Idílica visión del campo |
"Una comunidad tal, también será necesariamente antivacunas, así que todos deberán estar de acuerdo en que a sus chicos les agarre sarampión, polio o cualquier otra peste sin chistar"
De vez en cuando suele resurgir, en círculos de gente con pensamientos extremos, la idea de formar una comunidad de tipo agrícola o pastoril, con amigos que piensan más o menos parecido y largarse de la ciudad, su contaminación, el modernismo, las malas costumbres, los vicios, el mal. Es una idea insensata, en el sentido más estricto de la palabra y por eso rara vez se concreta.Uno, que anda queriendo juntar gente para algo parecido, me lo explicó el otro día: “Vamos a comprar un campo, aquí cerca nomás para mandarnos a mudar con familia y todo”. Le pregunto si van a levantar un barrio cerrado y me dice que no, su idea va mucho más allá.Quieren producir lo que consumen y vender los excedentes para pagar con eso, los insumos que no pueden hacer por sí mismos. La idea es criar a los hijos en un ambiente natural, lejos de las drogas, la pornografía, los jueguitos de los celulares, la vagancia, las malas compañías, las escuelas que no enseñan nada útil. Y estar cerca de Dios.Le digo que está muy bien eso. Y a continuación pasa a explicarme el arduo trabajo que deberán encarar antes de comprar el primer machete para ir a desmalezar el predio. Por cierto, ninguno tiene la más mínima idea de lo que significan las tareas de campo o creen que solitos podrán edificar algo así como “La familia Ingalls”, en pleno siglo XXI y sin ninguna experiencia.
Pasa a explicarme cómo levantarán el castillo de naipes previo a largarse al campo a ser unos menonitas que, con cerca de cuatro siglos de atraso, recién estar por comenzar.
Primero, por las dudas, quieren constituirse en una asociación para dejar bien claro y por escrito quiénes son y qué harán de sus vidas. Antes deberán elegir un jefe, un subjefe, vocales, síndicos, comisión revisora de cuentas. Debatir los estatutos puede llevar entre seis meses y un año. Qué parte del todo será de cada uno, que tipo de funciones cumplirán, cada cuánto. ¿Todo el capital de cada debe estar invertido en el emprendimiento o solo una parte?, ¿se puede tener una reserva “afuera” por si las cosas van mal en la futura “Colonia Utopía”?
Se debe limitar la propiedad también, de quiénes serán los implementos que se adquieran. ¿Los animales deben entrar en el fondo común o solamente las cosas?, ¿qué sucede en caso de que dos personas requieran el arado al mismo tiempo?, ¿alguien sabe mecánica?, ¿cobrará aparte o se considerará que las reparaciones que efectúe serán a título gratuito? Otra pregunta no menos fundamental, ¿correrá el dinero adentro o alguien administrará la plata por el grupo?
Tendrán que establecer un sistema mínimo de justicia para terminar los pleitos antes de que escalen, sus decisiones tendrán que ser inapelables y, a veces, impuestas de forma que sean ejemplares. Y una escuela, con alguien que haga de maestro y una mínima enfermería, al menos con lo necesario para primeros auxilios.
Una comunidad tal, también necesariamente será antivacunas, así que todos deberán estar de acuerdo en que a sus chicos les agarre sarampión, polio o cualquier otra peste sin chistar. Si no se cree en las vacunas, por más que venga una escarlatina ultra mortal, hay que bancársela. En este punto le digo que pare un poco. Pero me mira fija y me dice: “El que no quiera, que no entre”.
Falta saber qué harán con los chicos, si serán para siempre menonitas a la criolla o cuando sean adultos podrán ir a la universidad, casarse con alguien “de afuera” y volver cuando quieran. ¿Las mujeres podrán salir solas a hacer las compras o siempre deberán ir con un varón de la familia?, ¿usarán un traje especial como overol azul los varones y faldas negras con pañuelo en la cabeza para ellas?
No le pregunto nada. Para qué. Me consulta si los acompañaría. Respondo que tendría que estar rematadamente loco para ir con ellos. “Si quieren, voy algún fin de semana, llevo asado, un vinito, y comemos en familia”, le digo. Y agrego luego: “Iría onda turista, a ver cómo va la secta”.
Se ofende el amigo. Igual le deseo suerte, sinceramente. El tipo tiene menos de un uno por ciento de posibilidades de que le vaya bien en un emprendimiento colectivo como este, pero sin embargo avanza para conseguirlo, se merece al menos una reverencia si llega a levantar una casa con sus manos o a cortar, aunque sea un metro cuadrado de yuyos a machetazos, lo que suceda primero.
Cuando estén instalados iré de visita, si me dejan. Quiero saber cómo solucionarán el asunto de levantarse todos los días a las 4 de la mañana para ordeñar las vacas, sin que se les pudra la leche o las moscas llenen de gusanitos el queso. Iré con mi mujer y los chicos a pasar un día de campo. Si el amigo se descuida, le pasaré de contrabando, una tableta de paracetamol a la señora y caramelos para los chicos y una radio para que sepa qué pasa en el mundo exterior.
No veo la hora de que estén viviendo en el campo, ojalá que no sea muy lejos y me deje por ahí nomás un colectivo de línea. Pero si no es muy caro voy en remís.
©Juan Manuel Aragón
En Brea Puñuna, septiembre 27 del 2022.
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