadera gestión en países desarrollados ya no se concentra en "arreglar al usuario", como propone la nota, sino que asigna toda la atención y recursos a adaptar al sistema para minimizar las consecuencias de esos errores y malas acciones, que no se evitarán.
    El problema de la seguridad vial es un problema complejo que está afectado por un manejo deficiente de parte del estado (que no tiene la capacidad de gestión ni el conocimiento técnico-científico necesario) y por una serie de aspectos sociales y culturales difícil de atender.
    Otro día podemos conversar sobre las medidas de gestión de seguridad vial que realmente funcionan en los países desarrollados, y cuáles son las posibilidades de que las mismas sean tenidas en cuenta en nuestro país.

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  2. Sémaforo símbolo de sometimiento. Anotado.

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