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Manco Cápac |
A continuación, un sinuoso viaje que empieza con los vikingos, sigue en el Cuzco, se alarga en los valles Calchaquíes y pasa por un supuesto investigador nazi
Para hablar de la palabra “Tucumán”, como se conoció a una vasta región de la Argentina, hay que remontarse a unos años antes de la Conquista Española. Manco Cápac fue el primer gobernador y fundador de la cultura inca en el Cuzco, como lo saben hasta los chicos.Si se habla de fundadores y mitos, no todo queda en el Cuzco: siglos después apareció en escena un personaje al menos controvertido, llegado de Europa, con ideas algo extravagantes. Era Jacques de Mahieu, que venía de ser un colaborador francés pro—nazi del régimen de Vichy, y huyó a la Argentina cuando triunfaron los Aliados en Europa. Dicen que no debía ninguna muerte, pero, por las dudas, se mandó a mudar de allá. No vaya a ser cosa, ¿no?
Luego de varias andanzas se le ocurrió una teoría que, entre sabios, suena a disparate, pero que a los curiosos siempre les tienta: la de los vikingos americanos.
Sostuvo una idea que antropólogos, arqueólogos y estudiosos del pasado remoto consideran descabellada y ni siquiera la tienen en cuenta. Decía que muchos indios eran descendientes de vikingos llegados al continente antes de Cristóbal Colón, con la expedición de Eric el Rojo. No solamente tocaron las costas del actual Canadá, sino que bajaron por lo que ahora es Estados Unidos, entraron en el Golfo de Méjico y llegaron al corazón del Imperio Inca. Es posible que llegaran primero a lo que hoy es el Brasil y que, por la selva, alcanzaran el Cuzco.
Para sostener semejante afirmación, no se quedó en cuentos de fogón: llenó páginas y páginas con fotos, mapas y títulos rimbombantes. Escribió varios libros en los que presentó su tesis, con supuestas pruebas de una civilización vikinga hasta en lo más profundo de los bosques americanos: “La Agonía del Dios Sol”, “El imperio vikingo de Tiahuanacu” y “El gran viaje del Dios Sol” son tres de una larga lista de textos que abonan su teoría, siempre acompañados de sugerentes fotografías. Las pruebas que aporta, si fueran confirmadas alguna vez, revolucionarían lo que se sabe de la historia precolombina de estos pagos.
Digamos, un sabio puede darse el lujo de despreciar a este nazi por sus peregrinas ideas, pero uno, algo indocto en esos temas y que gusta de las teorías conspirativas, le otorga algo de crédito. Oiga bien: en uno de sus libros sostiene que el nombre de “Manco Capac” viene del latín y de viejos idiomas del norte de Europa. En efecto, en esas lenguas, “man” es tanto “uno” como “hombre”. “Co” sería la abreviatura de “coronado”, según los latinos. Y “capac” es “capo”, es decir, el que manda, el rey. Siempre según esta teoría, Manco Capac es “Hombre—Coronado—Rey”.
Y armó un rompecabezas, mezclando latines con runas, hasta encajar al mismísimo Manco Cápac en un linaje europeo, justo antes de que los incas levantaran su imperio. Según la tradición que circulaba antes de la llegada de los españoles, fue el mítico fundador y primer gobernante del Imperio Inca, que se estableció en el valle de Cuzco, en el actual Perú, entre los años 1200 y 1230. Al toque, un poco después llegaron los vikingos.
¿Y Tucumán? Es sabido que calchaqui (con acento en la segunda a) se les dijo en tiempos de los incas a los pueblos vencidos de lo que ahora es la provincia de Tucumán, Catamarca, Salta y Jujuy, sobre todo a los que actualmente son los Valles Calchaquíes. Los incas, que tenían una idea de conquista distinta de la europea, no querían quedarse en un lugar, tomar prisioneros a sus habitantes y sojuzgarlos. Ellos pidieron permiso a los indios de estas provincias para pasar por ahí, porque iban al sur. Pero, por alguna razón, los tíos se enojaron, dijeron “por aquí no”. Entonces vinieron los otros, los molieron a palos y los dejaron hechos pelota. Luego, a ese territorio se lo regalaron a un cacique de allá, que nunca vino a estos pagos: un tal “Tucma” o “Tucuman” (con acento en la segunda u).
Bueno, ya se ha visto lo que significaba “man” para estos indios. “Tucu” significa “negro desvaído”, según el lingüista santiagueño Domingo Bravo. Un cálculo hecho a ojo daría que ese tal Tucumán peruano debe haber sido un morocho ma non tropo, ensayando un origen, si usted quiere, traído de los pelos, pero con tanta autoridad como las demás. Se llamaba algo así como “Hombre Morochón Pero no Tanto”
Entre filólogos de biblioteca y fabuladores de sobremesa, la etimología sigue siendo terreno fértil para hacer malabares con las palabras. Eso tiene la etimología: permite davueltar el significado de un término hasta hallarle una acepción distinta, curiosa o simplemente lógica.
¿Usted quiere pruebas fehacientes que avalen este escrito? No, amigo, olvídese. Deje eso para los que saben de verdad cómo se amasa la tortilla. ¿No vé que esto es un juego?
Juan Manuel Aragón
A 13 de septiembre del 2025, en el Anglo. Mirando pasar los autos.
Ramírez de Velasco®
Sostuvo una idea que antropólogos, arqueólogos y estudiosos del pasado remoto consideran descabellada y ni siquiera la tienen en cuenta. Decía que muchos indios eran descendientes de vikingos llegados al continente antes de Cristóbal Colón, con la expedición de Eric el Rojo. No solamente tocaron las costas del actual Canadá, sino que bajaron por lo que ahora es Estados Unidos, entraron en el Golfo de Méjico y llegaron al corazón del Imperio Inca. Es posible que llegaran primero a lo que hoy es el Brasil y que, por la selva, alcanzaran el Cuzco.
Para sostener semejante afirmación, no se quedó en cuentos de fogón: llenó páginas y páginas con fotos, mapas y títulos rimbombantes. Escribió varios libros en los que presentó su tesis, con supuestas pruebas de una civilización vikinga hasta en lo más profundo de los bosques americanos: “La Agonía del Dios Sol”, “El imperio vikingo de Tiahuanacu” y “El gran viaje del Dios Sol” son tres de una larga lista de textos que abonan su teoría, siempre acompañados de sugerentes fotografías. Las pruebas que aporta, si fueran confirmadas alguna vez, revolucionarían lo que se sabe de la historia precolombina de estos pagos.
Digamos, un sabio puede darse el lujo de despreciar a este nazi por sus peregrinas ideas, pero uno, algo indocto en esos temas y que gusta de las teorías conspirativas, le otorga algo de crédito. Oiga bien: en uno de sus libros sostiene que el nombre de “Manco Capac” viene del latín y de viejos idiomas del norte de Europa. En efecto, en esas lenguas, “man” es tanto “uno” como “hombre”. “Co” sería la abreviatura de “coronado”, según los latinos. Y “capac” es “capo”, es decir, el que manda, el rey. Siempre según esta teoría, Manco Capac es “Hombre—Coronado—Rey”.
Y armó un rompecabezas, mezclando latines con runas, hasta encajar al mismísimo Manco Cápac en un linaje europeo, justo antes de que los incas levantaran su imperio. Según la tradición que circulaba antes de la llegada de los españoles, fue el mítico fundador y primer gobernante del Imperio Inca, que se estableció en el valle de Cuzco, en el actual Perú, entre los años 1200 y 1230. Al toque, un poco después llegaron los vikingos.
¿Y Tucumán? Es sabido que calchaqui (con acento en la segunda a) se les dijo en tiempos de los incas a los pueblos vencidos de lo que ahora es la provincia de Tucumán, Catamarca, Salta y Jujuy, sobre todo a los que actualmente son los Valles Calchaquíes. Los incas, que tenían una idea de conquista distinta de la europea, no querían quedarse en un lugar, tomar prisioneros a sus habitantes y sojuzgarlos. Ellos pidieron permiso a los indios de estas provincias para pasar por ahí, porque iban al sur. Pero, por alguna razón, los tíos se enojaron, dijeron “por aquí no”. Entonces vinieron los otros, los molieron a palos y los dejaron hechos pelota. Luego, a ese territorio se lo regalaron a un cacique de allá, que nunca vino a estos pagos: un tal “Tucma” o “Tucuman” (con acento en la segunda u).
Bueno, ya se ha visto lo que significaba “man” para estos indios. “Tucu” significa “negro desvaído”, según el lingüista santiagueño Domingo Bravo. Un cálculo hecho a ojo daría que ese tal Tucumán peruano debe haber sido un morocho ma non tropo, ensayando un origen, si usted quiere, traído de los pelos, pero con tanta autoridad como las demás. Se llamaba algo así como “Hombre Morochón Pero no Tanto”
Entre filólogos de biblioteca y fabuladores de sobremesa, la etimología sigue siendo terreno fértil para hacer malabares con las palabras. Eso tiene la etimología: permite davueltar el significado de un término hasta hallarle una acepción distinta, curiosa o simplemente lógica.
¿Usted quiere pruebas fehacientes que avalen este escrito? No, amigo, olvídese. Deje eso para los que saben de verdad cómo se amasa la tortilla. ¿No vé que esto es un juego?
Juan Manuel Aragón
A 13 de septiembre del 2025, en el Anglo. Mirando pasar los autos.
Ramírez de Velasco®
Simplificando:
ResponderEliminarTUC: es uña
man: de gato mañero